Con la preciosa ‘Distant Dreamer’, sobre una «soñadora» aparentemente feliz, pero de «destino» incierto y aun así «aferrada a un sueño lejano», se cerraba el primer disco de Duffy. ‘Rockferry’ (2008), escrito por la artista junto a unas pocas personas, especialmente Bernard Butler, Eg White y Steve Booker, era un álbum de sonido neo-soul y estética retro que contenía canciones de desamor tan bonitas como ‘Warwick Avenue’ o ‘Stepping Stone’. Sin embargo, decidía cerrarse con esta canción tan marcada por la esperanza, incluso melódicamente. Duffy soñaba literalmente con un mañana «lejano al día de hoy», mientras las cuerdas y el desarrollo de la canción apuntaban con tesón en esa dirección. ‘Distant Dreamer’ sabía contener tanto optimismo que prácticamente hacía llorar de felicidad. Su letra también decía: «Incluso cuando me veas fruncir el ceño, mi corazón no me decepcionará, porque sé que hay cosas mejores por venir».
Desgraciadamente, por mucho que todos los que hayamos acabado en esta web amemos y vivamos por la música, no creo que haya canción en el universo capaz de sacarte un mínimo del calvario que ha tenido que vivir Aimee Anne Duffy durante los últimos años, tras haber sufrido una violación y un secuestro, como acaba de contar en Instagram, que la han tenido apartada de la vida pública. Lo que sí sé es que en dicho texto ha pedido que «la apoyemos» para hacer de esta confesión «una experiencia positiva» y que tengo la certeza de que ese apoyo se lo debemos millones de personas, todas las que escuchamos aquella maravilla llamada ‘Mercy’, su gran clásico, cuyo vídeo estaba protagonizado por una serie de bailarines de northern soul, tan entregados a la causa que generaban fuego con sus pies.
Puede que Duffy simplemente no sea capaz de volver a cantar esta canción, pues su letra suena hoy como una dantesca premonición imposible de digerir («te suplico misericordia / libérame», conforma su estribillo), pero ese vídeo era uno de los mejores momentos de lo que llevamos de siglo. Después vendrían más clásicos. Pese a que su segundo disco fuera recibido con tibieza, las canciones, ahora escritas junto a Albert Hammond -padre- como para sacar lustre a su poso sesentero, llegaban a ser tan bonitas y atemporales como ‘Endlessly’, un villancico perfecto que nunca fue; tan emocionantes en su súplica como ‘Don’t Forsake Me’; o tan concretas como ‘Too Hurt To Dance‘. Sí, ‘Well Well Well’ no era el hit que pretendía ser, pero quizá toda la especulación posterior sobre la deriva de la carrera de Duffy sobró en una industria llena de juguetes rotos; y también un cúmulo de comparaciones con Adele que hoy causarían sonrojo con la era de la sororidad.
Los medios nos apresuramos a preguntarnos qué pasaba con Duffy, en medio de lo que han resultado especulaciones peregrinas y sonrojantes. Hay que decir en favor de aquellos que nos lanzamos al vacío de la elucubración que si algún día nos preguntamos dónde estaba era porque la echábamos de menos, porque intuíamos que en ‘Endlessly’ su estrella no había dejado de brillar, y porque en cierta medida ella misma aseguró que grababa un tercer disco -en parte en España- y ese disco no terminaba de llegar. En 2011 se informó de que Duffy se tomaba un descanso de un par de años, se dieron un par de pistas sobre ese hipotético tercer álbum, pero tan sólo nos llegaban un par de versiones y canciones que no lograban mayor atención. Para colmo, ‘Endlessly’ desaparecía de las plataformas de streaming sin dejar rastro -y hasta hoy-, como muestra de que algo no estaba yendo como debía. The Guardian recupera ahora unas declaraciones suyas para Esquire en 2013 en las que decía: «He dado un paso atrás, me he dicho que voy a ir más despacio, todo es tan complicado (…) De repente era un producto, una empresa, una mujer de negocios y todo lo que quería ser era un ser humano».
Duffy decidirá qué quiere contar del quién y del cuándo de esta historia -dejaremos para otra vida intentar entender por qué- en la búsqueda de, en sus propias palabras, una «liberación». Una sensación de liberación muchas veces ansiada en su música en los momentos más revitalizantes (‘Mercy’, ‘Well Well Well’ y ‘Rain on Your Parade’) e incluso en muchas de sus letras más tristes. Muchos la hemos sentido durante este tiempo recuperando sus canciones, mientras tristemente ella no era capaz de utilizar su trémula voz como vía de expresión, como ha explicado. Hoy tengo la sensación de que debemos algo a Duffy, sencillamente porque su música nunca ha dejado de acompañarnos en muchos de los malos momentos que todos hemos vivido a lo largo de este decenio. Si ‘Distant Dreamer’ no ha podido ser un apoyo para ella cuando ha pasado el mayor bache de su vida, sí lo ha sido para nosotros en muchas ocasiones en que hemos necesitado ver la luz. Porque ‘Stepping Stone’ sirvió para reafirmarnos cuando no quisimos seguir siendo el segundo plato de una persona que solo sabía hacernos daño, ejerciendo de refugio y bálsamo para hacernos sentir mejor. Porque todos hemos sido esa persona que no puede parar de llorar en la parte trasera de un taxi en el vídeo de ‘Warwick Avenue’, hoy debemos a Duffy seguir estando ahí.