Tras un prólogo que avanza en esa dirección malickiana, vemos a la cantante en la cornisa de una azotea. Tras desprenderse de la capucha que le cubre la cabeza, se lanza al vacío como hace también en el prólogo (no puede ser casualidad) la protagonista de la influyente ‘Ghost in the Shell’ (1995). A continuación se desarrolla una secuencia onírica, un sueño líquido que, visual y técnicamente, parece una versión estilizada y muy perfeccionada de los planos subacuáticos que ya insertó el propio Kahlil Joseph en el vídeo ‘Until The Quiet Comes’, de Flying Lotus. Este sueño, que amenaza con transformarse en pesadilla, acaba desaguando por una puerta de salida a una calle, a un barrio negro que parece extraído de una película de Spike Lee. Beyoncé, vestida de Cavalli, canta ‘Hold Up’ mientras “hace lo que debe”, como en la icónica película del director (‘Haz lo que debas’).
Después de utilizar el barrio como gran piñata, los directores siguen combinando formatos, texturas fotográficas y rimas visuales hasta llegar a un entorno suburbano. Beyoncé canta ‘Don’t Hurt Yourself’ acompañada por una retórica hip-hopera: amenazantes planos contrapicados y desafiantes travellings de aproximación. Una canción que se verá interrumpida por una secuencia que es toda una declaración de intenciones: un discurso de Malcolm X («La persona más marginada de América es la mujer negra») potenciando las imágenes documentales de varias mujeres negras mirando a la cámara.
Esa referencia a la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana parece entroncar, de forma irónica y metafórica, con los dos siguientes espacios donde la cantante interpreta ‘Sorry’. Por medio de una rendija de memoria (formato apaisado, fotografía en blanco y negro), nos transportamos a dos lugares: el interior de un autobús, donde un grupo de pasajeras, sentadas muy significativamente en la parte de atrás (como en los tiempos de la segregación), esperan ataviadas con pinturas tribales (¿de guerra?), y a una mansión sureña, de claras reminiscencias del pasado esclavista, donde las bailarinas realizan una divertida coreografía en uno de los pocos momentos realmente festivos que tiene el filme.
De una Beyoncé ataviada como una reina nubia pasamos a una de las secuencias más potentes de la película. A través de un lento travelling la cámara -y nuestra mirada- avanza por un estrecho pasillo que parece fotografiado por Benoît Debie (‘Enter the Void’, ‘Lost River‘) y extraído de una pesadilla lynchiana o noeniana (de Gaspar Noé). Un inquietante espacio mental que abre una puerta/ventanilla a unas calles nocturnas iluminadas por luces de neón por las que transita, dentro de una limusina que podría estar conducida por Travis Bickle, una sugerente y ardiente cowgirl de medianoche.
El fuego purificador limpia las calles y da paso a una cowgirl mucho más luminosa, montando a caballo y cantando un tema de resonancias country en las festivas avenidas de Nueva Orleans. Una mirada al pasado (sus abuelos son de Lusiana) materializada en las escenas familiares y vídeos domésticos que aparecen insertados a modo de fragmentos de memoria. Una celebración que parece coronar con un bautismo. La acuosa ‘Love Drought’ está ilustrada por medio de una estética religiosa, muy nueva era, donde unas sacerdotisas caminan entre las aguas del bayou de Luisiana y saludan a un nuevo mañana.
El mañana lleva la firma de Mark Romanek, una leyenda del videoclip (‘Perfect Drug’, de Nine Inch Nails, ‘Bedtime Story’, de Madonna) y autor de la reivindicable ‘Nunca me abandones’ (2010). Sin embargo, aquí no hace honor a su prestigio y firma el gran paso en falso de la película. Un pretendido clímax emocional que, por culpa de una relamida y empalagosa estética, se torna en un risible anticlímax. Todo lo contrario que el clip que le sigue, una emotiva miniatura interpretada por James Blake e ilustrada, sin el énfasis pegajoso de Romanek, por retratos de mujeres que contienen otros retratos: los de sus familiares asesinados por la policía.
‘Freedom’, con la cantante sobre un escenario y un público vestido con trajes de época, parece una representación, una reunión a modo de exorcismo de las hijas de las hijas de las hijas de las esclavas que vivieron en las plantaciones de algodón durante el siglo XIX. Un paseo epifánico por sus ruinas que sirve de punzante preludio para el final de la película. «La vida me dio limones, e hice limonada», dice la abuela de Jay-Z. ‘All Night’, canta Beyoncé. Un montaje con imágenes de vídeos domésticos, llenos de muestras de cariño, dan por terminada esta limonada de ideas y referencias, aciertos y desaciertos. Pero, por si acaso la mezcla final tenía demasiado azúcar, la inclusión a modo de bonus track del fabuloso vídeo de ‘Formation’ le da al último sorbo el punto justo de acidez.