AURORA es una de esas artistas de pop escandinavas capaces de crear un auténtico culto alrededor de su figura. Su imagen y sonido devanean entre la estética de los cuentos de hada, el barroco de la época victoriana y el excentricismo de las escuelas de arte, sus letras hablan de correr entre animales y danzar frente a una hoguera y ella misma se viste como una hada y afirma que le gusta beber té, pintar y deshidratar flores. Es una de esas artistas que cuidan su personaje tanto como su música.
Pero lo de AURORA ha ido mucho más allá del culto: ‘Runaway’ se ha convertido en un «sleeper hit» mastodóntico muchos años después de su edición y la artista ha formado parte de la banda sonora de ‘Frozen 2’, la cual le ha llevado al escenario de los Oscar. Y ‘The Gods We Can Touch’, su tercer álbum, es un trabajo claramente pensado para cautivar a diversos tipos de público. Tanto que escucharlo es escuchar a un sinfín de artistas distintos a su vez.
Lo cual no es malo en absoluto: ‘The God We Can Touch’ es un disco mimadísimo en cuanto a melodías, producción e interpretaciones, y las canciones son casi todas estupendas. Quizá no haya un clásico tan claro como nos lo puede parecer ahora ‘Runaway’, pero tampoco hay relleno, y eso en un disco de 15 canciones es mucho decir. Pero en ‘The Gods We Can Touch’ hasta la extraña nana final ‘A Little Place Called the Moon’ tiene su encanto al llevarnos a los años 50 por la vía de Julee Cruise.
Son muchos los aciertos hallados en el álbum. La meticulosa producción de ‘Everything Matters’, la intrigante pista inicial dedicada a las maravillas de la vida, incorpora guitarras acústicas, un ritmillo programado, pianos, voces distorsionadas, sintetizadores acid y la participación vocal de la francesa Pomme, y logra sonar sencilla a su vez, como si Kate Bush versionara a Beach House. En el lado opuesto, ‘Giving In to the Love’ utiliza las percusiones tremebundas de ‘Hounds of Love‘ para aplicarlas a la épica de Florence + the Machine, en tanto AURORA nos recuerda en ella, como Natalia, que no es ningún angel.
Las sorpresas se siguen sucediendo una tras otra en la secuencia de ‘The Gods We Can Touch’. El single ‘Cure for Me’ denuncia las terapias de conversión y es el más popero jamás publicado por AURORA, pues su pizpireta melodía devanea entre la EDM y la banda sonora de ‘Mario Kart’. Otra canción destacada, ‘Exist for Love’ es un pomposo baladón retro que nos lleva a las pelis románticas de los años 40 y 50. Y sin que tenga nada que ver con ninguna de estas canciones, ‘A Temporary High’ supone una lograda incursión de la noruega en el italo disco, esta vez para hablarnos de una «mujer fascinante que siempre va por delante de todo el mundo».
El viaje de ‘The Gods We Can Touch’ deja momentos más cuestionables, como ‘You Keep Me Crawling’, que no es el homenaje al drama tipo Hooverphonic más inspirado que se ha oído, y no puede ser casualidad que la melodía de las estrofas de ‘Heathens’ sea calcada a la de ‘Buzzcut Season’ de Lorde, una canción muy superior que no requería un final tribal para provocar algún tipo de impacto. Y aunque el tramo final de ‘The Gods We Can Touch’ contiene momentos interesantes como la latina ‘The Innocent’, de final salvaje; o los ecos franceses e hindús de ‘Artemis’, sus experimentos estéticos terminan anteponiéndose a la solidez de las canciones.
Eso sí, el disco está tan bien pensado que incluye hasta dos singles en su segunda mitad, el mencionado ‘A Temporary High’ y el western de ‘A Dangerous Thing’, y la variedad es tal que la escucha se mantiene siempre dinámica pese a su duración. Quizá no terminemos de percibir la auténtica voz de AURORA detrás de toda esta retahíla de influencias posibles o reconocidas que nutren su sonido desde su debut, aparte de que ella cante como el hada que busca ser en las imágenes promocionales, pero como artefacto de pop «alternativo» a ‘The Gods We Can Touch’ pocos peros se le pueden poner.