Cuántas veces habremos oído eso de “sólo por ver esta jugada de Messi (o Cristiano) vale la pena pagar una entrada”. Esta afirmación, que siempre me ha parecido una exageración de periodista deportivo (sobre todo al precio que están las entradas en el fútbol), es justo lo que pensé mientras veía el maravilloso prólogo de ‘The Deep Blue Sea’: “sólo por ver este comienzo, merece la pena pagar una entrada” (aunque tenga un IVA del 21%). Luego, envalentonado tras ver el también extraordinario epílogo, pensé: “solo por ver este final, merece la pena volver a pagar una entrada”.
Le ha costado llegar –se estrenó hace un año en el festival de San Sebastián-, pero el esperado regreso a la ficción de Terence Davies ya está aquí. Por si alguno, después de 10 años, le ha olvidado (o no le conoce), Davies deslumbró a finales de los 80 con sus dos primeros largometrajes, las autobiográficas ‘Voces distantes’ (1988) y ‘El largo día acaba’ (1992). Enseguida fue metido, de forma algo reduccionista, dentro del british queer cinema.
Después de dos adaptaciones literarias –‘La biblia de neón’ (1995) y ‘La casa de la alegría’ (2000)- y un documental sobre su Liverpool natal -‘Of Time and the City’ (2009)- Davies vuelve con esta adaptación de la obra de teatro homónima de Terence Rattingan. Y lo hace de la mejor manera posible: combinando, como pocas veces se consigue, forma y contenido, estética y narración. Davies “ataca” desde todos los frentes: emociona con un diálogo, sobrecoge con un movimiento de cámara, turba con una voz en off, estremece con una elipsis, o subyuga con una canción (o la música de Samuel Barber).
‘The Deep Blue Sea’ es de una belleza arrebatadora, pero no peca de esteticista. Su guión es portentoso, de inagotables lecturas, pero nunca llega a ser teatro filmado. Davies filma este triángulo amoroso como una herida abierta, imposible de cerrar. Una herida por donde pasa el tiempo –una evocadora mirada al pasado, la posguerra en Londres-, y el propio cine, en forma de apasionante relectura del melodrama clásico. Una herida que desangra a su protagonista (conmovedora Rachel Weisz), una enferma de amor incapaz de evitar caminar hacia a su destino: la septicemia sentimental. 9.