Como siempre, una vez terminado el primer semestre del curso, recopilamos la música que más nos ha entusiasmado durante la primera mitad del año, comenzando por los discos. Un año raro, 2021, casi más que el anterior, cuando al menos hubo plena normalidad de enero a marzo.
Esta vez destaca la ausencia de grandes nombres en el pop internacional (salvo que estéis entusiasmados con el disco de Justin Bieber). Olivia Rodrigo -de la que hablaremos en el «Especial Canciones»- parece haber aprovechado la ausencia de Rihannas, Beyoncés, Kendricks y Kanyes para llevárselo calentito.
En el plano underground, por supuesto hay discos interesantes como siempre aunque, con alguna salvedad como Nick Cave, llama poderosamente la atención la falta de unanimidad de criterio entre medios.
La crítica británica y estadounidense juega a ignorarse mutuamente más que nunca, de momento incapaz de ponerse de acuerdo para generar un hype realmente global en torno a algún artista novel del perfil de Arcade Fire o Grimes, desconocemos si por la pérdida de relevancia de medios en la era de las redes sociales, por el dominio absoluto del mercado por parte de Spotify o porque los discos verdaderamente buenos y que harán historia cambiando las cosas están guardados en el mismo cajón que el de Adele.
A riesgo de sonar nacionalistas de más, los discos españoles han salvado bastante 2021 y 3 son claramente los más votados junto a los de Nick Cave y Lana del Rey por nuestra plantilla de redactores y colaboradores puntuales. Me refiero obviamente a ‘PUTA’, ‘El Madrileño’ y ‘Clamor’, tres discos que, pase lo que pase en los meses venideros, ya forman parte de la historia de nuestro país, y del mundo que a ellos quieran asomarse.
A finales de los 90, principios de los dosmiles, a la par que el auge del europop más comercial, en la escena alternativa reinaban el post-rock y otros géneros hermanos de música oscura y densa. Y durante un tiempo, Aidan Moffat y Malcolm Middleton, Arab Strap, fueron estandartes; los amos de la depresión, del desasosiego, de las relaciones de pareja atormentadas, de la vida jodida y, sobre todo, del sexo: sexo ansioso, sexo triste, sexo frustrante… Todo envuelto con una música que tenía tanto de confesional y sombría como de adictiva. ‘As Days Get Dark’ es un disco tan pegadizo como perturbador. Recuerda a los grandes momentos de la banda, pero sin resultar para nada desfasado. La música de Arab Strap, seca, amarga, siempre tuvo una cualidad atemporal, que se mantiene. Siguen destilando mala leche y humor, suavizados por cierta ternura y un mucho de resignación. El regreso del dúo no puede ser más clarividente y glorioso.
’45 cerebros y 1 corazón’ fue un disco grande e irrepetible y ya hace mucho que dejó de ser de Arnal y Bagés para instalarse en el imaginario colectivo; es nuestro, de la gente. Y está bien que así sea y así se quede. Pero ‘Clamor’ es mucho más que «el segundo disco». Es una obra que apela tanto a lo visceral como a lo intelectual y que cuesta mucho, mucho de abarcar en sus múltiples facetas, dados su derroche musical y lírico. Arnal i Bagés han confirmado de manera contundente que ellos también son mucho más que su primer largo. Producido de nuevo por David Soler, este disco se cimenta, como el anterior, en la voz portentosa de Maria, el celo musical de Marcel y un nutrido grupo de colaboradores, juntos en el afán de hallar una suerte de «canción total». ‘Clamor’ es un disco más experimental que su predecesor, aunque aún sigue enraizado en la canción popular hispánica, pero de manera menos obvia. Hay poca guitarra y sí mucha investigación sonora. ‘Clamor’ se sustenta en la electrónica, los sonidos de la naturaleza y, sobre todo, en el uso de la voz como instrumento, siguiendo la estela de eminencias como Björk o Holly Herndon.
En la historia de los artistas que han logrado acercar la música tradicional española a las nuevas generaciones hay que contar de manera destacada a Baiuca. El músico gallego se ha hecho un hueco en el panorama nacional haciendo lo que hace Nicola Cruz con la música andina pero sin salir de su Galicia natal, mezclando electrónica con el cancionero popular de su tierra para renovarlo a su manera. ‘Solpor‘, su primer disco, era un trabajo de folktrónica artesanal, enriquecido por samples, instrumentos y percusiones de todo tipo que cabía degustar atentamente con cascos, y ‘Embruxo’, su segundo disco, depura el componente experimental de aquel para sacarnos a bailar a la plaza, a la luz de la luna.
