En 2015 Kendrick Lamar sacó uno de esos discos definitivos y definitorios, ‘To Pimp a Butterfly’. En 2017 remató su prestigio con ‘DAMN.’, que mereció el premio Pulitzer. Este es su último disco con Top Dawg Entertainment. ¿Fin de una era? Grandes cosas esperábamos de él. Pero… ¿cuánto pesa la corona de Kendrick? ¿Cuánto le pesa su condición de profeta en su tierra? ¿Cuánto le pesa la vida? Mucho, si escuchamos ‘Mr Morale. & The Big Steppers’. ¿Cuánto talento tiene Kendrick para plasmar todo esto? Infinito.
‘Mr. Morale & the Big Steppers’ es un disco más uniforme que ‘DAMN.’, aunque no tenga un concepto único. Es un enorme ajuste de cuentas a su vida y a su visión de las cosas en los últimos cinco años, los que han transcurrido desde ‘DAMN.’: la fama, sus problemas mentales, la terapia, el cuestionamiento de la “cultura de la cancelación”, el bloqueo creativo… pero también la paternidad, las infidelidades a su pareja, la violencia en la comunidad afroamericana, la autocrítica y los mea culpa… Kendrick lidia con sus demonios y con su visión atormentada de la existencia, mientras trata de encontrar algo de paz. Para aprehender todo recomiendo sumergirse en su página de Genius. Un ejercicio extenuante, aunque necesario.
El disco está dividido en dos partes. ‘Big Steppers’ y ‘Mr. Morale’. Grosso modo, ‘Big Steppers’ es más expansivo, ‘Mr. Morale’, más introspectivo. Lo de “Mr. Morale” suena a sarcasmo. Kendrick es cualquier cosa menos moralista o ejemplar, a pesar de su condición de elegido. Musicalmente, es más sobrio que ‘DAMN.’. Los samples son poco evidentes en general. No hay singles o hits tan claros como ‘DNA.’, ‘HUMBLE.’ o ‘LOYALTY.’. Kendrick rescata la vena más jazzy, más funk y más soul de ‘To Pimp a Butterfly’, con una gran preponderancia del piano. El ‘I Want You’ que coló en ‘The Heart Part 5’ podría actuar como pista: quizá es el momento en que Kendrick más se acerca a la figura de Marvin Gaye. En lo que no es nada sobrio es en colaboradores: la nómina es de aúpa. Tampoco lo es en registros vocales. Todos los Kendricks caben aquí, desde el niño chulo, al bufón, al hombre comprometido y grave… Toda su expresividad está llevada al máximo.
El inicio es espectacular, como nos tiene bien acostumbrados. ‘United in Grief’ se inicia con un coro entonando: “espero que en esta vida, encuentres algo de paz mental”, mientras una voz femenina replica: “cuéntales alguna verdad”. Y se puede decir que ese es el objetivo: encontrar la paz y explicar la verdad. Naufraga en lo primero, pero no en lo segundo. La percusión frenética, el piano que parece marcar una sola nota como de flamenco, las ráfagas, enmarcan el verbo acelerado de Kendrick en su tono más apayasado, pero sobrecoge cuando se para para gritar: “I grieve difference”. ‘N95’ abre con un “doo wop” sarcásticamente alegre, que enseguida deja de serlo, para construirse sobre unos “take it off”, unos riffs de sintetizador de hard-rock ochentero y un emocionante coro. Habla sobre cómo ha afectado la pandemia, especialmente a la percepción de la vida (la real vs la virtual a la que nos empujó el confinamiento), las consecuencias sufridas (materiales, mentales)… La pluma de Kendrick salta de un tema a otro, siguiendo su propio hilo: la rabia del aislamiento, la rabia del capitalismo que abandona a la gente, la rabia de la cultura de la cancelación…
Los zapateos o tap dancing que puntuarán todo el disco, aparecen por primera vez en ‘Worldwide Steppers’. Kendrick rapea sobre una base de zumbidos continuos, golpes de bajo, pianos lejanos y coros amenazantes. Habla de sus infidelidades, de las “zorras blancas” con las que ha follado, que suponen conquista y venganza. Molesta que use tanto la palabra “bitch” (zorra). Y asumo que aquí entro en esa espiral de “cancelación” que Kendrick critica. Ojo, que el controvertido rapero Kodak Black aparece por aquí. Pero ‘Worldwide Steppers’ también es una asunción de culpa: “Objectified so many bitches, I killed their confidence” (“cosifiqué a tantas zorras que aniquilé su seguridad”). ‘Die Hard’ suena casi a bálsamo, su ritmo marcial contrasta con la dulzura r&b de la voz de Amanda Reifer, casi el único momento de cierto desahogo, junto a ‘Father Time’, con Sampha, de un clasicismo pegadizo.
