Calamaro comenzó su polémica intervención en El Hormiguero hablando de su último disco de la siguiente manera: «Espero que le guste a todo el mundo, pero eso es imposible hoy en día». Este cierto sabor a derrota seguía de manera interesante: «La opinión está tan disponible que ha bajado mucho el precio. Normalmente a los discos les tendríamos paciencia. Los llevarías para casa, los escucharíamos para descubrir detalles. Espero que ocurra», decía Andrés, anticipando que tal cosa no iba a suceder. «¡Ostras!», respondía Pablo Motos, añadiendo que la música se escucha hoy en día muy deprisa.
He retrasado unos días la publicación de esta crítica, porque creo que Calamaro tiene toda la razón del mundo: la opinión, barata está. Y a los discos, desde luego, ya no les tenemos ninguna paciencia. Rara vez se dicen cosas que sirvan para algo en el programa de audiencia millonaria de ATresMedia, y rara vez un invitado muestra una honestidad tal promocionando un disco: de sus palabras no subyace sino el mensaje de que ‘Dios los cría’ no va a entusiasmar mucho. Lo cual es una pena porque era un caballo ganador, una revisión de éxitos de Andrés Calamaro con y sin Los Rodríguez junto a nombres tan queridos en España y/o Latinoamérica como Julio Iglesias, Manolo García, Raphael, Milton Nascimento o Juanes; algún nombre medio salido del underground, como Iván Ferreiro (no está, eso sí, C. Tangana, ni nadie que se le parezca); e incluso algún nombre femenino, como Lila Downs, Mon Laferte o Julieta Venegas. La pena es que pasa el tiempo y este disco no deja demasiado clavo al que agarrarse para defenderlo.
Andrés Calamaro lleva unos años con mala prensa, en parte debido a sus declaraciones polémicas, en parte debido a lo atrás que se ha quedado la figura del viejo rockero. Hace poco se desató una polémica de esas de 15 minutos porque salía en el vídeo de ‘Hong Kong’ tocándose los huevos mientras replicaba una letra antigua sobre tener «un cohete en el pantalón». ‘Dios los cría’ debería ser el disco que reconciliara al autor de la frase «140 caracteres pueden metérselos profundo en el medio del ojete» con el gran público, el que pusiera sobre la mesa que lo que importa son las canciones, el que evidenciara que es un autor como la copa de un pino y que son muchísimas las canciones que ha escrito que son historia del pop en castellano: ‘Flaca’, ‘Para no olvidar’, ‘Engánchate conmigo’… Pasada la era del esnobismo y el talifanismo indie, ¿quién en su sano juicio cuestionaría el valor de todo esto en un mundo más necesitado de autores diferentes que nunca?
‘Dios los cría’ no es, en cambio, ese disco transversal que reúna a propios y extraños en torno al legado de Andrés Calamaro. Se ha trabajado en reunir estas colaboraciones durante 4 años, ofreciendo 3 canciones a cada artista y pensando 3 posibles colaboradores para cada canción, y se ha hecho de manera unificada, siempre con Germán Wiedemer como conductor, productor y pianista, y con el mismo formato trío de ‘Licencia para cantar’, Toño Miguel al contrabajo y Martín Bruhn a la percusión. Las grabaciones son correctas y pulcras, con alguna invitada sorpresa como la trompeta de ‘Tuyo siempre’ o la armónica que toca Carlos Vives en ‘Algún lugar encontraré’. Pulcro casi de más, puesto que el conjunto resulta lineal y homogéneo, gris como la portada del disco. Sin interés por que las canciones viajen más hacia Cuba o hacia Brasil, como a veces parece que van a proponerse, ‘Dios los cría’ nunca exprime la inspiración en el son, la bossa o la salsa cuando parece que va a ser el caso. El único color lo ponen los tangos de ‘Jugar con fuego’; el resto ni contiene lo bohemio de los grandes pianistas del jazz favoritos de Germán Wiedermer (Oscar Peterson más que Johnnie Johnson parece aquí su gran referencia), ni termina de acercarse a la solemnidad del último Leonard Cohen o el Dylan de ‘To Make You Feel My Love’.
Uno de los grandes puntos flacos del disco es que Calamaro haya hecho sonar igual canciones tristes, alegres, canallas y contemplativas, como ya se vio en ‘Flaca’, totalmente desprovista de desafío y componente fumeta, ahora con Alejandro Sanz. El trabajo de Wiedemer, Bruhn y Miguel tiende a buscar la melancolía. Las canciones de Calamaro ahora quieren transmitir la contemplación del paso de los años. Así que las que mejor funcionan en este contexto son las que ya contenían cierto pesar. «Qué triste, cuando se apaga la vida» dice la preciosa ‘En un hotel de mil estrellas», sin perder un ápice de su magia con Milton Nascimento.
Otras adquieren un sentido contradictorio, si no premonitorio. «Gracias, le doy al Señor porque (…) habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto, ni mi voz, como cantor», termina ‘Estadio Azteca’, optimista de más. «Dicen que para escribir es indispensable sufrir (…) Algunos se encierran solos por 40 años, los daños son las tintas de sus lapiceros», dice ‘Tantas veces’, haciéndote recordar un dato: Bowie de hecho se encerró de los 56 a los 66 años. Cohen lo hizo de los 70 a los 78 años. A ambos les salió muy bien.