Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘The Heavy Blinkers’ de The Heavy Blinkers

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Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘The Heavy Blinkers’ de The Heavy Blinkers

heavyblinkers

Título: The Heavy Blinkers
Artista: The Heavy Blinkers
Sello: Outside Music (2000)

En el año 1999 los Heavy Blinkers, un quinteto de Halifax (Canadá), se propusieron recrear el dorado sonido de California en una ciudad que tiene una media de 25 días de nieve al año. Era abril, y Jason MacIsaac pasó el mes entero en los estudios East of Idea junto a un grupo de músicos recientemente reclutados para la grabación. Acabaron grabando hasta 21 canciones en un verdadero torrente de inspiración. Pero el frío -además de ser un habitante habitual en los estudios- forma el carácter e influye en el arte también, de manera que el sonido de esta banda tuvo siempre la ensoñación del pop de la Costa Oeste pero también mucho de la disciplina melódica bien construida del pop escandinavo. Jason, contactado por JNSP para este artículo, lo confirma: “Creo que no vas desencaminado. Desde finales de noviembre hasta mediados de marzo (como mínimo) es básicamente invierno aquí, pero al vivir en una ciudad portuaria, el océano nunca está a más de diez minutos de distancia. Sin duda creo que las letras y arreglos de nuestra música sintetizan estos dos aspectos. Si observas nuestra discografía, hay docenas y docenas de referencias al océano, al verano y al invierno”.

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En los meses posteriores el grupo se dedicó a construir los arreglos de aquellas composiciones, y añadir ricas instrumentaciones con gran atención al detalle. MacIsaac lo explica: “por aquellos años Andrew Watt (co-compositor) y yo estábamos muy obsesionados con Brian Wilson, creo que no se puede explicar de otra manera. Yo al menos había caído en esa trampa tan frecuente, propia de los músicos jóvenes influenciados por él: «vamos a intentar recrear el sonido EXACTO de los álbumes de los Beach Boys». Por suerte para mí no todo el grupo estaba interesado en hacer ‘Smile’ parte 2, y sus influencias más modernas ayudaron a que el álbum no se convirtiese en una especie de plagio anacrónico”. El resultado, publicado ya en 2000, debe obviamente mucho al influjo de Wilson, pero su imaginería atlántica, sus grandes melodías y su candidez muy personal trascienden esa alargada sombra, y lo convierte en un majestuoso disco de pop, casi olvidado catorce años después. Es quizá la cumbre secreta de este género “replicante” que floreció a finales de la década de los 90.

Y entre esos elementos que hacen el sonido de este disco diferente, ajenos a las intenciones iniciales de Jason, está la voz extraordinaria de Ruth Minnikin, que aleja las partes vocales de la esfera wilsoniana para plantarlas directamente en algo muy parecido al pop de Natalie Merchant de los 10,000 Maniacs. La combinación es irresistible, y el disco la restringe a canciones escogidas, pero clave. No en vano, ocurre con la que abre el disco, la luminosa ‘All That’s Left Are Waves’.

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Guitarras de doce cuerdas, mellotrones, pianos, órganos y secuencias de acordes que recuerdan sobre todo a los Beach Boys pero también a Love, los Byrds y los Doors, es decir, la crema del pop de la Costa Oeste. Letras de naturaleza siempre más visual y sonora que narrativa, que en esta canción alcanzan cotas de surrealismo color pastel (“It’s like a cherry bomb explosion when I call your ballerina, Farfisa to me“). La inspiración para esta canción vino, según Jason, de “un cuadro que colgaba de mi pared, de una mujer en un trigal mirando a un granero”. Sobre la voz de Ruth, curiosamente Jason comenta que nadie les había mencionado a Natalie Merchant antes: “aunque compararon su voz con Karen Carpenter bastante”.

