El festival creado por unos promotores belgas ha demostrado una fantástica capacidad de reinvención y adaptación a la situación. No era un festival gratuito ni solidario –como el que planea hacer el metalero y español Resurrection Fest el próximo agosto–, sino un festival de pago a precios razonables, con sus entradas de día y sus abonos, que permitía moverse libremente entre escenarios e incluso da un plazo de una semana para volver a ver tanto las actuaciones favoritas de cada cual como aquellos que no pudo presenciar en directo. A expensas de conocer qué cifras de público se han alcanzado con esta propuesta Atendiendo a la cifra de audiencia de un millón de espectadores en todo el mundo que ha comunicado el gabinete de prensa del evento, es inevitable plantearse esta pregunta: ¿por qué no sería posible organizar un Coachella, un Primavera Sound, un Mad Cool virtuales?
Las posibilidades son infinitas. Pensemos, por ejemplo, en el show que ofrecía hace un par de meses el rapero Travis Scott en el interior del videojuego ‘Fortnite’. Un espectáculo brutal, que millones de jugadores de todo el mundo presenciaban «en directo» con su «yo virtual», algunos de los cuales eran aplastados literalmente por la descomunal figura digital de un Travis que volaba por el espacio o se sumergía bajo el mar. A diferencia de Katy Perry, que cantó en directo acompañada por una banda de músicos vestidos como sombreros de copa, él ni siquiera necesitó hacer acto de presencia física para arrasar. Doy por hecho que, a estas alturas de texto, habrá algún que otro pureta rasgándose las vestiduras diciendo que eso no es música de verdad, o algo así.
Pues bien, también tengo para ellos: ahí estaba el concierto promocional que JARV IS…, el nuevo grupo de Jarvis Cocker, ofrecía en el interior de una cueva con una cuidada iluminación, escenografía y realización, presentando una a una las canciones de su notable nuevo disco ‘Beyond the Pale‘. Ya no está disponible, pero pude verlo completo y no veo por qué no pagaría mi entrada
para poder volver a hacerlo. O el que ofrecía días atrás Nick Cave, solo al piano, en una de las inmensas naves de del Alexandra Palace londinense, previo pago de ticket. En nuestro país, tal y como señala el mismo reportaje de El País, Rocío Márquez actuaba en streaming hace unas semanas en el Patio de la Acequia de la Alhambra, en pleno silencio, en una experiencia que, dice, fue para ella «muy emocionante», pese a no tener público enfrente que aplaudiera.Estoy tan de acuerdo como el que más con que no es lo mismo que presenciarlo en el mismo espacio físico, pero es innegable que pueden ser experiencias fantásticas para cualquier aficionado a la música. ¿Es peor, por ejemplo, que ver un concierto en directo de Triángulo de Amor Bizarro sentado en una silla, sin poder levantarte? No lo creo. Pero es el inmovilismo, el victimismo y el lamento infinito por un sistema que, en todo caso, se sostenía ya sobre un alambre. Esta crisis no ha hecho sino desencadenar la explosión de una burbuja que llevaba años inflándose sin parar hasta límites peligrosos. ¿De verdad era sostenible una escena con la friolera de 900 eventos anuales? De hecho, cada vez han sido más los artistas que han renegado de los hábitos de consumo musical de esos festivales –pienso en declaraciones recientes de Sr. Chinarro o The New Raemon–. ¿Eran eventos dedicados de verdad a la música o a la socialización? Desde luego, un festival virtual tiene formas de ser una plataforma para socializar –con chats, avatares–, pero también de ser una fiesta con amigos que se juntan en una casa para presenciarlo.
Evidentemente, hay negocios que verían reducida su facturación en esa hipotética transición tecnológica: técnicos de sonido e imagen, logística, restauración, servicios… pero seguirían siendo necesarios en una medida importante. Pero, a cambio, serían necesarios mejorar en servicios digitales y escenografías. Las salas sufrirán, claro, pero al fin y al cabo esos shows tendrán que ser emitidos en algún espacio físico. ¿Por qué no en ellas, contraprestación económica mediante? ¿Y por qué no con una solución mixta, al estilo de la experimentada por grupos como Los Punsetes?
Siendo totalmente conscientes de lo doloroso de esta abrupta explosión de la burbuja festivalera –padeciendo, de hecho, en nuestras propias carnes la debacle económica que deriva de todo esto– y entendiendo que no debe dejar de defenderse y dignificarse la música, creo que el sector en España –promotores, artistas, prensa y servicios adscritos– debería (deberíamos) dejar atrás el victimismo habitual y mirar hacia adelante con imaginación, ingenio y creatividad, que sobran en este país. Dinero no, pero no creo que sea esta una cuestión económica. Todo esto pasará, claro, y volveremos a ir a conciertos multitudinarios sin distancia, sin mascarillas y sin higiene extrema (esta no estaría de más que continuase), pero muchos serán los que queden (quedemos) por el camino. Pero, ¿qué nos hace pensar que no volverá a ocurrir algo similar? Esto debe ser una ocasión para salir reforzados y crear un modelo nuevo, en el que los festivales de música virtuales podrían ser un recurso habitual.