Música

Justicia para Chairlift: la relevancia de su collage único

En su libro de 2011, ‘Retromanía: la adicción de la cultura popular a su propio pasado’, Simon Reynolds identifica el inicio de la ola electropop revivalista de 2008 y 2009 cabalgada por artistas como Lady Gaga, La Roux y Little Boots con la efervescente escena electroclash de finales de los 90 y principios de los 2000 precedida por Daft Punk, Fischerspooner o Miss Kittin. 2008 fue el año en que conocimos a Gaga y apuntábamos que sonaba a la Christina Aguilera electrónica de ‘Keeps Gettin’ Better’ cuando esta ya sonaba a los Goldfrapp de ‘Strict Machine’ cuando estos ya sonaban a Ladytron. Esta obsesión con la electrónica de finales de la década pasada no ha desembocado sino en un revivalismo mucho mayor y todavía vigente de absolutamente toda la música que se hizo en los ochenta, desde el romantic de Depeche Mode reivindicado por Hurts hasta el pop hedonista de Debbie Gibson recuperado por Kristin Kontrol hasta la balada de baile de fin de curso de Whitney Houston reinterpretada por Blood Orange.

En 2012, Chairlift ya llegaban un poco tarde a esta moda con ‘Amanaemonesia’, el tercer single de su segundo disco, ‘Something’, y uno de sus números más brillantes, una composición de synth-pop implacable sobre la falsa magia de las drogas, en la línea de la nueva ola alemana de Nena, con un estribillo infalible, voces operísticas, campanillas y un puente sublime donde la misteriosa narración hablada de Patrick Wimberley daba paso a unas melodías vocales de Caroline Polachek que llevaban la canción directamente al cielo. Su vídeo, grabado en estética VHS y en el que una Polachek disfrazada de pastilla bailaba graciosamente cual profesora de aerobic de los ochenta encima de una lengua humana, es uno de los grandes artefactos retro que ha dado el pop esta década. ¿Cuánto importa lo tarde que llegara?

Con ‘Something’ habían pasado cinco años desde el debut de Chairlift, ‘Do You Inspire You’, un lustro durante el cual la música popular había dado paso a otros iconos retro como Lana Del Rey, The xx o Bruno Mars. El dúo formado por Polachek y Wimberly (antes un trío), sin embargo, dio en su segundo disco con canciones tan buenas que del primero prácticamente nadie se acordó más allá de sus singles. Precisamente, Chairlift es una de las ausencias notables del libro de Reynolds junto a The Ting Tings (también lo son MGMT y Crystal Castles por otras razones) porque ambas bandas formaron parte de la generación de artistas que halló el éxito comercial gracias a un anuncio de iPod con canciones puramente retrospectivas bastante antes de la explosión electropop de 2009. No hay que olvidar que el debut de The Ting Tings se titulaba ‘We Started Nothing’.

El primer pequeño éxito de Chairlift, ‘Bruises’, no era electro sino más bien un homenaje nada discreto a los The Cure más pop, los de ‘The Head On the Door’. La juguetona melodía vocal de Polachek en esta canción, la irresistible simplicidad de su base rítmica, la jugosa línea de sintetizador del puente y la sonoridad de esos «black and blue» de su estribillo construían un clásico del pop contemporáneo que se mantiene fresco hoy en día. Este sonido tenía continuidad en el disco en canciones como ‘Planet Health’, un medio tiempo arrebatador que sonaba a esos mismos The Cure pero con una pátina de Prince, o ‘Evident Utensil’, que era como un clásico perdido de los B-52s versionado por los Sugarcubes. La misma voz de Polachek, a veces suave, otras operática, temblorosa y exaltada, parece una fusión alocada de Björk, Imogen Heap y Kate Bush.

