The Killers, estrella internacional del viernes del FIB; C. Tangana, la nacional

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The Killers, estrella internacional del viernes del FIB; C. Tangana, la nacional

¡Pues no vi a Brandon Flowers tan-tan guapo! Si me pongo quisquillosa, esa es la única pega que le puedo poner al concierto de The Killers; que su belleza no me arrebatara tanto como esperaba. Superficiales consideraciones físico-estéticas aparte, el show de anoche de The Killers (o, como Brandon se presentó en precario castellano, «Los Asesinos») fue estupendísimo. Independientemente de si eras fan o no de la banda, hicieron honor a ser cabezas del festival -escenario principal abarrotado, multitud de entradas de día- y ofrecieron un concierto vibrante, intenso, plagado de hits, sin apenas tiempos muertos. Lo que uno siempre espera de un concierto de festival, vamos. Foto: Nacho Brotón.

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Ayuda bastante su repertorio. The Killers tienen esa ventaja. Se dedican al pop épico, pero tienen esa pátina de no tomárselo a la tremenda y un olfato infalible para lo que es el rock de estadio. Sus temas plagados de subidas, estribillos coreables, melodías reconocibles, funcionan a la perfección en un entorno como un festival. Ya nada más empezar, nos recibieron con explosión de confetti para cantar ‘The Man’. Y The Man, y estrella absoluta de la función, fue Brandon. El entertainer perfecto, en la buena tradición del rock, dinámico, animando al personal, dirigiéndose al público, dominándolo. Y sonriendo. Calculo que sólo debió dejar de sonreír un total de dos minutos en todo el concierto. En contraste, prácticamente el resto de la banda se veía estólida, reconcentrada, excepto el batería y las tres coristas. La escenografía estaba basada en pantallas y en los símbolos de los géneros; tres símbolos femeninos para las coristas, uno masculino para Brandon, tras el cual se escondía un teclado que a veces se dedicaba a tocar. El público iba predispuestísimo a pasarlo en grande y la locura se desató ya al segundo tema, que fue nada menos que ‘Somebody Told Me’. Los «oh-oh-oh» también se sucedían en ‘Spaceman’. Y juro que Brandon hasta puso cara y gesto de cantaor en ‘The Way it Was’. «Bienvenidos a nuestro espectáculo ¿Nos echasteis de menos?»; Brandon no cesaba de jalear al público, lo que enardecía aún más a todos los que ya venían calentitos de casa (o del cámping). La fiesta iba de más a más, Brandon no paraba de ronear al público, luces, lásers, se sucedían los temas más festivos, nada de seriedad. Pero la culminación llegó cuando Brandon descubrió a un muchacho en las primeras filas con un cartel en que se leía «I am a drummer from Spain. I can play Reasons’. ¿Y qué hizo Brandon? Pues subir al «drummer from Spain» al escenario a que tocara ‘For Reasons Unknown’. Y el chaval lo hizo francamente bien, no perdió una nota, siguió al resto de la banda sin desfallecer. Ahí fue el acabose, una locura total entre el público, una alegría contagiosa. La cosa queda tan arriba que luego solo nos queda el ratito melancólico del concierto. Hasta el ‘Runaways’, entre Springsteen y U2 pareció oscurecerse un pelín. Pero los ánimos se recuperaron de nuevo cuando engancharon esta a una pletórica ‘Read My Mind’ (que la cantó a dúo con alguien que no logré reconocer) seguida de ‘All These Things That I’ve Done’, en que ya se escuchaba más al público que a la banda, especialmente en su famoso «I got soul, but I’m not a soldier», con el coro desbarrando, con lluvia de confetti… Y cortina de fuegos artificiales para ‘When You Were Young’. Todas esas cosas que sirven para elevar el ánimo, vamos.

