Llego apurado a mi encuentro con Kiko Veneno en un hotel de Barcelona próximo a la Plaza de España. No porque yo llegue tarde, sino porque ha quedado un hueco en la programación de entrevistas y me han propuesto adelantarla. Una buena ocasión para arañar algo más de tiempo a los 25-30 minutos de rigor. Sin embargo no llego lo suficientemente pronto y finalmente es el artista nacido en Figueras el que me hace esperar a mí, alargando este respiro en la intensa jornada promocional. Cuando llega a la tranquila terraza superior del hotel donde me han ubicado, aparece vestido con un elegante traje de chaqueta tan oscuro como las gafas que lleva, serio, como con ganas de ventilárseme pronto. Pero me resisto, amparándome en un par de interrupciones telefónicas por parte de su mánager y su esposa.
Comienzo alabando el bonito formato físico de ‘Sombrero roto’, el nuevo álbum que publicaba el pasado viernes 5 de abril y que nos congregaba a ambos allí. No me esperaba que fuera un disco-libro. “Yo tampoco”, me suelta antes de explicarme que todo fue idea de su hijo, Adán López. Este que quería escribir paralelamente un libro sobre la creatividad, el amor por la música y el arte a través de su música, apoyándose en las artistas gráficas Marta Lafuente y Carmela Alvarado. Por eso es “una doble entrega, un trabajo conjunto” que no necesariamente está conectado entre sí. “Cada uno va en su dirección: la mía son mis canciones. Y él no ha tratado de explicar el disco, sino que quiere darle una amplitud, apoyándose en el material gráfico, explicando una vida dedicada a la música, a la creatividad”, dice, aclarando que todos los textos son de Adán, aunque emplea material de las muchas conversaciones que ambos han mantenido sobre arte y creación.
“Soy un personaje ficticio que existe realmente. He vivido muchas canciones, no solo las de Kiko”, escribe Adán al final de este libro, desvinculando a ese teórico protagonista del libro de su padre, a pesar de que contiene ciertos tintes autobiográficos (los textos “se basan en textos reales, de Kiko o no”, escribe). El libro marca pues distancias con Kiko y, de hecho, es llamativo que en canciones como ‘Autorretrato’ y la propia ‘Sombrero roto’ habla de sí mismo, o esa impresión me daba a mí, desde fuera, casi como si se observara un personaje del que quiera separarse. Pero me desdice: “Yo no me separo de mi mismo nunca. Ni quiero… ni aunque quisiera podría. Pero la vida de un artista es interesante en tanto que conecta con la vida de los demás. Por eso apelamos al “inconsciente colectivo”, ese orden, estética o filosofía común que está en el aire y que va cambiando con los tiempos. A veces está más teñida de autobiografía y otras no, pero intento ampliar, que el campo de visión sea más amplio”. Tras este discurso se detiene y me espeta “no sé si te lo he explicado bien. Te lo he explicado regular, pero bueno…”, haciendo que los dos riamos y nos relajemos un poco.
«Lo que más me interesaba en este disco era renovar el cancionero, cosa que quiero hacer antes de jubilarme”.
Probando que sí que hay algo de autobiográfico en ‘Sombrero roto’ está su título y esa imagen de los “rayos que entran en su cabeza” que aparecían en ‘Los delincuentes’, de su genial debut de 1977. “Es una manera de cerrar un círculo, 42 años después. Quería recuperar ese concepto con el que yo me inicié en la música, para ver si seguía vivo. Y si no lo estaba, vivificarlo para afrontar este disco con ese espíritu”. Pero, pregunto, ¿por qué esa búsqueda de renovación sonora ahora, en este trabajo? “Lo pienso en todos los discos. Lo que pasa es que en este me lo he propuesto con más concentración, con más medios. No los medios que te da una multinacional (Nde: es un trabajo autoeditado), sino los que tenemos nosotros: el tiempo, la dedicación, el cariño… El equipo humano, muy importante”. Aunque, incide, lo que más le interesaba en este disco era “renovar el cancionero”, cosa que quiere hacer “antes de jubilarse”, idea que utiliza de manera hipotética, no como una posibilidad real y próxima. Porque lo que le importa, al final, es llegar a la gente.
