Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Alan Vega’ de Alan Vega

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Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Alan Vega’ de Alan Vega

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Artista: Alan Vega
Título: Alan Vega
Sello: PVC / Ze Records (1980)

Alan Vega entró en los estudios Skyline en otoño de 1980 con ocho canciones, unas cajas de ritmos y un guitarrista dispuesto a experimentar con nuevos sonidos, alejado temporalmente de Martin Rev. Junto a él había formado durante años uno de los dúos más singulares de los 70 en los EE UU, Suicide. Incomprendidos por la mayoría en su momento y más citados que influyentes en muchos casos, son el arquetipo de grupo vanguardista. Desde los primeros 70 actuaron en directo y pulieron su concepto de dúo sin banda -simplemente un teclado Farfisa roto y voz- interpretando canciones minimalistas de estructura repetitiva. Poco a poco fueron añadiendo una caja de ritmos (un viejo prototipo de 1959 -sí, en los 50 ya existían-) y sintetizadores, convirtiendo su propuesta «arty» (Vega venía del mundo del arte y exponía en la prestigiosa OK Harris Gallery) en algo más claramente futurista, un sonido nuevo que muy poca gente entendió. Su primer disco, para Red Star Records, lo plasma perfectamente: minimalismo tecno, ritmos obsesivos y voz de Gene Vincent mutante envuelta en efectos de «delay».

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El grupo empezó a tocar fuera de Nueva York, esperando que la recién llegada generación punk por fin les entendiese (ya en 1970 anunciaban sus primeros conciertos como «misas de música punk«, antes de que existiese siquiera esa etiqueta), pero se llevó palo tras palo: girando con The Clash en el 78, cada noche Alan Vega temía por su vida: básicamente, querían matarlos por hacer una música horrible e incomprensible. Le tocó que le rompieran la nariz y hasta esquivar un hacha (en Glasgow). Vega, un tipo duro de Brooklyn y a la vez seguidor del Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud -que propugnaba ya en los años 30 usar la confrontación con el público- respondía retando a los espectadores, y llevaba en la mano a modo de amenaza una cadena de bicicleta. Pero su mejor estrategia era bloquear las puertas de salida para que nadie pudiese largarse, y subir el volumen al máximo.

En 1980 publicaron su segundo disco para Ze Records. Michael Zilkha, dueño del sello, quería que Giorgio Moroder lo produjese, pero se contentó con que lo hiciese Ric Ocasek de los Cars, a quien entregó una copia de ‘I Feel Love’ de Donna Summer como referencia. El resultado fue un disco más producido, más contemporáneo, en la línea del mutant disco, y menos punk. Y en esta tesitura, 1980, con la ciudad de Nueva York en pleno cambio, ligeramente descontentos con ese segundo disco, Rev y Vega decidieron parar y embarcarse en proyectos en solitario. Tras el primero de Martin Rev, una maravilla llena de guiños a Suicide, bonitas sinfonías instrumentales y hasta doo-wop electrónico instrumental, llegó el turno de Alan Vega. Alan había estado tocando con un conocido llamado Phil Hawk que tenía una Fender Telecaster, y un día jugueteando les salió la canción ‘Jukebox Babe’. Como cuenta en el estupendo libro ‘Suicide: No Compromise’, Ze Records estaban a punto de echar a Suicide, pero él estaba convencido de que esa canción sería un éxito. Les persuadió para sacarla en single, y en Francia llegó al Top 10.

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Poco después llegó el disco completo. ‘Jukebox Babe’ es precisamente la primera canción de este ‘Alan Vega’, y la que marca el tono estilístico de todo el disco. Un estilo que simplificando un poco es como Suicide (la similitud de ‘Jukebox babe’ con ‘Ghostrider’ es notable) pero con guitarras rockabilly y bajo eléctrico. Los ritmos están construidos con una interesante combinación de cajas de ritmo y cajas de batería. Vocalmente, «slap echo» en las voces en vez de «delays» maníacos. Se podría casi catalogar como una vuelta a las raíces, si no fuese porque 31 años después sigue sonando totalmente contemporáneo. La seguridad de Vega en que sería un éxito sigue sorprendiendo, pero 1980 era un año tan excitante e impredecible que una canción de un solo acorde con letra incomprensible podía triunfar en las listas. Y resulta un gozo, la verdad, ver a Alan Vega abrazar su personaje «rocker», con chupa de cuero en la portada del disco y chalecos de lentejuelas en sus actuaciones televisivas.