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A partir de ese punto de partida el disco va desgranando, como caramelos, concisas piezas de pop wilsoniano que podrían acercarse al temido pastiche si no fuese porque suena personal, indie, y porque más de una melodía podría haber merecido ser parte del canon de los hermanos Wilson, como la excelente ‘Dressing Down’. La concisión se extrema en algunas piezas, que no llegan al minuto de duración, y que actúan casi como signos de puntuación musicales, apuntes de ideas que quizá podrían haberse convertido en canciones de tres minutos pero que quedan como meros caprichos efímeros para maravillar al oyente. La primera de ellas es ‘He’s Not A Bum’, que Jason compuso “como respuesta a ‘He’s a Bum’ de Dennis Wilson. Mi padre, como el personaje de su canción, era marinero”.

You Can Heal’ gira como un carrusel a ritmo de 3/4, añadiendo a cada vuelta órganos, campanadas y Theremins, pero una vez más es la canción lo que importa: una sinfonía en loop que canta al dolor de corazón obsesivo, que a veces no tiene cura porque viene de otra parte (“sé que puedes curar todo lo que le pase a mi corazón. Pero es mi cabeza”). Timbales de orquesta, vientos exuberantes, hasta que la microsinfonía concluye. Para dejar paso a quizá la mejor canción del disco, y de hecho una de las mejores del año 2000: ‘Pennycandy On The Brain’, una oda al lujurioso placer infantil de los dulces, a la euforia del subidón de azúcar, una pieza inspiradísima y arreglada soberbiamente.

“Cigarrillos dulces de Popeye / collares de caramelo / Cap rockets y escalofríos / Like-m-aid y Pez (…) Ir a la tienda de dulces es aquello en lo que consiste la vida”… un retrato costumbrista del ritual de la tienda de chucherías, tan esencial en la experiencia de ser niño en los 70/80. La instrumentación la completa un magistral arreglo de cuerda, con vibrato de Hollywood clásico, un sonido inusual en los discos de pop en la época, y que curiosamente anticipaba el arreglo orquestal de timbre añejo que Benjamin Biolay haría casi estandarte propio en su debut del año siguiente. Jason: “escribí los arreglos de cuerda junto a un compositor de Halifax llamado Warren Robert. Creo que intentábamos conseguir un efecto similar al de las melodías de cuerda al unísono del disco ‘Hawaii’ de The High Llamas, aunque no estoy seguro. Tratábamos de hacer que sonasen jóvenes y llenas de esperanza, dado el tema de la letra. Siempre me gustaron los saxofones en esta canción, y el silbido del tren de juguete”. Sobre la temática infantil: “de nuevo, tomamos prestados (léase «robamos») algunos de los temas de las letras de ‘Smile’, y uno de los principales eran la niñez y la inocencia. El escoger esos temas nos permitió dar a los arreglos un toque de extravagancia y nos ayudó a tomarnos menos en serio a nosotros mismos, algo de lo que se nos podría haber acusado en años posteriores. Recuerdo haber hecho recopilatorios en CD con música para inspirarnos para el álbum y usé bastante una serie de músicas de pianos de juguete, fueron muy inspiradoras. Así que no me sorprende que muchos elementos infantiles acabaran permaneciendo, ya sea en lo musical o en las letras. Intentábamos hacer un disco que se sintiese como una brisa”.

‘Pennycandy On The Brain’ desemboca casi sin pausa en ‘Say There Honey’, otra maravilla minúscula entre el fraseo vocal de Brian Wilson y las mágicas secuencias de acordes de piano de Burt Bacharach, todo en 43 segundos. Jason: “Los Blinkers siempre han tenido al menos una canción irritantemente corta por disco. En general, supongo que la idea de grabar pequeñas suites y fragmentos modulares de canciones está sacada más o menos directamente de ‘Smile’”. Al igual que la intención de adornar las canciones con atención y delicadeza a base de metales, orquestas, timbales y órganos y guitarras “pedal steel”. Jason recuerda esos meses de detallada grabación: “Por aquel entonces los estudios Idea Of East eran conocidos sobre todo por ser donde el grupo Sloan había grabado su ‘One Chord To Another’, inspirado en el sonido de los Beatles, un disco del que yo era muy fan. El estudio estaba en medio de ninguna parte, y decidimos alquilarlo durante un mes completo y grabarlo todo nosotros, ya que Andrew ya era ingeniero de sonido antes de ingresar en el grupo. Recuerdo pedir muchas pizzas, a todo el mundo llevando extravagantes sombreros de cazador y larguísimos y alocados días. Grabamos todo en cinta magnética”.