En ese sentido, el empleo de sonidos electrónicos y géneros bailables son una herramienta llamativa. Reconoce que en general sí quería actualizar su sonido para que fuera comprensible, pero mantiene cosas suyas de siempre, entre las que él destaca los teclados ochenteros de ‘Autorretrato’, las guitarras asalvajás tipo ‘Veneno’, o el rock ’n roll, empleando dos baterías. A mí me sorprende que alguien se sorprenda por que Kiko Veneno haga un disco con pátina contemporánea, cuando desde sus inicios ha mostrado una intención clara de estar vigente y atento a lo contemporáneo, si bien a veces lo marcaban las circunstancias: por ejemplo, recuerda un maxi-single que publicó en el 84, con canciones como ‘Si tú si yo’ o ‘El deportista por la ventana’. “No quería, pero era lo que había en la época en los estudios en aquella época, así que tuve que hacer un disco tecno. Es un lenguaje que conozco”. Él comprende que haya gente que, cuando empezó a sonar ‘La higuera’ dijera “esto no es Kiko Veneno”.
“La gente nueva necesita sonidos nuevos, y esa dinámica es muy bonita”.
Quizá la cuestión es que la visión que él tiene de sí mismo no coincide con la que muchos tienen de él: “yo me veo dentro de la tradición del pop”, sentencia. “Es lo que me iluminó a mí de joven, el poder de la juventud, de la imaginación, el atreverse, la variedad, contar la vida de una forma muy arbitraria, sin prejuicios, con mucho desparrame de estilos”, lanza recordando a sus grandes referentes, The Beatles. Me canturrea ‘Being for the Benefit of Mr. Kite’ al recordar cómo a John Lennon se le ocurrió al ver un pasquín de un casino local, y ‘When I’m 64’ al destacar cómo McCartney lograba dar vigencia al viejo sonido ragtime. Para él lo bonito del pop es eso, que está muy vivo y que marca a cada generación, señalando al trap como el pop actual. “La gente nueva necesita sonidos nuevos, y esa dinámica es muy bonita”, sentencia con efervescencia. Él, aclara, no pretende ser vanguardista, puesto que ya lo fue una vez, en ‘Veneno’. “La vanguardia pertenece a la juventud, pero en el sentido de contemporaneidad, de contar mis inquietudes de una forma pop, me veo hasta que me queden fuerzas o me lo permita el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de la Salud…” suelta entre risas.
“A lo mejor en los últimos años he hecho las cosas por encima, no he profundizado suficiente. Puede ser. Pero en este sí que he dedicado tiempo, quería que se viera que era algo muy trabajado”.
Volviendo al álbum, sugiero que ‘Sensación térmica’, su anterior disco (producido por Refree), ya contenía ideas que desarrolla en ‘Sombrero roto’. “A veces aciertas más y otras menos”, reflexiona, “pero, dentro de la precariedad de la cultura española, mucho depende de la energía que tú le dediques. A lo mejor en los últimos años he hecho las cosas por encima, no he profundizado suficiente. Puede ser. Pero en este sí que he dedicado tiempo, quería que se viera que era algo muy trabajado, con mucha intención, unas investigaciones sonoras muy pacientes y orgánicas”. Me explica que ha sido un trabajo de 3 años desde que empezó a probar él mismo en su estudio con teclados, ordenadores y cajas de ritmo, que son los mismos que están en el disco. Así completó veintitantas canciones, algunas con varias versiones distintas (“la que más tuvo fue ‘Chamariz’, que llegó a tener nueve”), y llamó a su amigo Martín Buscaglia (“él es cantautor, pero es muy punk, muy tecno”) para dar una primera capa de producción, elegir tempos y tonos, y grabar baterías reales en el Estudio La Mina de Sevilla. Luego, aunque él sabía lo que quería, reconoce que su falta de dominio en cuanto a sonidos digitales le llevó a buscar alguien como Santi Bronquio, que le dio un sonido más serio, más profesional, en cuanto a teclados y bases. También quiere destacar que este es un disco en el que se ha esmerado particularmente con las voces, buscando tesituras de voz potentes, aprovechando que con la edad se le ha agravado la voz. “Quería emocionar a través de la sonoridad. En ningún disco mío la voz había tenido el papel musical que le hemos dado aquí”.
