Lo mejor de ‘T2: Trainspotting’
1. El gag del principio. Superar la vigorosa secuencia de apertura a ritmo de ‘Lust for Life’ del primer ‘Trainspotting’ era casi imposible. Por eso, la habilidad de Danny Boyle para darle una vuelta irónica, comenzando la secuela con Ewan McGregor corriendo… de otra manera, es digna de aplauso.
2. Tiene subidones. ‘T2: Trainspotting’ avanza con la fluidez de un tren de mercancías del siglo XIX. Sin embargo, entre tanto frenazo, tiempo muerto y acelerón, hay algunas paradas que merecen la pena: la presentación de los personajes, el emotivo final a modo de homenaje autorreferencial o la enérgica y muy significativa secuencia del reencuentro y posterior persecución de Renton por «Franco». Si en la primera Mark huía de su futuro, aquí lo hace de su pasado.
3. La banda sonora mola. Vale, no tiene ni de lejos la fuerza icónica y la importancia narrativa que tenía en el primer ‘Trainspotting’. Pero hay que reconocer que las canciones que suenan en esta secuela, tanto las de artistas modernos (Young Fathers, Wolf Alice) como de clásicos (Frankie Goes to Hollywood, Blondie, Queen, The Clash…), le van como la aguja a la vena al tono nostálgico que planea por toda la película.
Lo peor de ‘T2: Trainspotting’
1. Pero, ¿qué me estás contando? Reunir veinte años después a los carismáticos protagonistas de una película icónica siempre genera curiosidad y cierto morbo. Pero su impacto dramático es de corto alcance. Si después de conocer «qué fue de…» y del pertinente reencuentro, la película no ofrece mucho más que un constante guiño-guiño, codazo-codazo, uno acaba con la misma cara de interés por la trama que la que tiene Spud por la vida. ¿Chistes sobre Viagra? ¿De verdad?
2. Su estilo visual (des)gastado. Toda la fuerza y la coherencia estilística que hizo de ‘Trainspotting’ una experiencia visual inolvidable, se convierte en esta secuela en un popurrí formal más o menos llamativo, pero sin mucho sentido y algo anacrónico. La estrategia de Boyle parece clara: buscar constantemente la complicidad del espectador iniciado a base de intercalar rimas visuales con el film anterior.
3. «Elige… no repetirte». La famosa diatriba nihilista con la que se abría ‘Trainspotting’ es redefinida aquí de la peor forma posible: con una perorata forzadísima y a destiempo que, independientemente de que la suscribas o no, tiene el mismo efecto dramático que alguien hablando de política en una clase de yoga. No es el lugar ni el momento. 5,9.