Lasse Hallström empezó siendo conocido en los 70 como “el creador de los vídeos de ABBA”. Luego, en los 80, fue “el director de ‘Mi vida como un perro’ (1985)”, el mayor éxito internacional del cine sueco desde los tiempos de Bergman. En los 90 se le colocó la etiqueta de “director indie” (sin ser él nada de eso) después de la repercusión de ‘¿A quién ama Gilbert Grape?’ (1993). Su posterior carrera en Hollywood ha revelado su verdadera condición: la de aplicado y pulcro artesano, con poca personalidad, pero con una especial habilidad y sensibilidad para las adaptaciones literarias de dramas románticos.
‘Las normas de la casa de la sidra’ (1999) fue su mayor triunfo, seguido por otras como ‘Chocolat’ (2000), ‘Atando cabos’ (2001) o la reciente ‘La pesca del salmón en Yemen’ (2011). Su vuelta a Suecia (momentánea, ya que Oprah y Spielberg le han contratado para dirigir la adaptación de ‘Un viaje de diez metros’, el best-seller de Richard C. Morais) le ha permitido cambiar un poco de registro: del melodrama blandengue al thriller escandinavo. ‘El hipnotista’ (¿por qué no ‘El hipnotizador’?) es la adaptación de la novela más exitosa de Lars Kepler, el libro que inaugura la saga del inspector Joona Linna (publicadas por Planeta).
Como es habitual en el noir nórdico, el punto de partida es atractivo. La salvaje matanza de una familia a cuchillazos y la aparición de un hipnotizador como ayuda en la investigación son elementos lo bastante sugestivos como para atrapar la atención del espectador. Pero conforme avanza la historia, el interés despertado decae y salen a relucir sus defectos: la inclusión de una subtrama, un drama familiar y matrimonial, muy pobre y mal engarzado con la trama policial, y unas incongruencias de guión demasiado evidentes (¿cómo sabe, “quien sea”, que el hipnotizador se ha tomado pastillas para dormir?).
Pero como Lasse Hallström es incapaz de hacer una mala película (tampoco una muy buena), consigue remendar esos descosidos de la historia como lo hacían los mejores autores del giallo: a golpe de puesta en escena y creación de atmósfera. Cuando el texto se vuelve ilegible, se impone el contexto. Primero por medio de la sugestiva recreación de un Estocolmo navideño cuyos ciudadanos, lejos de estar alegres, lloran como los niños pequeños al ver a Santa Claus. Una ciudad congelada como el amor entre la pareja protagonista.
Y segundo, “hipnotizando” la trama. Gracias a una excelente fotografía de interiores, el director va cubriendo la película de un denso velo onírico hasta oscurecerla por completo, dotándola de un ambiente sombrío y misterioso. El thriller psicológico se abre paso por las grietas del relato policial dando lugar al mejor momento de la película: la sesión de hipnosis de la madre. Una hipnótica secuencia que empieza como el cuadro de Andrew Wyeth, ‘Christina’s World’, y termina desvelando lo que las sombras del recuerdo ocultan. 6.