‘Little Oblivions’ se centra, más “sin filtro” que nunca, en las adicciones de la artista, su reciente recaída, sus comportamientos autodestructivos, sus sentimientos de odio a sí misma y, en definitiva, su (inestable) salud mental. No lo hace victimizándose, pero, aun así, seguramente muchos escuchen estas canciones y concluyan que se está haciendo la víctima, que los adictos “no me dan ninguna pena porque ellos se lo han buscado”, y demás coletillas. ¿Lo bueno? Que a Julien se la suda -a ratos- lo suficiente como para no cortarse un pelo ni autocensurarse y regalarnos un disco tan bueno como éste, un disco que lleva terminado-y-paralizado un año (pandemia mediante) y, sobre todo, un disco que tendrá poder terapéutico no solo para ella sino también para muchos de sus oyentes.
Si ‘Cavalcade’ satisface como obra de gran técnica musical, en la que el vocalista y guitarrista Geordie Greep, el también vocalista y guitarrista Matt Kwasniewski-Kelvin, el vocalista, bajista y tecladista Cameron Pictor y el batería Morgan Simpson se lucen cada uno en lo suyo, también sorprende por la claridad de algunas de sus melodías, que en el enésimo caos controlado de ‘Dethroned’ obliga a pensar en bandas con las que de hecho black midi tienen mucho que ver como los infravalorados These New Puritans o Wild Beasts. Después de volverse locos una vez más con ‘Hogwash and Balderdash’, cuyo título alude a formas de escribir bobas o absurdas, como las que presume esta misma canción, el disco se cierra con una emotiva balada de «crooner» que podría ser de Scott Walker. ‘Ascending Forth’ imagina una vida «sin preocupaciones» y lo cierto es que black midi han hecho un disco lleno de distracciones en el mejor de los sentidos.
A pesar de ser un disco elaborado en tiempos muy difíciles, ‘Carnage’ ofrece más luz, belleza y consuelo que desasosiego. Las canciones parecen reflejar una búsqueda y una reconfortación en el «Reino en el Cielo» (término que aparece varias veces), en el amor a la humanidad, al mundo. Ellis y Cave apelan más a lo universal que a lo personal, a un humanismo salvador. Las aguas son procelosas, duro es el viaje, pero no nos hundiremos mientras permanezcamos juntos, nos dicen. Y en semejante estado de gracia, imposible no creerles.
Las comparaciones no son odiosas, sino sanas cuando sirven para encumbrar a dos de los artistas más importantes de la historia de nuestro país, ambos pasándose por el arco de triunfo las fronteras entre indie y mainstream, entre vanguardia y tradición; ambos a un nivel de frotarse los ojos. ‘El mal querer’ era un disco más Sónar Festival, y ‘El madrileño’ es un disco más Primavera Sound, pero también más pop: no hay que dar por sentada la enorme cantidad de hits que se suman a los 5 (¡CINCO!) singles que ya conocíamos con antelación. ‘Ingobernable‘ es una rumba turbia pero irresistible, para la que se ha contado con los Gipsy Kings, en la que El Madrileño adopta un papel más posesivo, frente a una mujer que no se deja dominar. ‘Los tontos’ es la otra cara de la moneda, un tema festivo, divertidísimo, en el que Kiko Veneno y Puchito se proponen huir de su condición de «losers». ‘Párteme la cara’, ‘Te olvidaste’, el éxito espontáneo de ‘Los tontos’ y debilidades como ‘Cuándo olvidaré’ suman en un disco apto hasta para seguidores de Rosario y Alejandro Sanz, referenciados.
