Una vez dentro de la Fabra i Coats, una nave industrial retirada del centro de Barcelona, con la luz tenue que entra de las farolas exteriores a través de gigantescas cristaleras, es difícil no trasladarse a ese ambiente underground que empezamos a conocer en programas de televisión como ‘Metrópolis’, por su tématica; ‘Plastic’, por el plató donde se ejecutaban los playbacks de los grupos invitados; o, con el toque internacional de la mítica presentadora Kay Rush, ‘No sólo música’. Este era el aire que se respiraba en el espacio 3D SOUND ROOM con tecnología auditiva de lujo y sonido multidimensional, lleno de espectadores que rodeaban en círculo a Nicolas Jaar y a la coreógrafa mexicana Stéphanie Janaina. Un set improvisado en cuanto a danza y música, de tres horas y con piezas que llegaron a alcanzar los 20 minutos, como lo fue el corte que arrancaba con el sampleo en repetición de ‘8 de noviembre, camino’; y cumpliendo a rajatabla la estructura de introducción alargada, nudo denso y desenlace álgido pero breve. Por su arranque lento podía costar entrar en sintonía con los bailes espasmódicos de Janaina, pero una vez dentro ya era imposible salir del triángulo formado por ella, Nicolas Jaar y el espectador. Asestaron un golpe feroz, para finalizar, con una pieza plagada de exhalaciones y aspiraciones que desembocaron, junto a un texto de meditación e introducción a un ejercicio de yoga, en un viaje comunitario con bases a lo Hans Zimmer. Su mensaje sigue calando en el colectivo, generación tras generación, como en su momento el de Marshall Jefferson en ‘Open Our Eyes’, por citar un ejemplo. Foto: Albaruperez.
Gaika, que aparece en el disco de remezclas de Kelela, tiene claro que para llegar lejos o lo haces muy bien o tienes que llamar en exceso la atención. Ninguna de las dos cosas se le da mal. Su magnetismo estriba en la distorsión vocal, balanceándose entre un sonido industrial apocalíptico o tropical, sin reparos en tocar palos muy diferentes. Tampoco los tiene a la hora de educar nuestros oídos a las voces digitales. Decir que deforma su voz en demasía y que es imposible emocionarse ante tal arenga abstracta sería injusto, sobre todo después de ver en escena ‘Glad We Found It’.
La australiana residente en Berlín Carla Dal Forno nos deleitó con suaves líneas de bajo, tocadas por ella misma en ocasiones, como en la fantástica ‘We Shouldn’t Have To Wait’, suspendidas en atmósferas a tempo sosegado. Bailes a cámara lenta que nos retrotraen en instrumentaciones a unos Broadcast con sonido industrial. Algún acople técnico, más que ir en su contra, añadió intensidad a su voz espectral. Tangerine Dream, tras la muerte hace tres años de Edgar Froese, miembro fundacional de la banda alemana, sin miembros originales y con la presión de llevar cincuenta años bajo la lupa como leyendas del ambient, la música cósmica o el krautrock, cumplieron sin grandes aspavientos para una grada que fue disminuyendo de público desde la mitad de la actuación. Nada fue destacable, ni reprochable -salvo su violinista Hoshiko Yamane, inaudible en algún momento-, ejecutando un set de profesionalidad escrupulosa. Lo mejor no fue quitarse la espinita de ver a unos pioneros de la electrónica, sino el placer de comprobar en directo el torrente de una corriente por la que se movieron Jean Michael Jarre o Vangelis, imaginar voces de Kate Bush, o recordar de dónde venía el germen de bandas influyentes que han llegado después, como Underworld, a las que vemos ahora con otros ojos. Foto: Xarlene.
Poco después llegaría el asalto generacional de la productora y vocalista Coucou Chloe, dando rienda suelta a un repertorio tosco, de talante conservador en cuanto a influencias industriales, pero lo suficientemente retorcido para no quitarle el ojo en ningún momento. De las pocas aproximaciones al hip-hop que se han colado en la edición del festival.
La tercera y última jornada la iniciamos con la banda británica Seefeel, una propuesta tradicional en cuanto al formato de su presentación, aunando dos extremos que no parecen entenderse demasiado -sobre todo en los escenarios de festivales-, entre el rock más convencional y la música electrónica. El proyecto tuvo relevancia en los 90 (aunque muy escasa en nuestros días), algo plasmado en un público poco charlatán y bastante respetuoso, entregándose al trance que moldeaban bajista y batería. Melodías construidas intermitentemente con la voz suave, ininteligible y a modo de coro de su cantante, como en un segundo plano. No hubo aplausos entusiastas, pero tampoco abandonos en la sala.
Atom™, al que vimos como Señor Coconut en Madrid hace un par de meses haciendo versiones de Michael Jackson o Sade pasadas por el filtro del mambo y el chachachá, vino con su alter ego más extremo y apabullante en lo tecnológico. Dominando a la perfección ese baile alemán inhumano y robotizado de sus idolatrados Kraftwerk, combina ritmos repetitivos con melodías pegadizas, aunque estas últimas se quedaron guardadas en el disco duro para otra ocasión. Su espectáculo audiovisual en las pantallas, bajo el nombre ‘Deep State’ y estrenado en primavera, va a una velocidad inversamente proporcional a los beats por minuto (lo justo sería indicar por segundo, de lo que taladraba nuestros oídos). Las imágenes iban desde cámaras de seguridad instaladas en autovías o en los puntos de peaje, a calles peatonales o grabaciones recogidas a vista de dron, sin olvidarnos de la repetición de descolgar un teléfono en los años 70, conectando nuestra memoria a ‘The Man-Machine’. Todo ello secundario entre vibraciones de suelo y paredes y del escenario principal para lucimiento de su martillo hidráulico sonoro. Apto solo para valientes, con un aforo casi completo, recibido en las primeras filas con valentía. Aplausos y vítores del tendido.
