Título: ‘Destroy Rock & Roll’
Artista: Mylo
Sello: Breastfed (2004)
Una de las frustraciones musicales de la presente década, ahora que está acercándose a su final, es que podría acabarse sin nuevo disco de Mylo. Salvo por un solitario nuevo tema en 2009, el DJ escocés no ha vuelto a publicar nada desde que creó esta pequeña obra maestra de la música de baile, y aunque ha seguido con sus labores de remezclador, no deja de sorprender que ‘Destroy Rock & Roll’ no haya tenido una continuación 13 años después. Labores en las que por cierto siempre fue excelente: tras estrenarse con una remezcla de Elton John en 2003, su sucesión de imaginativos remixes durante el año siguiente fue deslumbrante: Amy Winehouse, Scissor Sisters, Sia, Kylie o Annie (la extraordinaria ‘Chewing Gum’). Paralelamente, Myles McInnes (su nombre auténtico) trabajaba en su habitación de casa de sus padres con el Protools y una cabeza que bullía llena de ideas, acabando lo que llevaba en progreso desde casi dos años antes: las 14 canciones de este disco.
El atractivo de ‘Destroy Rock & Roll’ se puede resumir así: un disco que apetece escuchar igualmente en la pista de baile que sentado en el sofá. Por estereotipada que suene la idea, en realidad es algo más difícil de lograr de lo que parece, porque requiere que la parte musical, melódica, tenga el suficiente interés para no resultar aburrida, pero simultáneamente sin distraer demasiado la simplicidad necesaria para mover el cuerpo. El disco lo consigue combinando los elementos arquetípicos del post-house de los primeros años dos mil: grooves de música disco, la influencia cada vez más evidente del synth pop (anticipando la avalancha que vendría poco después), samples super bien escogidos, filtros a lo “French touch”… combinando todo ello con una eficiencia pop que llevó a un crítico de la época a decir que era “como los Ramones de la dance music” por su simplicidad y gratificación instantánea.
Efectivamente, como se comprueba desde ese trío ganador con el que comienza el álbum (‘Valley of the Dolls’, ‘Sunworshipper’ y ‘Muscle Cars’), Mylo no inventa nada que DJ Shadow, Daft Punk o Royksopp no llevasen tiempo haciendo, pero los temas son frescos, exultantes, con melodías que crecen a cada escucha. Si acaso, su gran innovación en aquel lejano 2004 eran esos samples de tan inusual origen que pueblan el disco: melodías y riffs de soft rock de los 70 y primeros 80. Hasta la irrupción del memorable Despacio Sound System no volvería a escucharse una conjunción de dance y rock comercial de las FM tan sincera. Motivos que están desde la mismísima primera canción, que samplea armonías vocales de la banda sonora del ‘Valley of the Dolls’ de Russ Meyer, y continúan en el segundo con unos espléndidos compases de piano eléctrico del ‘Si tu étais né en Mai’ de Maxime Le Forestier, una pieza de folk-pop (y un poco folk funk también) de 1973.
La impresionante y daftpunkiana ‘Drop the Pressure’ empieza a pisar el acelerador llenapistas con una línea de bajo que prácticamente no cambia en sus más de cuatro minutos y una simple frase con vocoder, cantada por el propio Mylo, que se van combinando en un espiral de pads de sintetizador, filtros y drops. La sigue ‘In my Arms’, que mantiene el tono ultrabailable a la vez que marca el retorno de los samples, con la aparición del célebre motivo de teclado del ‘Bette Davis Eyes’ de Kim Carnes (en realidad no sampleado sino regrabado en un viejo Juno). Una sorpresa que funciona de perlas y que se convierte en jubiloso shock cuando lo funde con un fragmento del hiperglucémico y deliciosamente 80s ‘Waiting For A Star To Fall‘ de Boy Meets Girl. La cultura del mashup (otro de los hitos de aquellos comienzos de milenio) elevada a la categoría de álbum en este ‘Destroy Rock & Roll’ que parecía dispuesto a todo menos a destruirlo. El amor “cero irónico” de Mylo por este tipo de ingredientes musicales tiene su origen con su infancia en la Isla de Skye, en la que la recepción radiofónica no era muy buena y en ocasiones las emisoras que mejor se oían emitían música MOR, como explicaba el músico en las entrevistas de la época:
‘Guilty of Love’ y ‘Paris Four Hundred’ mantienen el nivel admirablemente, uno en su faceta más tecno-pop (sampleando al funk George Duke) y el otro más “frenchy” a lo Etienne de Crecy, dando pie a una de las claras cumbres del disco, con la llegada de ‘Destroy Rock & Roll’. Se trata del primero de los temas que creó para el disco (data de finales de 2002, cuando aún trabajaba con un iMac de segunda mano), y que de hecho había publicado como single en 2003 en una versión más primitiva. De nuevo, la simplicidad de una buena idea: un beat con piano house tremendamente efectivo combinado con un extracto de algo tan bizarro como la «Invocación para el juicio para la destrucción de la música rock”, un disco lanzado en 1984 por Elizabeth Clare Prophet de la Iglesia de la Nueva Era Universal y Triunfante, que llamaba a la condena de “todas las perversiones (…) a través de imágenes distorsionadas y exageradas, movimientos pervertidos del cuerpo, breakdancing y otras formas de baile”, y que incluía una lista leída de todos los artistas “culpables”, una letanía de nombres leídos con tono aburrido que resultó oro puro para Mylo: tan maravillosa enumeración pasaba de los más grandes (Michael Jackson, Madonna, Bowie) a los más insospechados y rebuscados (Big Country, Fashion, Rebbie Jackson). Una yuxtaposición de voz y música que produce un efecto de gloriosa, inesperada euforia, tanto por el maligno placer de escuchar ese speech sirviendo tan extrañamente bien al propósito de lograr “movimientos pervertidos del cuerpo” como por lo hilarante de muchos momentos (nombres mal pronunciados, la impagable frase “Culture Club including Boy George” – como si hubiese estado a punto de librarse) o el placer de reconocer inesperados artistas queridos (¡The Thompson Twins! ¡Pat Benatar!):
Tras la apoteosis, el disco continúa con ‘Rikki’, que no es otra que Ricky Lee Jones, cuya voz fue tan troceada para el motivo principal del tema que los asesores legales del sello explicaron que no hacía falta pedir permiso porque el sample resultaba irreconocible tras cortarlo en 25 trozos de sonido y recombinarlos rítmicamente. Un trabajo de “chopping”, por cierto, hecho con un viejo conocido de los músicos que trabajaban desde sus habitaciones y sin presupuesto a primeros de los dos mil: el programa Recycle, bajado -según confesión del propio Mylo- en copia craqueada ilegal, al igual que el Rebirth, del que sacó muchos de los beats con sonido Roland TB-303. La copia del Pro Tools que usó para mezclar todo era la gratuita con limitaciones.
Y de nuevo, un trío de llenapistas de primer nivel: la ultra efectiva ‘Otto’s Journey’, con un groove y una melodía contagiosamente hipnóticas, un impresionante reprise de ‘Muscle Cars’ hecho por el grupo de DJs Freeform Five, y la atmosférica pero bailable ‘Zenophile’, que incluye un certero sampleado de la orquesta con pizzicato del ‘Where Am I Going?’ de Dusty Springfield en la parte central de la canción. Tras ellas llega otra de las cumbres del disco, en otro de los momentos más sampletásticos de ‘Destroy Rock & Roll’: la combinación de otro groove fabuloso con el trémulo soft rock de la balada ‘Stay With Me Till Dawn’ de Judy Tzuke (1979), que dan como resultado la canción ‘Need you Tonite’, en la que los sintetizadores orquestales de Mylo se entrecruzan en increíble sintonía con el estribillo de la cantautora británica. Mylo la explicaba así en aquellos años: “me encanta la canción, en especial el break orquestal de la mitad. Así que creé una pista instrumental basada en esa parte y luego incorporé el sample de la original. Es muy simple, creo que usé cinco pistas en total en la mezcla”.
‘Emotion 98.6’ es un último alarde de melodía inspirada y beats optimistas, un cierre perfecto para un disco que en su momento causó mucho impacto (Elton John declaró que “debería haber una copia en todos los hogares británicos”), hecho por un DJ veinteañero de perfil inusual (graduado en Filosofía por la Universidad de Oxford) y de carrera finalmente errática. Interrumpida, supuestamente, por las complicaciones legales del sello que montó para editar su obra junto a dos amigos (Breastfed Records), aunque ha seguido remezclando y pinchando todos estos años mientras sigue prometiendo un nuevo disco que supuestamente acabó en 2015. Mención final especial, por cierto, para el diseño a cargo de The Phantom, tanto del álbum como de los sucesivos singles, un maravilloso troquelado basado en letras pintadas con un “stencil”.