Lucy Dacus / Home Video
Ese experimento llamado boygenius fue uno de las mejores regalos musicales que nos dio 2018, y lo cierto es que desde entonces las carreras de sus tres componentes no han dejado de crecer. Pero, si Phoebe Bridgers es sin duda la que más éxito ha conseguido y Julien Baker la más aclamada por la crítica, Lucy Dacus se había quedado en un terreno más intermedio, en parte porque su material posterior se limitó a un (muy digno) disco de versiones y poco más. ‘Home Video’ viene a solucionar eso. Con un estilo cohesionado que seducirá tanto a los fans de sus discos anteriores como a los que la descubrieron por boygenius, Dacus se luce creando con su voz y con sutileza en las melodías el ambiente de nostalgia del que precisamente trata el disco, y demuestra de nuevo sus excelentes habilidades como letrista. No hay más que irse a su último single: “you call me cerebral, I didn’t know what you meant / but now I do, would it have killed you to call me “pretty” instead?” canta en ‘Brando’, quizás su ‘Kyoto’ particular. Es encomiable cómo consigue describir tan bien a una persona (o un tipo de personas) con una frase aparentemente tan sencilla… pero no es, en absoluto, el único ejemplo de brillantez que podemos encontrar en ‘Home Video’.
Los riojanos Espanto son uno de los mejores grupos de este país pero, ay, se prodigan menos de lo que desearíamos. ‘Fruta y verdura’ (2016) ya empezaba a quedarse lejos. Y su single ‘Tres canciones nuevas’ (2018) supo a poco. Pero tranquilos: Espanto han regresado. Que Dios bendiga a los dúos austrohúngaros y aledaños. No en vano, Genís Segarra vuelve a producir y Austrohúngaro a publicar. Si ‘Fruta y verdura’ era una inmersión en la naturaleza, ‘Cemento’ supone el regreso a la ciudad. La preciosa portada muestra edificios emblemáticos de Logroño. Pero este regreso se presume que no ha sido del todo voluntario. Porque en ‘Cemento’ cohabitan dos sentimientos, opuestos pero complementarios. Uno es la desazón por esta vida urbana y perturbada, una queja contra el mundo moderno y sus esclavitudes. El otro aboga por el escapismo, la bondad y la esperanza. Las canciones alienantes, si fueran una comedia, serían de las que te hielan la sonrisa. Espanto recuperan su mala uva y la presentan con preciosos envoltorios, que esconden situaciones terribles. Y en el lado amable y efervescente de ‘Cemento’ hay hermosas canciones, de pequeño tamaño, que pasan al principio de puntillas, pero que rápidamente revelan su grandeza.
Si es difícil hacer una «pieza» de casi una hora que en ningún momento aburra, Shepherd y Sanders hacen que parezca fácil, a lo que ayuda que la Orquesta Sinfónica de Londres nunca sobrepase su poder: mantiene la compostura en todo momento. En ‘Promises’, el balance de repetición e improvisación funciona a merced de un trabajo lleno de espacio en el que Shepherd y Sanders dialogan de manera espontánea, sin pisarse el uno al otro. A veces los teclados despegan como en una producción de James Blake para luego caer al vacío, como los de ‘Movement 3’; otras pasan de volar por el cosmos para después recordar a las rudimentarias producciones proto-electrónicas la BBC Electronic Workshop; como los de ‘Movement 7’, y en ‘Movement 4’, Sanders se atreve a derribar la ilusión creada por el disco acercándose al micro para tararear una boba melodía. En este momento te das cuenta de que ‘Promises’ lo tiene casi todo: emoción, serenidad, drama, dinamismo… y hasta una pequeñísima dosis de humor.
‘Harlecore’ es un disco conceptual inspirado en un espacio digital llamado Club Harlecore en el que los usuarios pueden experimentar la euforia de diferentes maneras. Para ello, cada género musical es representado por «un DJ residente fantástico»: «DJ Danny» nos trae el hardcore edificante, «MC Boing» el rap (se trata de Danny L Harle con Lil Data), «DJ Ocean» el ambient (se trata de Danny L Harle con Caroline Polachek) y «DJ Mayhem» (Danny L Harle con Hudson Mohawke) «lidera un rastro de destrucción con la banda sonora de un charlatán en confrontación». Toda esta sensación de «euforia» supuestamente integrada, no dividida en «salas» o «dj’s residentes», no es en verdad tan ajena a lo que esperamos de Danny L Harle. Aunque cada sala va un poco a lo suyo, un disco que es un gran paradigma de la diversidad que cabe en el corazón de todos los que compusieron PC Music.