Ha sido, dice, un proceso confuso y tortuoso, aunque para él es un placer. Y es que, si bien algunas de esas canciones surgieron de una manera espontánea, como ‘Ojalá’ o el single ‘La higuera’ –pese a que el verso erótico en el que se basa (inspirado en la manera en que se polinizan los higos, valiéndose de las moscas) lo guardaba desde la época de ‘Veneno’–, es cuando se barajan varias versiones cuando todo se complica: “llega Refree a mi casa y me dice “me gusta esta”; llega otro y me dice “me gusta esta otra”. Y yo me fío de todos, porque me rodeo de gente buena”, suelta entre risas. Destaca que hay que ser muy paciente y concienzudo, que no todo es cuestión de espontaneidad, aunque sea básica para que haya frescura. Pero que a veces, para que las cosas parezcan sencillas, hay que darle muchas vueltas. Es algo que aprendió cuando creó su gran éxito, ‘Échate un cantecito’, que pese a que parezca muy inmediato también fue un disco muy trabajado.
“Cuando salieron los Beatles, (la gente decía) ñañaña, pero cuando salió ‘Yesterday’ las madres decían “y estos de los pelos, ¡mira qué canción más bonita, los hijosdeputa!””.
Me atrevo a decirle que, pese a toda esa pátina contemporánea, mi canción favorita de ‘Sombrero roto’ es la más clásica, ‘Obvio’, en cuya melodía yo reconozco a Nat King Cole (“no me digas eso, que es uno de mis grandes ídolos”). A él no le sorprende que me guste a mí y a muchos otros, y “estaría encantado de que fuera la canción triunfadora de este disco”. “Le gusta a todo el mundo: a los niños, a las niñas, a los viejos, a las viejas, a los LGTB, a los Ñ, a los V, a los marcianos… A todos”, concede con guasa. “Es una canción sentimental, romántica, que te hace saltar las lágrimas. Cuando salieron los Beatles, (la gente decía) ñañaña, pero cuando salió ‘Yesterday’ las madres decían “y estos de los pelos, ¡mira qué canción más bonita, los hijosdeputa!””
Como puede verse, la conversación se ha ido relajando muchísimo y nos reímos ya cada dos por tres, mientras él se siente atraído por el olor a parrilla de la chimenea de un restaurante cercano, haciéndole soñar con un “pollo a l’ast”. Enfilo por eso la recta final de la charla, pero no puedo dejar de lado las letras, uno de los grandes puntos de su carrera y también de este disco. Pese a que yo me fijo en canciones que expresan cierta conciencia política y social (‘Vidas paralelas’, ‘Ojalá’ y ‘Yo quería ser español’, particularmente), él considera que el disco es todo lo contrario, habida cuenta que él siempre ha tenido una ideología bastante clara. “En este disco me he dedicado a la música y la poesía. La apuesta principal del disco es que fuera alegre, hay mensajes de entusiasmo que, eso sí, buscan contrarrestar el miedo, la oscuridad del mundo. Al mundo oscuro hay que presentarle nuestras armas, que son la melodía, la armonía y la música”, hila.
“El exceso de información alude directamente a la precariedad. Cuando tienes miedo, estás solo, y no tienes porvenir, te refugias en la sobreinformación”.
