La banda sonora a cargo del oscarizado -por ‘Babel’ y ‘Brokeback Mountain’- Gustavo Santaolalla, se compone tan pronto de una versión de ‘Creep’ de Radiohead y de ‘Baby Jane’ de Rod Stewart en plan mariachi, como de ‘Cielito Lindo’ por Plácido Domingo o algunas notas del compositor noruego del siglo XIX Edvard Grieg. Pero que no se asusten los que aborrezcan los musicales, pues su armonía confluye con la gran cantidad de color de una fecha tan señalada para los mexicanos como es el Día de Todos los Difuntos. La estética frondosa en colores y tonalidades, en manos del director y dibujante mexicano Jorge R. Gutiérrez, se aleja, para su mayor reputación, de producciones como las de Disney o Pixar grabadas a sangre y fuego en nuestra memoria.
En el cine de animación no estamos acostumbrados a contemplar historias en las que la muerte y lo macabro es el señuelo esencialmente, ni a que los vivos y los muertos dialoguen con humor y dolor. Tim Burton sí puede presumir de ese distintivo por ‘Frankenweenie‘ o ‘La novia cadáver’, junto a Henry Selick en ‘Pesadilla antes de Navidad’ o en menor medida también ‘Los mundos de Coraline‘. ‘El libro de la vida’ equipara lo siniestro al paraíso del color, sin faltar el brillo ni la locura.
Una locura en torno a dos amigos que, siendo muñecos de madera (uno es torero y el otro soldado), comienzan a disputarse el amor de María desde que son unos niños. Sí, la historia puede pecar de convencional, pero no deja de ser una explosión en lo expresivo. Y si en lo narrativo sí se podría exigir más audacia, queda sobradamente compensado por unos personajes imaginativos, llenos de ternura, que sin dramatizar honran la memoria de las personas que ya no están, además de sopesar hasta dónde puede llegar el valor de la amistad. 7,5.