Dice el mito que los terceros discos son difíciles, pero Japanese Breakfast ha aprovechado la creación de ‘Jubilee’ para reinventarse. Sus dos primeros trabajos, ‘Psychopomp’ y ‘Safe Sounds from Another Planet’, versaban en gran medida sobre la muerte de su madre y se anclaban en un sonido de indie-rock, shoegaze y dream-pop melancólico por el que, de vez en cuando, asomaban otros estilos. ‘Jubilee’ no abandona radicalmente estos géneros pero sí los pasa por un prisma más positivo a la vez que se abre a sonidos más luminosos y, en definitiva, novedosos para la artista. Al hablarnos no solo de la muerte sino también de la soledad y, sobre todo, de lo que implica madurar más temprano de lo que esperabas, Japanese Breakfast nos deja una lección muy valiosa en ‘Jubilee’, la de aprender a encontrar la luz.
14 años viviendo en México, los 2 últimos en la pequeña localidad de Tepoztlán literalmente «viendo caballos pasar», han llevado a la chilena Mon Laferte a publicar su disco más empapado de la música folclórica del país norteamericano. El visionado de un documental de Chavela Vargas, otra mexicana de adopción, ha inspirado a la artista a ahondar en mariachis, rancheras y corridos, incorporando acordeones, vihuelas, tubas y trompetas, colaborando con gente como Alejandro Fernández (que aparece en el single ‘Que se sepa nuestro amor‘) y alguna banda. No se han abandonado por completo los ritmos de otras procedencias, pero sin duda ‘SEIS’ es un álbum menos salsero y menos swing, por ejemplo, que el anterior, el formidable ‘Norma’.
En ‘Chemtrails Over the Country Club’ Lana del Rey ha ido a buscar, definitivamente, el clasicismo de gran autora de los 70. Quiere ser Joni Mitchell o Carole King. Y no tanto porque su música «recuerde a», sino porque Lana pretende que su obra alcance esas cotas de inmortalidad. Quizás no podrá aspirar a la popularidad que ambas tenían en su época, porque su concepto de canción está muy a la greña con las playlists y la falta de paciencia actuales. Pero está claro que «Chemtrails» funcionará porque hay un público joven que sigue escuchando y demandando obras en las que sumergirse y refugiarse, que vayan más allá del consumo inmediato y la gratificación instantánea.
Ajenos a los imperativos del mercado, sin featurings ni ritmos trap ni canciones pensadas para el TikTok, los músicos del australiano Genesis Owusu han desarrollado un trabajo muy de banda que hace pensar en grupos tan versátiles como TV On the Radio. Dave Sitek bien podría haber sido el responsable de esta genialidad en la que lo mismo cabe un hit llenaestadios como escrito por el Bruce Springsteen de los años 80 (‘Drown’) que el medio tiempo de falsetes R&B (‘Gold Chains’) que la tradición y la modernidad exprimidas en el mismo corte (‘Centrefold’). Los recursos son tan ricos e inesperados como los de ‘Waitin’ on Ya’, una pista en la que, sin abrasar al oyente, pasamos de escuchar voces robotizadas a lo Daft Punk a punteos post-punk en la onda de Siouxsie and the Banshees, un sensual teclado jazzy (es muy fan de Miles Davis), un tarareo daba-daba que es puro 60’s… Genesis Owusu quería que su disco sonara sexy y este es uno de los ejemplos, aunque el álbum es más bien un musical guionizado, una pequeña película a lo Janelle Monáe que el artista se ha montado en la cabeza para salir de la depresión que nos hace tomar «pastillas como M&M’s», y para criticar el racismo de nuestra sociedad.
Lo que hace tan especial -y uno de los grandes hallazgos musicales de este año- a ‘To See the Next Part of the Dream’ es precisamente la cantidad de capas y texturas que tiene, que hace que resulte imposible apreciarlo todo en una primera escucha. Cada vez que se vuelve a él hay detalles nuevos por descubrir, sonidos magnéticos e hipnóticos y fragmentos rebosantes de emoción. Ante todo, el segundo disco del misterioso proyecto Parannoul está hecho desde la pasión y la generosidad, donde el artista surcoreano se abre en canal sin esperar nada a cambio.