Pero, en cuanto a esas pinceladas de realidad más cruda que hay en el disco y el exceso de información que nos agobia, sí hace una reflexión: “es algo que alude directamente a la precariedad. Cuando tienes miedo, estás solo, y no tienes porvenir, te refugias en la sobreinformación. No es que la gente tenga una gran curiosidad intelectual y quiera desentrañar en qué mierda consiste la especie humana ni qué coño hacer con este planeta que lo estamos destrozando. No es eso”. En una larga digresión, Kiko concluye que ese apremio es una vía de escape del estrés por sobrevivir. Y así, dice, es muy difícil disfrutar de un bien cultural, porque hay un bombardeo de estímulos que nos llegan tan fácil que no le damos el valor que le das a algo que te tomas el trabajo previo de buscar, elegir y profundizar. Y, a la vez, eso te produce incertidumbre, inseguridad y pone muy difícil crearse un criterio estético y moral. Casi se nos olvidaba que, detrás de la apariencia frívola y mundana de sus canciones, hay un pensador de la vida. “¿Para qué quiero tanta información si no puedo cambiar el mundo?”
Ese hilo, como él lo llama, le lleva a plantear cómo los jóvenes también desprecian a los mayores, a los ancianos, por no ser permeables a esa información al estar limitados en el uso de la tecnología. Otro factor negativo de la información, que le lleva a una anécdota: “hay gente que se muere escuchando la música de su juventud, y no me parece mal. Cuando yo vivía en Conil (de la Frontera, Cádiz), después de que saliera ‘La leyenda del tiempo’, yo escuchaba mucha gente mayor que despotricaba de Camarón de la Isla. Ellos querían escuchar en la radio su Juanito Valderrama, su Manolo Caracol, su Niña de los Peines. Yo entonces no lo entendía, pero no es que despreciaran a Camarón, es que ellos querían seguir escuchando la música que les había entusiasmado durante 30 o 40 años, porque les llena”, recuerda. “¿Que no te gusta Rosalía? Pues muy bien, vive feliz, coño…” espeta, remarcando la energía malgastada en esas cuestiones y señalando, entre carcajadas, a Tonino Carotone como un profeta de nuestra situación actual: “E’ un mondo difficile / e vita intensa / felicitá a momenti / e futuro incerto”.
“Refree me ha propuesto hacer un disco de flamenco contemporáneo, al estilo del primero de Rosalía. Y a mí me encantaría, sobre todo si me lo pagan”.
Tras un disco de electrónica, me pregunto qué disco le queda por hacer a Kiko Veneno. En su mente, muchos, pero por de pronto pretende grabar las 11 canciones que no han entrado en este disco y que pretende registrar con el mismo proceso de producción (“ahora sé cómo hacerlo, no me llevará 3 años”), y después quiere llevarlo a algo que más que un concierto será un espectáculo, “bien hilado”, con intermedios, visuales, que abarque todas sus etapas, más que adaptar las antiguas al nuevo sonido (o al revés). Eso será en otoño. Y después… hay todo un abanico de opciones, como la de la bomba que me suelta para terminar: Refree le ha propuesto hacer un disco de flamenco contemporáneo, al estilo de ‘Los ángeles’ de Rosalía. Y a él le encantaría, sobre todo si se lo pagan, porque significaría que la cultura es respetada, y que podría moverse de los polígonos a los teatros. Le sugiero que son tiempos complicados para eso, sobre todo leyendo en las noticias que VOX pretende suprimir el Ministerio de Cultura. “Me parece bien”, dice para mi sorpresa. “Hacen bien, porque realmente no la conocen, la cultura. Las barbaridades que dicen, hablando de Don Pelayo y todas estas cosas, demuestran que no tienen ni puta idea. Tiene la osadía del combatiente, que se creen que están defendiendo algo. Aparte de eso, poco valor”.