1. El signo de admiración del título. Es la mejor metáfora de la película. ‘Madre!’ es Polanski!, Buñuel!, Von Trier!. Es ‘La semilla del diablo’ narrada entre dolores de parto, ‘El ángel exterminador’ contada con cuarenta de fiebre o ‘Anticristo’ vista con los ojos desorbitados por el miedo. Aronofsky no engaña a nadie: toda la película está concebida como un inmenso grito, la puesta en escena de un alarido cósmico que hace retumbar el universo.
2. La tensión es masticable. ‘Madre!’ comienza como un thriller de invasión doméstica, un ‘De repente, un extraño’, y acaba… como acaba. Al igual que hizo en ‘Cisne negro’, su otra película polanskiana, Aronofsky demuestra su enorme habilidad para transmitir inquietud y angustia. La cámara se pega a Jennifer Lawrence y nosotros subimos al calvario con ella. Cada vez que violan su espacio es como si nos respiraran desde atrás en el cine, cada vez que la golpean tenemos que cambiar de postura en la butaca.
3. El diseño de sonido. Parece difícil quitarle este año a ‘Dunkerque’ el Oscar en esa categoría, pero si hay una película que podría hacerlo es esta. La ausencia total de música hace que los sonidos cobren una especial relevancia en ‘Madre!’. Gran parte de la eficacia de la experiencia subjetiva que nos propone el director tiene que ver con su expresivo uso: los inquietantes murmullos, los golpes amenazadores, los ruidos inexplicables, el estrépito final…
4. La madre, y la futura madre. Casi todo el peso dramático de la historia que cuenta ‘Madre!’ se sustenta en el duelo que mantienen los personajes de Lawrence y Bardem, una pareja que se lleva veinte años y en la que no es difícil ver al propio director en la piel de este último. Sin embargo, la relación que de verdad echa chispas bíblicas en la pantalla es la que mantiene la novia del director con una magníficamente irritante Michelle Pfeiffer.
1. Aronofsky es peor poeta que Bardem. ‘Madre!’ quiere ser muchas cosas: un thriller de invasión, una película terror con casa encantada, la crónica subjetiva de una paranoia, una reflexión sobre la pareja, sobre la creación artística, la maternidad, la fama… Pero por encima de todo quiere ser una alegoría de amplio espectro, una gran fábula totalizadora: del Génesis al Apocalipsis. El problema es que a veces esas metáforas parecen escritas con el rodillo que usa la protagonista para pintar la casa. O son demasiado obvias –la “herida” abierta en el suelo, el corazón arrancado- o demasiado estrafalarias, como algunas de las “dantescas” apariciones del final, que recuerdan demasiado a los finales de Álex de la Iglesia.
2. Las referencias bíblicas. Siempre que Aronofsky engola la voz y se pone el traje de rabino me dan ganas de taparme los oídos y ponerme a gritar como Jennifer Lawrence durante el parto. Que si la costilla de Adán, que si el paraíso perdido, que si Caín y Abel, que si el Apocalipsis… ¿No tuvimos suficiente con ‘Noé’? 8.