Adalid del synth-pop ochentero en los últimos tiempos, Roosevelt llega a su tercer disco manteniendo las influencias que le han hecho tan feliz desde su primer disco: Nile Rodgers, Talking Heads y, en nuestro siglo, Robyn. A veces apuesta por una secuencia de acordes muy de música disco, ritmos funky y guitarras muy Chic, como sucede en ‘Strangers’. Otras, su sonido se agrava para acercarse a la última voluntad de DFA, especialmente aquel proyecto muy popular en su momento, hoy un tanto «quién sabe dónde», que fue The Juan MacLean.
‘Feels Right’, como parte de la imaginería del disco, apuesta por la estética «luces de neón» a lo ‘Drive’, solo que aquí los personajes están menos atormentados, buscan más la euforia incluso en los momentos de desazón. No hay manera de intuir por qué el alemán Marius Lauber considera ‘Polydans’ el álbum «más personal de su carrera» en unas letras que se pierden en amoríos random, de «extraños en la noche» a la pregunta que se hace unas cincuenta veces en ‘See You Again’, que no es otra que «¿cuándo volveré a verte?». Lo que sí sabemos es que en un par de ocasiones se pone tierno, especialmente en ‘Closer to My Heart’, en la que coquetea con la idea de ser un cantante romántico de los 80 tipo Nick Kamen o Glenn Medeiros, solo que como producido por alguien tipo Washed Out.
En ‘Polydans’, Roosevelt vuelve a ser el autor único, el productor único y el mezclador único, recibiendo apenas alguna ayuda de Kat Frankie en los coros, del Kaiser Quartett en las cuerdas de ‘Strangers’, junto a algún guitarrista o percusionista ocasional; resultando su proyecto una excepción casi romántica en un mundo dominado por los featurings. Y no hace falta irse a la música latina: hasta en el último de Robyn, tan sui generis, encontrábamos firmas invitadas como las de Zhala y Joseph Mount de Metronomy. Roosevelt se lo cuece él solo, aunque en ciertas ocasiones ello conlleve cierta sensación de monotonía, para tratarse ya de un tercer álbum.
El productor curtido en sesiones de club en Londres, Berlín o Lisboa sí hace rugir guitarras incluso hasta un poquito prog en la canción de apertura ‘Easy Way Out’, reservándose casi todo lo mejor para el final del álbum. Si hacia la mitad encontramos una anécdota llamada ‘Montjuic’ y lo que parece un homenaje a ‘Thriller’ llamado ‘Forget’, lo que hallamos al final es la ansiada celebración extática que los clubs de 2020 nos negaron: a ‘Lovers‘, su canción más OMD, Human League y Pet Shop Boys a la vez, sucede una de las producciones más dignas de llevarnos al estado de trance que se han escuchado recientemente, ‘Echoes‘. Al final, ‘Sign’ es su resaca, el bonito cierre del álbum que, tras arrancar entre sirenas de ambulancia o policía, se resiste a ser una melancólica balada. Su chica se va, y Roosevelt pide un signo de su amor, pero no suena del todo desolado: la melodía inspira la idea de la aceptación. Es un final poético para afianzar a una ya solidísima base de fans.