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Fireball’ es una soberbia continuación de ritmo trepidante simplemente formado por bombo y palmadas. Un bajo punk repetitivo con sencillas guitarras rockabilly completan lo que es una de las características clave de este disco: los arreglos parcos y espaciosos, dejando pista a Alan Vega para hacer su imitación de Elvis y proferir sus disfrutabilísimos Uuuh – Oooh – Aaah – Ssshh… El sonido de los discos de la Sun Records son claramente referenciados en este ‘Alan Vega’, y hay que recordar que eran grabaciones con muy pocos elementos instrumentales (al estilo de los Tennessee Three de Johnny Cash, por ejemplo) que de forma similar dejaban todo el espacio para que la voz, adornada de «slap echo», se oyese bien. Sin embargo no se trata de un pastiche: Alan Vega aporta el enfoque repetitivo-obsesivo de Suicide, y son canciones que rara vez pasan de uno o dos acordes en favor de la repetición y acumulación. Es, pues, algo así como una desestructuración minimalista del rockabilly en la que a la vez se lo pasa uno muy bien.

El disco continúa con la maravillosa ‘Kung Foo Cowboy’. En la línea desestructurada que comentábamos, suena como una intro que nunca acaba de empezar, lo que la convierte en una épica pieza de tres acordes, como un blues futurista en acordes menores. Como es frecuente en las canciones de Alan Vega, ya desde el primer disco de Suicide, se trata de otra descripción de un personaje más o menos de ficción. Son letras en las que importa el juego lingüístico de corte dylaniano, donde interesa más el sonido de las palabras y la evocación de imágenes acumuladas con efecto surrealista que el sentido final: “es más rápido que el ojo… es un curandero televisivo… está buscando el sol… tiene el poder en sus manos… tiene una mirada triste, triste”. Todo ello soportado por una instrumentación magistralmente arreglada: sobre la base de una caja de ritmos disparando un patrón de chaston, se entrelaza un metálico bajo al que sobrevuela un arpegio de guitarra eléctrica simple y perfecto, con un sonido más surf que rockabilly, que recuerda al ‘Sour Grapes’ de los Young Ones. Puntuando los versos de Alan Vega, como comas, un timbal «real». Y puntuando los finales de las estrofas, como puntos, un espectacular bombo con eco. Para mí, en definitiva, una de las obras maestras de este artista.

La cara A concluye con ‘Love Cry’, única canción con teclado del disco, un piano sacudido suavemente con efecto «delay». Parece una balada pero es más bien una letanía siniestra a dos acordes, un blues en el que Vega prueba su registro más frágil, como un «crooner» herido, entre el mal de amores y la orden de restricción (“juro que te encontraré aunque sea hasta el final de mi vida”, única frase que solloza en toda la canción).

La cara B incluye otras cuatro canciones, sumando un total de poco más de 35 minutos, que cumplen con creces la regla no escrita de que todo disco que no cabe en la cara de una cinta de 90’ es demasiado indulgente. Y no es indulgencia precisamente de lo que se puede acusar a Alan Vega, que abre esta cara con una canción de 2 minutos y medio. ‘Speedway’ es una oda a la velocidad, quizá al «speed» también, evocando imágenes de “gasoline and cocaine” en los estribillos. Musicalmente es un fascinante psychobilly conducido por un ritmo de TR-808, la caja de ritmos que ese mismo año lanzó Roland y que tantas cosas cambió en el mundo de la música. Una vez más, una extraña mezcla entre tecnología y raíces que funciona magistralmente. A continuación llega ‘Ice Drummer’, que también hace uso de la TR-808, en este caso combinada con batería real, a base de redobles y pandereta.