Los bises se hicieron esperar. Momento que parte del público aprovechó para cantar la coplilla «Pedro Sánchez, ¿dónde estás?», dadas las noticias que situaban al presidente del gobierno en el FIB (spoiler: parece ser que en la zona de invitados del escenario). Brandon emergió en traje de lamé dorado, cual Elvis Presley, chuleando con el rock a la ‘Personal Jesus’ de ‘The Calling’. Pero para llamadas, las tracas finales de los bises; ‘Human’, con unas buenas proyecciones (corazones robotizados) y una larga intro para crear aún más expectativa en la audiencia. Y se escuchaba más, pero mucho más, al público que a la banda. Y un ‘Mr. Brightside’ en que gran parte lo cantó la gente, acelerado, frenético. Todos acabamos exultantes. Especialmente el «drummer from Spain». Porque con el concierto ya acabado, apareció el batería de los Killers pidiéndole al muchacho que le pasara su número de teléfono. Si eso no es triunfar…

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Si Brandon Flowers fue la súperestrella internacional, C. Tangana fue la nacional. Hace poco más de un año que lo vi en el Sónar y tengo la sensación de que hayan pasado cinco. Una cantidad apreciable de público llenó el escenario Visa, mayoritariamente españoles que se sabían los temas de pé a pa (y algún británico despistado). Calculo que su show fue el más ambicioso después del de Travis Scott. Hasta The Killers resultaron más comedidos. Acompañado de dos DJ’s, letras de neón rojo que escribían «ídolo», pool dancers, bailarines, proyecciones, fuego, humo, fuentes de fuegos artificiales… Hasta la entrada de Pucho fue espectacular, con dos motos de gran cilindrada corriendo en el escenario. Todo muy ostentoso, a juego con el personaje. Y de su repertorio del año pasado apenas sobrevive ‘Mala mujer’ o ‘Persiguiéndonos’. Personalmente, no me acaba de gustar la deriva de su última mixtape, ‘Avida Dollars’. Se me antoja un tanto… sosa. Pero Pucho está en un momento dulce, eso es innegable. Y, además, la cálida noche que se quedó se ajustaba como un guante a su repertorio más tropical. Pucho se dedicó todo el rato a vacilar al personal, amagando que se iba («¿esto ya está, no?»), preguntando si echábamos de menos canciones, etc. ‘Mala mujer’ cayó la tercera. En ‘Guerrera’, las pool dancers efectuaban acrobáticas coreografías en las barras, mientras Dellafuente sonaba grabado. Antón se dedicó a animar pogos moribundos entre chorrazos de humo en ‘Still Rapping’. En ‘Baile de la lluvia’ un montón de bailarines en sudadera y capucha se dedicaron a lanzar billetes con la efigie de Pucho, mientras este no disimuló demasiado las partes en que había playback. El momento más polémico fue cuando nos empezó a soltar una filípica: «Cuando empecé con 16 años no me escuchaban. Ahora a los medios les chorrea el papo cuando abro la boca (…) La diferencia entre Valtonyc y yo es que a uno le maneja el poder, y el otro maneja al poder. (…). La gente cree que el mensaje de C. Tangana es seguir la corriente y los fajos. No, el mensaje de C. Tangana es enseñar a los chavales a lidiar con gángsters y multinacionales». Y, claro, ¿qué tocó a continuación? Pues ‘Forfri’, el tema de su beef con Yung Beef, bien ilustrado con el famoso fotomontaje de la cara de Fernando como Che Guevara. En esta polémica reconozco que no me posiciono con C. Tangana, pero es el que mejor partido le ha sabido sacar. Hay que ser el más listo para acabar con ‘Llorando en la limo’, cantada por el público como un clásico. Y cierran todos, bailarines, Pucho, fogonazos, fuegos artificiales, en el escenario, mientras Pucho da las gracias “al mejor productor de España”, Christian Quirante, aka Alizzz, y recordando que eran ya platino. Excesivo, aunque al espectáculo en sí le faltó algo de unidad para acabar de epatar. Parecían más ideas sueltas que un show calculado.

Anna Calvi desafió al calor de la tarde en el escenario principal toda vestida de negro. Le acompañaban un batería y una teclista-percusionista que llevaba unos enseres bastante espectaculares; un gong y unos extraños platillos que caían en espiral. La música de Calvi, una suerte de blues rock turbio y sensual, contrastaba con el fuerte sol. Ella apenas se movía del centro del escenario, toda chula, distante y sexy, con un look que oscilaba entre PJ Harvey y Roy Orbison (no en vano, su música recuerda a ambos) mientras atacaba a su guitarra con bien de reverb en la irónica ‘I’ll Be Your Man’. También muy divertida, y menos oscura, resultó su canción más pegadiza, ‘Don’t Beat the Girl out of My Boy’, mientras se permitía desmelenarse a base de alaridos, sin apenas moverse. También tuvo sus momentos atmosféricos, casi vulnerables. Pero lo que primó fue la chulería, especialmente en ‘If I Was a Man’, acercándose a Nick Cave y gustándose con la guitarra. Hasta el final no perdió la compostura, con su versión de ‘Ghost Rider’ de Suicide, a la que añadió guitarrazos que distorsionaba revolcándose por el suelo.