Las diferencias hacen de ‘Spare Ribs’ el punto culminante de Sleaford Mods. Una terna de canciones oscuras, asfixiantes y pegadizas hasta la demencia, una ristra de hits más punks y pegadizos que nunca. La inicial ‘The New Brick’, un tema brevísimo, vociferado prácticamente a capella por Jason, resume el disco: «And we’re all so Tory tired / And beaten by minds small («estamos todos cansados de los Tories / y derrotados por mentes pequeñas”). ‘Shortcummings’ con su línea de bajo y esa guitarra tan Pixies y tan desnuda, se mete insidiosa en la cabeza. ‘Nudge It‘ intoxica con su guitarra chirriante y oxidada, una base melódica que parece recrear el ‘All Day and All of the Night’ de los Kinks, una atmósfera sofocante, pianillos desafinados y la voz de Amy Taylor de Amyl and the Sniffers irrumpiendo de manera estelar; una tonada seca y efectiva en que critican a los artistas que actúan como si fueran auténticos miembros de la clase obrera».
La nueva escena del jazz londinense bulle: Nubya García, Ezra Collective, Kokoroko, Moses Boyd… Pero quizás una de las figuras más relevantes sea Shabaka Hutchings, saxo, clarinete y compositor principal de Sons of Kemet, además de The Comet Is Coming y Shabaka Hutchings and the Ancestors. Sons of Kemet son un combo desenfrenado, con un pie en el jazz y otro en ritmos africanos y afrocaribeños. Su música es vitalista y de fuerte raigambre en lo popular, basada principalmente en los metales, piedra angular de su sonido. Aparte de Hutchings también destaca la figura de la tuba, Theon Cross, otro culo inquieto metido en miles de proyectos. Aunque ahora Sons of Kemet suenan algo menos efusivos, más reflexivos, no dejan de ser una imparable máquina del ritmo. La calidad de sonido es estupenda, la atmósfera es viva, táctil, directa. Los metales se ocupan de casi todo: marcan el ritmo, ejercen de instrumentos solistas, prácticamente entierran a la percusión por momentos. La algarabía, la excitación y la rabia riegan sus 51 minutos, sin espacio al aburrimiento, al desarrollo hueco de virtuosismo.
Que Wolf Alice es una de esas bandas que saben digerir sus influencias es obvio desde el primer disco, pero en ‘Blue Weekend’ lo es más todavía. Es lo que tiene que Ellie Roswell sea una vocalista con estrella, extraordinaria, y que el grupo solo sepa componer canciones sólidas. Pero también tiene mucho que ver que varias de las pistas miren bastante atrás en el tiempo. Si ‘Delicious Things’ habla de no encajar en Los Ángeles, tiene sentido que su estribillo busque tocar el sol con los dedos como los de Fleetwood Mac, pese a que instrumentalmente la canción apunta más bien al dream-pop sesentero de Beach House. Uno de esos trabajos que se acercan a ser redondos sin necesidad de contener singles capaces de cargar con todo el álbum a sus espaldas.
Por si todo lo contenido en ‘PUTA’ -sus gritos contra el acoso y los abusos, la importancia de la salud mental y de recibir terapia- no fuera lo suficientemente relevante para nuestra sociedad, la música no es un mero acompañamiento ni tampoco un ejercicio rococó de emociones orquestadas: ha sido desarrollada para amoldarse a este relato por Zahara junto a su escudero en este caso, Martí Perarnau IV, más conocido como «Mucho» y compañero en el dúo _juno, cuyo desarrollo electrónico y experimental es decisivo para el acabado de ‘PUTA’. El disco ha sido elaborado con las condiciones técnicas e instrumentos que permitía la pandemia y su resultado parece por tanto un accidente, pero difícilmente estas canciones hubieran podido encontrar un abrigo más adecuado: en ‘TAYLOR’ el bombo que va emergiendo podría representar cada bofetada recibida en el camino. ‘sansa’ es extrañamente preciosista, angelical en el trato de voces, siguiendo la baza del contraste. ‘negronis y martinis’, que trata de conocer el propio cuerpo tras una metáfora trabajada en terapia, sigue una línea similar. ‘canción de muerte y salvación’ juega con el «spoken word» y los beats industriales solo para representar el desconcierto del que habla. ‘MERICHANE’ asfixia y jadea a lo largo de sus insoportables tres párrafos confesionales. Una obra fundamental del movimiento #MeToo.