La sección intermedia del disco abre el abanico estilístico de manera refrescante, gracias al pop con Farfisa de los 60 de ‘Happy Birthday Baby’ y la delicadísima balada ‘From The Barnyard’, que encierra ecos de la música melódica al piano de los primeros 70, entre los Carpenters y Harry Nilsson, pero en este caso en un tema dedicado a un pollo que, encerrado en una pollería industrial, sueña con volar al espacio. La canción está llena de ingeniosos juegos de palabras (¿a quién más se le ocurriría rimar “fear” y “atmosphere” con “la estación Mir”?). Más textos interesantes en ‘Instruments Of Love‘, otro excelente ejercicio de estilo sobre la decadencia del amor (“mi ímpetu amoroso ha desaparecido casi del todo / y tengo la sospecha solapada de la situación en la que estamos“), abriendo también los temas del disco, que basculan entre los recuerdos de infancia, expresados más sensorialmente con referencias a norias, confetti (‘Rise And Glide’), olores y sabores (helados, caramelos), y las referencias a las relaciones amorosas y sus “conspiraciones” (‘Instruments Of Love’). Una de las críticas del disco de los Heavy Blinkers del año pasado, ‘Health’, decía que trataba sobre “las cumbres y las cunetas de los sueños de infancia y las decepciones de la vida adulta”, una frase que bien podría describir temáticamente este álbum también.

‘Ten Little Firefighters’, ‘Rise And Glide’ y ‘Miss Fire Prevention’ (llena de wilsonismos polivocales) forman una suerte de suite sobre bomberos, fuego y recuerdos de infancia, que conduce directamente a otra de las piezas más entrañables de este disco: ‘Chaplin’s Christmas’, canción que ha figurado recurrentemente en las recopilaciones navideñas de quien suscribe. Jason se explica: “Las estrofas están sacadas de una canción que escribí cuando estaba en el instituto. El estribillo lo escribí diez años después. Y es cierto: Charlie Chaplin murió realmente el día de Navidad. Además de llevar siempre alguna canción súper corta, todo disco de los Heavy Blinkers ha llevado siempre una canción navideña de algún tipo, no sé por qué”.

El instrumental ‘Boxing Day Blues’ y ‘Hey Hey You’ desembocan en ‘Summer Won’t Ask You Twice’, otra de las maravillas escondidas del disco, una hermosa canción de pop de nuevo con Ruth Minnikin a cargo de la voz principal, y objeto del único clip promocional del grupo para este disco.

El toque magistral lo provee la guitarra “pedal steel” a cargo de Dale Murray, que se funde sutilmente con el sonido de las trompetas. Jason: “Dale ha tocado la «pedal steel» en todos los discos de los Blinkers, incluido el último. Por aquel entonces salía con nuestra cantante Ruth y tocaban juntos en un grupo de Alt Country llamado The Guthries, cuyo primer disco grabó Andrew”.

Siguen, hacia la conclusión, ‘Beacon In The Sun’ con sus aires bacharachianos, la breve y encantadora ‘The Inchworm’, y ‘Marmalade’, más pop sensorial con “pedal steel” y dobles entendidos (Jason: “es una canción que trata sobre el sexo veladamente”). “Por la noche me tira la mermelada / La mermelada me excita (…) La pegajosa situación en la que me encuentro me recuerda a la mermelada / Mi novia es como la mermelada, se conserva tan bien”.

Free Hawaii’ cierra con perfección el álbum, una canción al estilo hawaiano grabada con el grupo cantando reunidos en círculo en el estudio, un ambiente que la toma recoge perfectamente. Jason: “Todos los nombres hawaianos que recitamos en la letra los sacamos de una caja de discos de música hawaiana que me habían regalado, no sé si los pronunciamos correctamente. Fue divertidísimo grabar todas esas voces, al final lo hicimos todo en directo en el estudio, y la risa histérica es mía. Cantamos alrededor de un micro, a oscuras. Es uno de mis recuerdos favoritos de toda la grabación”.

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