La canción parece casi una pieza de Lou Reed, más por el calor de las guitarras que por la voz, aunque es cierto que Reed influyó en su estilo vocal, como confiesa Vega en el recomendabilísimo libro antes citado, “Suicide: No Compromise”, al relatar el impacto que supuso en él escuchar el primer disco de la Velvet Underground. Cita también la influencia de los Stooges, muy clara también en su actitud amenazante sobre el escenario. De la voz de Lou Reed declara en el libro que sonaba “como la de un zombie”, algo muy interesante teniendo en cuenta que algunos críticos han descrito la voz de Vega en este disco como “un Lou Reed desprovisto de emociones, cantando sobre una cadencia de rockabilly robótico”. La cuestión de la emoción siempre es controvertida con Vega: su personaje sobre el escenario es desde luego inexpresivo facialmente, y en los discos sus manierismos vocales pueden parecer producto más de una loca catarsis que de una expresión real de sentimientos. En este disco yo creo que hay ese asalto «artístico» al estereotipo del rocker, pero a la vez un deseo real de ser uno de ellos. Desde luego en sus entrevistas Alan Vega habla de Elvis, Gene Vincent o Roy Orbison como grandes ídolos.

Llega a continuación ‘Bye Bye Bayou’, otra de las piezas centrales de este disco, casi 9 minutos de letanía minimalista e hipnótica con ritmo «four-on-the-floor», quizá la más Suicide en cuanto a aspereza y retroalimentación obsesiva. De hecho incluso aparece su «delay» vocal marca de la casa, acompañado eso sí de un fascinante riff retorcido de guitarra eléctrica que araña impenitentemente durante la larga canción sin despeinarse. Una vez más, caja de ritmos combinada con batería real, en una canción que increíblemente sonaba, en el lejano 1980, a electro de ahora mismo. No en vano LCD Soundsytem la versionó en 2009.

Es también el ejemplo más claro del disco de «no-canción»: un solo acorde o motivo que se repite minutos tras minuto, dejando espacio y tiempo para experimentar. En este sentido, al igual que algunas canciones de Suicide, es totalmente precursor de las estructuras largas y repetitivas que se harían habituales con el primer house y que en la actualidad han impregnado ya prácticamente toda la música de baile. ¿Son por eso Alan Vega y Martin Rev los padres de todo esto? De nuevo hay espacio para la discusión, porque en realidad muy pocos grupos del synth-pop y electro seminales de los 80 realmente los conocían o reivindicaban. Prácticamente sólo lo hicieron Soft Cell, y sus buenos palos de Alan Vega se llevaron por hacerlo (verbales, sin cadena de bicicleta), acusándoles de aprovechados, para disgusto del bueno de Marc Almond. Su influencia fue aparentemente más fragmentada, en artistas desde Nick Cave o Jesus And Mary Chain hasta Sigue Sigue Sputnik. Pero de alguna manera esa atomización se reconfiguró con el paso de las décadas y ahora Suicide, además de ser por desgracia una de las referencias más socorridas de los músicos para hacerse el guay, sí que han recibido realmente la aclamación merecida y su influencia es clara hasta en los artistas más periféricos, desde Bosco Del Rey a Johnny Hostile.

Volviendo a ‘Bye Bye Bayou’, otra de sus grandes cualidades es el conseguir ese sonido de electro repetitivo y creciente con instrumentos mayoritariamente reales. Más allá de la base de caja de ritmos, la caja de batería está tocada por un músico e incluso en ocasiones se va ligeramente de tiempo. Ese tipo de variables humanas, que incluyen el bajo, la guitarra y por supuesto a Alan Vega en su momento más gritón y chamánico del disco, hacen que la canción crezca de forma circular, espiral, y que la tensión crezca de forma más eficaz y emocionante que el típico tema electrónico al uso.

El disco se cierra con ‘Lonely’, lo más cercano de todo a una balada de los años 50: “I’m so lonely, so lonely and blue…”, entona Alan Vega, como si fuese un crooner maniático, con tics, que gime de pena y a la vez se retuerce. Debajo, tan solo un ritmo sencillo y el disfuncional sonido de una guitarra con un poco de efecto «flanger». El cierre perfecto para un disco fascinante que trajo muchas satisfacciones a Alan Vega, que llegó incluso a fichar por el sello Elektra poco después, y que le trajo incluso a España, en una recordada aparición en La Edad De Oro ya en 1983, en la que permanecía intacta su actitud irritable mientras pedía a ese público ligeramente litronero que poblaba los estudios de TVE que “se callase de una puta vez”.

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