Detrás de ese chascarrillo de padre (literalmente) que titula la primera obra literaria de Tweedy hay mucho más tuétano: el músico se remonta hasta su niñez en la impersonal y cerrada ciudad del Medio Oeste en la que se crió, para trazar un minucioso retrato de sí mismo que, aunque no lo parezca –especialmente cuando parece dar rodeos innecesarios por anécdotas aparentemente intrascendentes–, explica quién es, qué ha hecho y hace (en sus discos y en el escenario) y por qué lo hace con bastante precisión y grandes dosis de un humor sardónico que, cuando se le pilla el punto, puede sorprenderse incluso rompiendo a reír –especialmente desternillantes son los diálogos en torno a este libro con su esposa e hijos–.
Tampoco es que el alma mater de Wilco se revele ahora como el nuevo Faulkner, no. Su prosa es por momentos infernal, confusa –mis respetos a Esther Villardón, porque es evidente que su traducción al castellano ha debido ser un parto, aunque hay pasajes que se intuyen inexactos, con errores tan llamativos como hablar de Michelle Shocked en masculino–, con soliloquios que dan rodeos de dudoso interés por la trastienda de una tienda en su Belleville natal o los baños de la legendaria sala de conciertos de Chicago Lounge Ax (crucial en su vida, en realidad) y que parecen (a veces lo son) callejones sin salida. Pero lo cierto es que, aunque se pague el peaje de leer algunos pasajes no tan brillantes, en general ‘Vámonos (para no volver)’ se antoja como imprescindible para cualquiera que admire o haya admirado a Tweedy en alguna de sus etapas.
Con pocas (por no decir ninguna) reserva, Jeff aborda con honestidad y claridad cómo nace su amor por la música y su convicción de que él iba a ser un profesional del rock (no exactamente una estrella), cómo nace su amistad con Jay Farrar y su primer gran proyecto, Uncle Tupelo, y cómo ambos –amistad y grupo– mueren para dar paso a Wilco y una historia que aún hoy permanece muy viva. No se deja atrás ninguno –aunque alguno lo trate muy por encima y es, obviamente, solo su parte de la historia– del resto de episodios más controvertidos en torno a él: la entrada y salida de su grupo del malogrado Jay Bennett, su polémica con Billy Bragg a cuenta de los discos dedicados al cancionero de Woody Guthrie, sus desavenencias con las compañías discográficas que derivaron en la creación de su propio sello, el doble cáncer (superados, por fortuna) de su mujer Sue, el alcoholismo de su padre, su depresión congénita, su consumo de calmantes para obviarlas y, sobre todo, la espiral de adicción a estos que estuvo a punto de costarle absolutamente todo.
Todo esto es evidentemente muy interesante para cualquier fan de la carrera de Tweedy, como decía, en cuanto a que en todo momento lo conecta –y en primera persona, no a través del filtro de un supuesto testigo– con cada etapa de su vida personal e intercalado con tan anecdóticos como jugosos episodios con tótems de la música como The Residents, Bob Dylan, Mavis Staples o Johnny Cash (¡nada menos!). Explica por qué ‘Summerteeth‘, ‘A Ghost Is Born’ o ‘Schmilco‘ son como son, y eso (aparte de animar a revisitarlos) está muy bien. Nos habla de su pasión por la música, de por qué cree que es su obligación compartirla con los fans, mientras, detallando su particular método de composición, se desmitifica a sí mismo como un genio creador para humanizarse como un simple proletario de la música, un miembro más de un equipo. Pero lo más conmovedor de todo esto no es tanto descubrir cómo es Tweedy en su interior o cómo entiende la creación artística –que también, porque hay fragmentos realmente inspiradores en ese sentido–. Sino vernos reflejados en él a través de sus propias fragilidades y aspiraciones, porque son las nuestras, las de cualquiera. En ese sentido, ‘Vámonos (para no volver)’ es un libro muy disfrutable para cualquier lector, no necesariamente seguidor de la música de Tweedy. 7,5.
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