Lo cierto es que el efecto barbecho puede haber funcionado, y la curiosidad por ver a una nueva generación de aspirantes, muchos de los cuales apenas hablaban cuando Carlos Lozano animaba (?) aquellas galas de su primer edición, está ahí. Sobre todo, había curiosidad por ver en qué medida se reflejarían la cantidad de cambios que la industria del entretenimiento (pop y televisión) y la manera de consumirla ha vivido en estos 3 lustros. En ese aspecto, los resultados no podían ser más decepcionantes.
Al margen de que le hayan confiado la complicada tarea a Roberto Leal –que por el momento no logra eludir el perfil de reportero de tarde: sus presentaciones musicales eran dignas de aquellas galas producidas por José Luis Moreno en tiempos oscuros y en más de un momento temimos verle dando paso a una receta de cocina o un consejo de salud– y un nuevo jurado –Mónica Naranjo, la más espontánea; Joe Pérez-Orive, el más serio y directo; y Manuel Martos, predecible y bienqueda– que como mayor novedad mostró en directo ciertas discrepancias, la sensación es que los patrones de Gestmusic y el director del programa, Tinet Rubira, guardaron una copia del guión y la estructura (se diría que de la decoración, las coreos y el vestuario también) original en una cápsula del tiempo, esperando que llegara este día. De paso, también han debido estar metidos ellos mismos en un búnker vigilando la cápsula y sin televisión con la que ver cómo han evolucionado los gustos del público y los espectáculos televisivos, porque el déjà vu
de tiempos (y males) pasados era brutal. Por seguir, hasta Rosa seguía allí.Por más que viéramos a chavales de 18 a veintipocos años (Ricky, el mayor, tiene 32 años –todo un veterano, ¿no?–) interpretando algunas canciones pop recientes –‘Break Free’ de Ariana Grande, ‘Bang Bang’ de Jessie J y… Ariana Grande, ‘Adventure of a Lifetime’ de Coldplay, ‘Cómo te atreves a volver’ de Morat, ’Don’t Cha’ de Pussycat Dolls–, parecía que los años solo habían pasado por nosotros. Ahí seguían la inexplicable tendencia a seleccionar a aquellos artistas menos personales, los más miméticos, en favor de la cuota flamenquito-españolona-cadenadialista por terribles que fueran sus interpretaciones de temas de Antonio José, Pablo Alborán, India Martínez et al –así las cosas, algunos clásicos medio salvaron la noche, como sendas versiones personales de ‘Starman’ y ‘Georgia On My Mind’; el histrionazo de ‘Purple Rain’ hubiera tenido gracia en Rupaul’s Drag Race–.
Pero, lo que es aún peor: seguía esa incomprensible necesidad de hacer del programa un dinosaurio viejo y anquilosado que avanzaba pesado, soporífero, prolongándose durante 3 horas, 3 –¡sin publi, ojo!–, con unas presentaciones de concursantes que, de manera totalmente delirante, duraban incluso más que sus propias actuaciones. No es una cuestión de acumulación, no. Y de hecho, verificando que el programa es directo real, la gala se estiró hasta media hora más de lo previsto, de manera totalmente desesperante. Pensemos que cada programa durará todo ese precioso tiempo de nuestras vidas. Estamos seguros de que el papel de Guille Milkyway, Los Javis, Noemí Galera y las profesoras de Yoga y Vida Sana (epítome del tópico estilo de vida del pop y el rock, como todos sabemos) nos darán buenos momentos televisivos –que, por otra parte, podremos ver en su web o en redes sociales al día siguiente o cuando nos apetezca–, pero, señores de La Trinca, Tinet, señores funcionarios de RTVE: piensen que anoche pudieron perdernos a algunos para siempre. 4.