No soy el primero que lo escribe, pero la visión o, mejor, avistamiento, de ‘Berserker’, me ha recordado al de hace cuatro años cuando me topé casi sin querer con ‘Diamond Flash‘, el deslumbrante debut de Carlos Vermut. Aunque esta vez la sorpresa ha sido relativa -no es la primera película de su director y se venía hablando mucho de ella desde su estreno en el festival de Sevilla- la impresión ha sido muy parecida.
‘Berserker’, incluida dentro de la programación del ya indispensable Atlántida Film Fest, es una joya más de ese «otro cine español» que antes llamábamos «invisible» o «inédito» pero que ahora, gracias a la consolidación de las (benditas) plataformas digitales, podemos ver y rever hasta aprendérnoslo de memoria. Perseguir películas por festivales off-line o programas de intercambio en Internet puede que tuviera su encanto, pero verlas dónde y cuándo quieras, en HD y con subtítulos inteligibles (y en cristiano), es muchísimo mejor. Aunque, obviamente, todavía se queda mucho cine en las cunetas, nunca los márgenes fueron tan estrechos y visibles.
La segunda película de Pablo Hernando tras ‘Cabás’ (2012) es uno de los thrillers más fascinantes y felizmente desconcertantes vistos en los últimos años. Es como si Fincher y Antonioni se hubieran conocido y hubieran decidido pasar unos días juntos en Madrid haciendo un mumblecore con Cavestany de ayudante de dirección. ‘Berserker’ empieza como una novela negra escandinava (con una cabeza cortada pegada a un volante de un coche), continúa como una comedia costumbrista con toques de post-humor (el protagonista es un madrileño que nunca ha ido a la sierra y solo come patatas), sigue como un drama generacional (jóvenes en crisis, pisos compartidos con gotelé, fuga de cerebros), avanza como un (apasionante) relato detectivesco, retrocede como… se detiene… termina…
A pesar de lo que pueda parecer, no estamos ante una película caprichosamente críptica que mira al espectador con la barbilla más levantada que las orejas. Al contrario. Si algo sorprende en ‘Berserker’ es la facilidad que demuestra su director para cogernos fuerte de la nuca y sumergirnos en el relato durante hora y media sin dejarnos respirar ni una sola vez. Hernando «ha escrito un crimen», le ha puesto cara (Ingrid García Jonsson y un magnético Julián Génisson), escenarios (un Madrid de interiores y exteriores desangelados), música (la inquietante banda sonora Aaron Rux) y lo ha filmado y montado todo con una inteligencia narrativa y una capacidad de sugerencia apabullante. 9.