Música

Lana del Rey / Chemtrails Over the Country Club

Tengo que empezar esta crítica confesando que no soy una gran fan de Lana del Rey. Por supuesto, quemé bastante su primer LP. Pero sus posteriores obras no me decían demasiado, la encontraba repetitiva… Hasta que llegó ‘Norman Fucking Rockwell!’. Entendedme, un disco que abre con un «Goddamn, man-child. You fucked me so good that I almost said «I love you»» tiene que ser algo grande por narices. Tengo la sensación de que «Norman» fue un disco para epatarnos, un puñetazo en la mesa de Lana ante la amenaza de que los críticos (que no los fans) la ninguneáramos; un disco para re-demostrarnos la artista total que es. Pero también estoy muy de acuerdo con la crítica que mi compañero Jordi Bardají hizo en su momento. Es es un disco enorme; sin embargo, se me hace arduo escucharlo del tirón. Y en ‘Chemtrails Over the Country Club’ parece que, por arte de alguna magia desconocida, Lana le haya hecho caso a Jordi: no sólo nos ha dado un disco con grandes canciones, sino que su secuencia es muy buena, sólo dura 45 minutos y se escucha seguido muy a gusto, sin que pidas la hora. Quizás no haya un ‘The Greatest‘, pero tampoco le hace falta.

La sombra de ‘Norman Fucking Rockwell!’ es tan alargada que corremos el riesgo de juzgar a ‘Chemtrails Over the Country Club’ como obra menor. Pero rotundamente no. Es más ligero, sus temas son menos enrevesados, más directos y breves, y más sutiles. En «Chemtrails» Lana ha fabricado, con la ayuda de nuevo de Jack Antonoff, una obra más luminosa. Sin apartarse de su querencia por el pop de los 70, por la canción augusta, compuesta y construida con esmero y la nostalgia vintage, hay aquí ligereza y sí, esa cohesión que Jordi echaba de menos. La atmósfera es lánguida y morosa, las canciones no. Las instrumentaciones parecen suspendidas en el aire, oníricas y, a la vez, todo suena muy natural, abandonadas prácticamente las sonoridades más hip hoperas.

Líricamente, ‘Chemtrails Over the Country Club’ gira sobre algunos de los temas habituales de Lana: su vida, su carrera, la fama, cierta lucha existencial… Pero esta vez se la percibe mucho menos angustiada, más dispuesta a sacar el pasado, exorcizarlo y verlo con nueva luz. Si hay una temática que destaca especialmente en el disco, es la sororidad. Ya desde la portada, que es un canto a la amistad entre mujeres, gran parte del álbum es una proclamación de autoafirmación femenina y sí, feminista; de la propia Lana, de sus amigas y de las artistas a las que admira. Jack Antonoff aparte, Lana ha contado básicamente con otras mujeres para las colaboraciones. Nikki Lane en ‘Breaking Up Slowly’, Weyes Blood y Zella Day en la versión de ‘For Free’ de Joni Mitchell. Amén de rendir encendido homenaje no sólo a la gran cantautora, sino a muchas de sus coetáneas.

Pero todo esto no tendría interés sin un gran corpus de canciones que lo apoyara. Como siempre, la primera canción es arrebatadora. En ‘White Dress‘ todo está susurrado, hasta los instrumentos, como si música y voz nos llegaran de lejos. ‘White Dress’ es una epifanía autobiográfica preciosísima que explica ese momento en que Lana decidió dedicarse a la música, cuando tenía 19, era camarera y los «White Stripes eran lo más candente». Resulta sobrenatural oírla en ese registro más agudo, casi roto. Pero precisamente, es esa voz aparentemente débil, la que convierte este tema en una pieza mayor. ‘Chemtrails Over the Country Club’ apenas sostenida sobre un piano en su inicio, nos devuelve vocalmente en principio a la Lana de siempre, aunque juegue con su voz a tesituras más agudas, mucho más soul. La atmósfera antigua se consigue con esos ruiditos de fondo, apenas perceptibles, de disco de vinilo crepitando.