Turno para Yves Tumor, que se presentó de esta guisa: sombrero de cowboy, traje oscuro con guantes, careta de látex negra con unos pequeños cuernos a los lados de la boca, andando a paso lento para situarse de espaldas a la grada y frente a las pantallas del escenario. No sabíamos si tenía el ánimo de ignorarnos, o de formar parte como un espectador más de su propio show. Su aparición dio la impresión de cambiarnos a todos a un estado de blanco y negro, de pesadilla después de Halloween. Un trabajo visual en colaboración con Ezra Miller, sustentado en una maraña de sonidos de punk-techno-industrial, que Yves nos complica catalogar. Hubo incorporaciones esporádicas al micro, digitalizando su voz como la de los protagonistas de las películas de terror que hacen una llamada de teléfono a sus víctimas, intentando no ser reconocidos. Pronto hubo abandonos en el escenario principal: para unos cuantos, crónica de una muerte anunciada, pero Aphex Twin tiene un competidor muy serio, o un compinche de juegos nocturnos a la altura. Aunque tampoco desentonaría un hipotético tándem con otro compañero del sello Warp como Squarepusher: ambos saben de estallidos y ritmos inestables. Es inevitable imaginar cómo fue su actuación, hace ya un par de años, en Sónar, que muchos nos perdimos por coincidir con Arca. A todo esto, ningún rastro reconocible del material recién publicado. Y sí, es indiscutible que no es para todos los oídos, o tal vez no, porque junto a su puesta en escena, creo que más de uno nos vamos a acordar de Yves en la próxima resonancia magnética.
Christoph De Babalon venía con la mejor de las intenciones: presentar en directo su legendario álbúm del 97 ‘If You’re Into It, I’m Out of It’, una idea tan acertada como la de la organización de programar su actuación justo después de los dos grandes atracones que nos habíamos zampado con Atom™ e Yves Tumor. Una mirada al ambient, de pocos ruidos, aglutinando arreglos íntimos, modulando beats sin perder ritmo, mucho más digestivos que los de sus predecesores en la sala principal. Una calma perfecta después de la tempestad que muchos aprovecharon para salir a fumar o cenar, con la consiguiente estampida masiva.
Dos peros a la presentación, con llenazo hasta la bandera, de uno de nuestros discos favoritos del año, el de Rival Consoles: el primero, los escasos cuarenta y cinco minutos de duración, un concepto extendido en este tipo de festivales. Y el segundo, el fallo técnico a los treinta minutos, con la interrupción momentánea y el consiguiente coitus interruptus. Pero ambos inconvenientes no son suficientes para ensombrecer una actuación por lo demás impecable, de electrónica emocional, en toda la extensión de las palabras. Arrancó de la mano de ‘Untravel’, uno de los cortes finales de su último trabajo, que fue la introducción exuberante a la hipnosis colectiva que vendría después con temas como ‘Persona’ o ‘Johannesburg’ de su anterior disco, acompañándose de visuales autoprogramados que a ratos mostraban cierta empatía con portadas como la de ‘Immunity’ de Hopkins, o ‘Mezzanine’ de Massive Attack. Nunca tan poco dejó con ganas de más.
1. Más cámaras de medios en Nicolás Jaar que móviles de los espectadores, que no estaban tan interesados en inmortalizar el momento.
2. Intorno Labs en la sala 3D puso a prueba al epiléptico que llevamos dentro.
3. Carla Dal Forno nos trasladó, gracias a la nuble de niebla de su show, al final de un capítulo de ‘Twin Peaks’.
4. Escuchar entre el público: “todo bien mientras no llegue la amenaza trap”.
5. Las risas con la reverberación en los baños de la sala principal, a modo de toma de tierra de un cuadro eléctrico.
6. ¿Qué demonios bebía Varg directamente de una botella de litro mientras fumaba a lo bestia? ¿Cava? ¿Champagne? ¿Lambrusco?
7. Si el viernes llamaba la atención la presencia de artistas femeninas, el sábado lo fue la masculina.
8. La cantidad de artistas de distintos países del cartel que son residentes en Berlín, o han tenido relación con la ciudad en algún momento. La conexión con el festival homólogo alemán es más que palpable.
9. La carpa MIRA DOME la visitamos solo para un par de experiencias en 360º. Hemos visto vídeos muy interesantes en redes, pero imposible no soltar una carcajada ante el comentario a la salida de un asistente: “Yo ya en la Expo de Sevilla del 92 vi mejores visuales”. Ante la crudeza de la conclusión, no diremos de quién era la obra…
10. Sí, aquí también Rosalía… El paso por la sala de exposiciones de Filip Custic, autor de la imagen de ‘El mal querer’, fue una pequeña introducción a un universo que hasta ahora era bastante desconocido.
11. Las columnas de hierro en las dos salas, más que molestar en visibilidad, se convierten en la marca de la casa para cualquier foto que publiques en redes.
12. A mejorar y mucho el guardarropa, a primera hora de la tarde lleno: la mayoría de público hubo de cargar con el abrigo toda la noche. Al menos tuvieron el detalle de permitir dejarlo en la misma percha de un conocido que hubiese llegado antes.
13. La rumana Borusiade y el catalán Ralp fueron los sets más llamativos de la sala 3D, los que mejor jugaron la carta de sonido envolvente para bailar y escuchar lejos de plataformas digitales.
14. Escuchar en espera entre dos actuaciones la obra ‘Arabesque 1’ del ya fallecido Isao Tomita, popular en nuestro país por su utilización como sintonía del programa de televisión ‘El planeta imaginario’.