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Me acerqué a la carpa VW para ver a los guipuzcoanos Rural Zombies, de tan divertido nombre. Su música era purito indie mainstream, oscilando entre lo épico y el leve tropicalismo a lo Two Door Cinema Club con voz femenina. Pero al menos uno de los guitarras llevaba una camiseta de Dinosaur Jr, lo que siempre ofrece esperanzas. Y además, resultaron muy entrañables cuando explicaron que les había llevado 8 horas de coche llegar hasta el FIB y que no esperaban a tanta gente. Y hasta había chicas británicas bailando sus temas entusiasmadas, así que al menos a ellos la excursión les valió la pena.

Casi a la misma hora coincidían dos de las propuestas españolas más interesantes; Desert y Tulsa. Me decido por la bilbaína. Hay poca gente, pero rendida, para verla con su banda, en que destaca Javi Betacam. Y empiezan fuerte, con ‘En tu corazón sólo hay sitio en los suburbios’. Miren lo da todo, baila ausente y enérgica a la vez, como si estuviera en un lugar que nosotros no podemos alcanzar. Y en ‘Venda vendita venda’ hay incluso un momento que alcanza intensidad de copla al entonar el estribillo. Casi todo el repertorio estaba centrado en ‘Centauros’ y ‘La calma chicha’, energizando ‘Bilbao’, haciendo más confesional ‘Los amantes del puente’, subrayando el crescendo de ‘La miel que pudo ser’, haciendo más apasionado ‘Verano Averno’… Su rock esquinado y personal fue de lo más coreado en ‘Centauros’. Y, sobretodo, en el apocalipsis melancólico de ‘Matxitxako’. Hasta Javi Betacam la cantaba con fervor desde sus teclados (y sin micro). Para rematar, una ‘Oda al amor efímero’ casi a ritmo de vals. Miren nos explica que han tenido montones de problemas para llegar a la hora para tocar en el FIB y bromea con que eso «da épica» al concierto. Y no logra acabar el concierto a su gusto, porque le cortan la última canción ante su estupefacción. Horarios mandan.

Por A o por B, mi camino y el de Sleaford Mods no se habían cruzado todavía. Y no sería por falta de oportunidades. Andrew Fearn cumple con su ritual. Llega, se saca una birra de la mochila, toca una tecla de su portátil y suena la música, mientras se dedica a bailotear sincopadamente y a beber cerveza; a una distancia tal de Jason Williamson, que parece que tengan una orden de alejamiento. Quizás para darle más espacio aún a Williamson, porque todo el peso del show cae en él. Lo suyo es inhumano. Parece imposible que no se ahogue con esas rimas interminables a ritmo de postpunk cafre, o que no se quede ronco por la manera en que las vocifera. Dispara la saliva tan rápido que parece nubes de vapor. Está concentrado en su papel de hombre de mediana edad británico cabreado en su voz, que contrasta con lo payaso de sus ademanes. Es un espectáculo verle hacer mohínes de vedette de cabaret, bailar, jugar amaneradamente con un abanico… no sólo declama las canciones, las escenifica también. Todo un tour de force abrazado por unas bases abrasivas, asfixiantes. El personal británico que se concentra, poco pero muy fan, se va enajenando por momentos. Cuesta distinguir los temas, pero la energía que transmiten es brutal. Y llegan a sonar hasta casi alegres en ‘Drayton Manored’. Fearn también está atento a lo que ocurre a su alrededor y se chiva de que hay parte del público largándose, a los que Williamson les increpa, gritándoles que lo importante está ahí. El sentido del humor que no falte. Ni la furia, en la punkísima ‘Jobseeker’. El público se lo llevó The Vaccines, pero el macarrismo con mensaje fue para nosotros.

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