Un arranque espectacular suele ser la norma en los discos de Lana, antes de que el asunto desfallezca. Pero esta vez sortea el tedio con hermosa facilidad. En la zona media del disco hay delicias absolutas como ‘Not All Who Wander Are Lost’, con un pie entre el country y la canción de los 50. Es cautivador escuchar el modo en que se quiebra la voz cuando entona «It wasn’t quite what I meant», o la estupenda guitarra de doce cuerdas con la que le acompaña Antonoff. Hay referencias a su tendencia a los amoríos complicados en ‘Tulsa Jesus Freak’ o ‘Let Me Love You Like A Woman’, pero son meramente anecdóticos ante actos de reafirmación como ‘Wild at Heart’, clásica, pegadiza y aparentemente leve, hasta que llega el crescendo que nos retrotrae a Angel Olsen. O ‘Dark but Just a Game’. Esa oscuridad es la fama que amenaza en engullirla, pero Lana deja claro que no lo permitirá, mientras se sitúa, musicalmente, en un espacio entre John Lennon y Radiohead. Aunque entre todas, quizás me quedo con la delicadeza de ‘Yosemite’, en que Lana rememora a Nick Drake: es una maravilla escuchar cómo se desarrolla esa guitarra española, los bongos apenas marcando el ritmo, la voz de Lana rasgándose levemente, sonando fantasmal en el estribillo, la manera en que se introducen los levísimos arreglos de cuerda para ofrecernos una canción de amor… feliz.

El tramo final es exquisito. Confieso que he tenido que comprobar dos veces la autoría de ‘Breaking Up Slowly’ para certificar que es obra de Lana y Nikki Lane y no una versión «torch» de un clásico country, tal es el fuste que gasta la canción. De hecho, el tema habla de Tammy Wynette, la gran dama del country famosa por ‘Stand by Your Man’, pero también por ‘Justified & Ancient’ de the KLF, de vida bastante trágica. «I don’t wanna live with a life of regret. I don’t wanna end up like Tammy Wynette» («No quiero una vida de remordimientos, no quiero acabar como Tammy Wynette»), cantan ambas. Y no funciona tanto como canción de desamor, como pudiera parecer en un principio, sino como canción de homenaje y… de higiene sentimental. Y no sólo se rinde pleitesía a Tammy. Lana también homenajea en ‘Dance til I Die’ a Joan Baez, Stevie Nicks, Courtney Love… a todas aquellas artistas que fueron ídolos y que ahora son sus amigas. ‘For Free’, la versión de Joni Mitchell, es un gran broche y resumen del disco: reverencia, amistad a mujeres, hermanas, cantantes y compositoras, entonando un tema en que Mitchell se plantea los dilemas de la fama, las diferencias entre cantar por dinero o cantar por placer, aunque nadie te haga caso. Es un gozo oír cómo se reparten las estrofas, cómo Lana busca que todas brillen en una versión bastante fiel a la original.

En ‘Chemtrails Over the Country Club’ Lana ha ido a buscar, definitivamente, el clasicismo de gran autora de los 70. Quiere ser Joni Mitchell o Carole King. Y no tanto porque su música «recuerde a», sino porque Lana pretende que su obra alcance esas cotas de inmortalidad. Quizás no podrá aspirar a la popularidad que ambas tenían en su época, porque su concepto de canción está muy a la greña con las playlists y la falta de paciencia actuales. Pero está claro que «Chemtrails» funcionará porque hay un público joven que sigue escuchando y demandando obras en las que sumergirse y refugiarse, que vayan más allá del consumo inmediato y la gratificación instantánea.

La verdad es que tengo sumo interés en el próximo paso de Lana, en ese «disco de venganza» contra todas las críticas que se han vertido contra ella. Pero, de momento, a los que la acusan de «no ser feminista» les ha contestado de manera sutil pero contundente. Y luego está lo esplendorosa y firme que se muestra respecto a su carrera y a sus sentimientos. En ‘Chemtrails Over the Country Club’, la canción, hay un verso que resume el espíritu del disco: «I’m not bored or unhappy, I’m still so strange and wild» («no estoy aburrida ni soy infeliz, sigo siendo extraña y salvaje»). Pues eso.

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Publicado por
Mireia Pería