Miss Caffeina llegan a su 5º disco esta semana confortables -y acomodados- en la consecución de su sonido synth-pop. Con la ayuda de su mano derecha desde hace muchos años, Max Dingel (The Killers, Goldfrapp), han ido puliendo una producción ochentera -nunca ochentosa- desde mucho antes de que The Weeknd y Dua Lipa se asomasen hacia estos sonidos. Un tipo de producción en el que caben los bajos funky, las guitarras disco a lo Chic, los ganchos de teclado a lo new-wave, y ahora algún guiño trap o reggaetonero como sucede en ‘Me voy‘, la producción más imaginativa de este nuevo álbum, ‘El año del tigre’.
El juego de guitarras, bajos y teclados de corte setentero llaman la atención en temas como ‘Los replicantes’ y ‘Marzo’, si bien Miss Caffeina no han querido quedarse en el revival. El ritmo de ‘Me voy’ es una anécdota al lado de esa estética que embadurna toda esta era, inspirada en el Chinatown madrileño: el barrio de Usera. La llegada del año chino coincide con el lanzamiento del disco, y en concreto es el año del tigre, lo cual ejerce de metáfora sobre el mensaje último de la banda en este caso. Es este un álbum sobre la aceptación de uno mismo, en una serie de canciones que tratan de alzarse contra la adversidad.
Si ese afán de supervivencia ya se percibía en varios de los singles de adelanto de ‘El año del tigre’ -la «L» a que apela ‘Por si‘ es de «LOSER»-; lo mismo encontramos en pistas como ‘Memoria química’, en la que oímos cosas como «Me he visto sepultado por mierdas que ya no le importaban a nadie» o «negarse a odiar es revolucionario». Es curioso cómo el estilo del guitarrista y teclista Sergio Sastre, autor de este tema, y de Alberto Jiménez, vocalista, se han mimetizado, y a veces es difícil averiguar qué ha escrito cada cual. Alberto es el autor en este álbum de, entre otras, ‘Autoayuda’, una composición en la que trata de evitar que el disco se convierta en una aburrida monserga sobre el carpe diem. «No me vengas con lo corta que es la vida (…) ni con frases hechas y algún libro de autoayuda», bromea sobre la propia temática de todo esto, difuminando definitivamente la línea sobre lo que ha escrito cada uno de los dos autores principales, para bien y para mal.
Para bien, porque ‘El año del tigre’ es un álbum muy cohesivo, con una línea estilística y un mensaje muy claros. El tigre representa nuestro renacimiento porque venimos de algo más que un año de mierda, como decía uno de sus mayores hits. El álbum está muy bien producido, las letras están cada vez mejor construidas y el góspel añadido a ‘Autoayuda’ rompe un poco la linealidad de esa segunda mitad. Para mal, en cambio, porque el álbum echa de menos alguna cumbre como lo fueron en ‘Oh! Long Johnson‘ la formidable ‘Merlí’ o aquella balada cuya grandeza tardamos unos cuantos meses en identificar, ‘Reina‘. A su lado, ‘Punto muerto’ con Ana Torroja es solo simpática.
Las canciones de Miss Caffeina a veces tardan mucho tiempo en comprenderse por completo -me ha llevado años también entender cuánto tenía de himno generacional la misma ‘Venimos’-, y aquí hay un par de canciones que podrían tener un desarrollo a largo plazo. Es vox populi que es más difícil que un himno de la felicidad cale de entrada tanto como uno hecho desde el dramatismo, y ‘Las Vegas’, que parece un tema sobre la boda de Jiménez, puede ser seminal en su recreación de un día feliz. ‘Nadie bebe por el sabor’ ejerce un contrapunto amargo que trata de manera abierta, no demasiado explícita, el problema de adicción de una generación o dos.
Y es que no todo era tan feliz en ‘El año del tigre’, y para muestra ese desenlace dado al álbum: ‘No entiendo nada’ es la una de las canciones más políticas de Miss Caffeina, en la que caben referencias a Samuel, al maltrato y al auge de la ultraderecha, entre las guitarras eléctricas más afiladas de la grabación y una voz en off anunciando probablemente nada bueno. «España es un señor que mató a su mujer / ¿Cuántas más veremos caer?», se preguntan, recordando que sí, que tienen que venir ahora tiempos de hedonismo, pero que la lucha debe continuar.