Música

Lori Meyers / En la espiral

Que un disco comience con una canción llamada ‘Vértigo I’ y se cierre con otra llamada ‘Vértigo II’ sólo puede esconder algún tipo de ambición conceptual. Lori Meyers, hacedores de algunos de los hits indiemainstream más significativos de los últimos años, con ‘Mi realidad’ sumando 8 millones de reproducciones en Spotify y ‘Emborracharme’ y ‘Luces de neón’ alrededor de 6, no han querido ir esta vez al hit directo durante gran parte del minutaje de su sexto álbum, ‘En la espiral’. Así, el disco se abre presentando ambientaciones densas en sintonía con esos Mike Oldfield y Supertramp a los que citan en las entrevistas, para dar lugar después a una amalgama en la que caben muy diferentes tipos de ritmos e influencias.

Una de las canciones más sorprendentes es ‘Zona de confort’, en la que Lori Meyers parecen haberse propuesto huir de la misma comenzando como un número muy Paul Simon y un poco ‘Sabotatge’ de los últimos Manel, para luego derivar hacia un final instrumental más rockero sin renunciar a los tintes indie pop, ligeramente cósmicos y psicodélicos. A continuación, ‘Organizaciones peligrosas’ presenta un ritmo más disco-funk, como ‘Heart of Glass’ pasado por el filtro de Danger Mouse en sus producciones para Black Keys o de las más oscuras de James Ford para los últimos Arctic Monkeys. Alguien podrá criticar que Ricky Falkner sea el productor en España que lo hace todo, ¿pero para qué llamar a otra persona, cuando él, lo que hace, lo hace tan bien?

Otra cosa es el mensaje que Lori Meyers va dejando en esa primera mitad del disco, más confuso o tibio. Aunque el grupo se define como «apolítico» y se empeña en afirmar que a lo sumo refleja cierto desencanto social, el lenguaje utilizado en ‘Evolución’ parece una llamada a las calles, entre esa «noticia llena de terror en televisión», ese «hemos optado por la destrucción» o «esa conducta que nos retiene en esta prisión». Aparte de que la insistencia en la rima en «-ión» es tan facilonga como inelegante, cuando llega una canción como ‘Zona de confort’, solo cabe la -glups- «decepción». ¿Realmente es una recreación del amor con ecos de ‘Santa Lucía’ con esa mención a la «revolución»? ¿Acaso se está reivindicando el derecho a estar de fiesta en veranito a lo Beastie Boys? ¿Se está ironizando sobre ello con el título?

La misma ambigüedad (o falta de decisión) la encontramos en las poco definidas menciones a conceptos como la «corrupción» o la «abstención» que, aunque parezcan poco vinculados a la política en este caso, no pasan desapercibidas al oído por la poca cantidad de veces que aparecen en la música pop. No, no termina de quedar claro cuáles son las intenciones de Lori Meyers ni hasta qué punto pretender ser ambiguas. Ellos dicen que todo el mundo es bienvenido en su «hostal Pimodán», pero hay alguien que no cabe a tenor de lo oído en ‘Organizaciones peligrosas’: todos aquellos que nos impiden «ser libres al fin antes de morir», los «medios de comunicación» y aquellos que juegan «con nuestra libertad sin piedad». ¿Los banqueros, los gobernantes? ¿De verdad el grupo es «apolítico»?

No soy muy partidario de que los grupos se metan en política, porque no se les suele dar bien, pero que Lori Meyers no hayan querido terminar de hacer un disco que abiertamente vincule cierto malestar personal con el malestar social, de lo concreto a lo general, es decepcionante, porque es la lectura más interesante de ‘En la espiral’. No a los grupos politizados por obligación, pero no también a las medias tintas. Por suerte, la segunda mitad del álbum presenta una ristra de canciones que funciona de manera independiente al margen de ambiciones, densidades y juegos entre lo personal y lo social. Si en la primera, el estribillo de ‘Pierdo el control’ sonaba algo forzado, ‘Océanos’, del guitarrista Alejandro Méndez, es claramente la canción eje del disco, no en vano situada justo en la mitad, con seis canciones por delante y seis canciones por detrás. Se trata de una bellísima composición sobre estar atrapado en el pasado, que se corresponde con el gusto que Lori Meyers siempre han tenido por las armonías sesenteras (Los Brincos, Los Módulos, Los Ángeles). A continuación, ‘1981’, otra bonita balada «nunca me abandones», esta vez a cargo de Noni y en la que funcionan igual los punteos más propios del indie pop británico o de R.E.M., que los guitarrazos eléctricos y el teclado a lo The Doors. Remontada que se confirma con la evocadora ‘Eternidad’ y el single ‘Siempre brilla el sol’, que sabiamente se ha reservado para casi el final. No parece estar calando tanto como otros de sus singles antiguos, pero cuesta creer que no vaya a ser una favorita de sus directos ad eternum aunque solo sea por su carácter repetitivo y edificante.

‘Un nuevo horizonte’ confirma la vía del escapismo para huir de la ansiedad que menciona ‘No estoy solo’ y ‘Vértigo II’ quiere cerrarse con la calma en contraste con la bruma con la que se abría el disco. Con sus contradicciones y tiros errados, este álbum deja preguntas como si Lori Meyers se quedan en esa «espiral» a la que alude el título o, en verdad, salen de ella como parecen sugerir hacia el final. Pero también deja un puñado de buenas ideas, de teclados mucho más elegantes que en su pasado, y de canciones que vuelven a demostrar que la banda se mantiene inquieta y que es una buena retratista del amor y su importancia como refugio para hallar la felicidad. Noni Meyers se muestra culpable y muy vulnerable en algunas letras, pero la paz que aportan los coros de su pareja Anni B Sweet, en los hermosísimos finales de ‘1981’ o ‘Todo lo que dicen de ti’, son el remanso perfecto para los momentos en que sientes que la vida es una mierda.

Calificación: 6,9/10
Lo mejor: ‘Eternidad’, ‘Océanos’, ‘1981’, ‘Siempre brilla el sol’
Te gustará si te gustaban: Lori Meyers, pero les pedías algo más porque te estás haciendo mayor.
Escúchalo: en Spotify.

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Publicado por
Sebas E. Alonso