No son precisamente «cool» los 80 que reivindican Chairlift: Peter Gabriel, A-Ha o Pat Benatar parecen otras influencias (voluntarias o no) en su sonido y parece que su fetiche por los ochenta más melódicos es clave en que sus canciones hayan perdurado más allá de modas. Es pertinente apuntar que el vídeo de ‘Evident Utensil’ empleaba la técnica nostálgica de «datamoshing» en 2008 antes que Kanye West lo hiciera ese mismo año o después lo recuperaran David Bowie, Unknown Mortal Orchestra, Beach House o Calvin Harris, pero mucho más lo es recordar que una canción tan perfecta como ‘I Belong in Your Arms’ de su segundo disco no sonara a otra cosa que a un clásico de Belinda Carlisle o que ‘Met Before’ fuera esencialmente un hit llenaestadios perdido de Bananarama.

En su entrevista para The Guardian de 2016, Chairlift reconocía que es «un tanto complicado hacer música y estar en internet en una época en que la apropiación cultural está en boca de todos, cuando Nueva York es una mezcla de tantas culturas diferentes». Hablaba de su último trabajo, ‘Moth’, ya el último que escucharemos de Chairlift, por los diversos sonidos de sus canciones, que evocaban tanto Chicago (‘Moth to the Flame’) como Tokio (‘Ottawa to Osaka’). Pero el sonido de Chairlift es precisamente eso, un «collage» de influencias. ‘Wrong Opinion’ ya contenía texturas siniestras en la línea de Depeche Mode, Tears for Fears o Stereolab. Que Chairlift mire a otras culturas es incluso natural porque su sonido siempre ha sido puramente retrospectivo y global.

Pero ‘Moth’ consiguió ubicar a Chairlift a medio camino entre el pasado (influencias), el presente (producción) y la atemporalidad de su idiosincrático estilo sonando, sobre todo, a Nueva York (R&B, jazz, disco). En muchos sentidos, ‘Moth’ sublimó las aspiraciones comerciales de Chairlift después de su colaboración con Beyoncé en un disco tan extraño como siempre pero más apto que nunca para la radiofórmula. ‘Ch-ching’ era la canción perfecta para dar este paso, un número de R&B y hip-hop explosivo con vientos brillantes y arreglos burbujeantes, mientras ‘Crying in Public’ presentaba una de sus melodías más hermosas contándonos la historia de un lamento urbano, cuando Caroline llora en el metro abrumada por la belleza de las pequeñas cosas de la vida y logra extraer trascendencia de un instante mundano.

La separación de Chairlift no será nunca justa sin una reivindicación apropiada por su parte de ‘Polymorphing’, para quien esto escribe la mejor canción del grupo. ‘Polymorphing’ habla de las diversas formas que el ser humano adopta ante el amor y es un número de R&B suave irresistible, como de un Al Green adulterado, con la que el dúo conseguía asentar su sonido en 2016 de manera más firme que nunca gracias a un estribillo que evocaba la nostalgia errante de un CD rayado y, sobre todo, gracias a un puente espectacular en el que la parte que va del «everybody just calm the fucking down» de Wimberley, los delirantes «polololololomorphing» de Caroline y su grito de terror final hasta la melodía vocal final que abre los cielos al oyente constituía uno de los momentos pop más brillantes de los últimos tiempos.

Así que sí, la separación de Chairlift supone una gran pérdida para el pop actual. En un 2017 en que parece más claro que nunca que la verdadera innovación pop es imposible, cuando Adele vende millones de copias de sus discos de soul blanquito y Bruno Mars triunfa sonando exactamente a las canciones que él escuchaba de pequeño, cuando incluso innovadores como Frank Ocean realmente no lo son tanto, cuando productos retro destilados y estériles como los últimos trabajos de Taylor Swift y Ed Sheeran son número uno en ventas, cabe preguntarse si algunas de estas obras fascinará o perdurará como lo ha hecho el repertorio de Chairlift. De momento su separación nos hace ver con perspectiva que las buenas canciones sobreviven a las modas, miren estas al pasado o al futuro. Y a Chairlift les sobran.

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Publicado por
Jordi Bardají
Tags: chairlift