Y entonces llega otra de las cimas del mal rollo: ‘We Cry Together’, Una discusión matrimonial plagada de “Fuck you nigga” y “fuck you bitch”, zarandeada sobre un piano jazz y la base creada por The Alchemist en que suena ‘June’ de Florence + the Machine. Taylor Page da la réplica a Kendrick. Y qué interpretación tan maravillosa, la suya: rasposa, vulnerable, dura, cabreada… Todo a la vez. Taylor personifica no tanto a la mujer de Kendrick, sino a la mujer en general y toda la violencia contra ella, violencia de la que Kendrick se sabe también culpable, aunque trate de defenderse como gato panza arriba con argumentos ridículos.
El segundo disco, ‘Mr. Morale’, abre con ‘Count Me Out’. Empieza como ‘United in Grief’ y la voz de su mujer, Whitney Alford. Kendrick parece que se va a hundir en segundo plano, entre coros infantiles y un colchón de meloso soul setentero. Pero vira a a ritmos trap mientras se quiebra: “this is me, i’m blessed!” (“este soy yo, estoy bendecido”), un grito airado de autoaceptación.
Pero es probablemente en su último tramo, desde ‘Crown’, donde el disco se torna un todo abrumador, una absoluta barbaridad. Es el tramo más soul, pero líricamente, el más hiriente. Rara vez las bases son agresivas, la música fluye, como queriendo atemperar la violencia verbal. ‘Crown’ es la pieza más cantada, la más pianísitca y clásica. En ‘Savior (interlude)’, Kendrick le cede el micro a su primo Baby Keem, que solo sobre cuerdas desgrana sus traumas, para que en ‘Savior’ Kendrick explote de nuevo contra los “salvadores” de su comunidad: todas esas figuras como el rapero Future, o el jugador LeBron James… o el mismo Kendrick. Nadie se ha de autootorgar ese papel, ni los fans aceptarlo, nos dice. Todo esto presentado en un envoltorio ligero, especialmente los versos “are you happy for me”?
‘Auntie Diaries’ es la única pieza realmente luminosa y esperanzada de todo el álbum. Una epopeya musical y lírica, un crescendo sintético maravilloso, en que Kendrick narra la historia de su tío y su prima, de su transición y de cómo la va percibiendo el propio Kendrick. Habla primero de “su tía” y “su primo” deliberadamente. Pero poco a poco va cambiando los pronombres y, hacia el final, se mete una colleja a sí mismo. Porque después de pasarse toda la canción abusando del término “faggot” (maricón), su prima le espeta que Kendrick puede utilizar esa palabra… si puede dejar a una chica blanca usar la palabra «Nigga». Kendrick critica no solo la homofobia de los demás (el humillante trato que la iglesia otorga a su prima), sino la propia, y cómo la transformación de su tío y de su prima es paralela a la transformación del propio Kendrick.
‘Mr Morale’ acredita a Pharrell y es opresiva, de ritmos agresivos y sincopados. Sería canción mayor, pero entonces llega ‘Mother I Sober’, la culminación del disco, puede que de la carrera de Kendrick. Una catedral grave y triste, susurrada sobre piano, el bajo de Thundercat y juegos de voces. Una base opresiva, sobre la que Kendrick recorre la violencia sexual que los suyos, la población afroamericana, vive sistemáticamente. Kendrick se abre en canal para mostrar todas sus intimidades. Explica la violación de su madre cuando él era pequeño, la violencia sexual que él no sufrió de manera directa, pero sí vicaria, la violencia sexual contra mujeres y niños, cómo esta permea y destroza las vidas y causa muchas conductas perturbadoras en los suyos, en él mismo: su adicción al sexo, sus infidelidades. Incluso llega a confesar que Whitney, su esposa, le ha abandonado. Y si tenía que haber una cantante en el planeta capaz de condensar todo este pesar en el estribillo, esta no podía ser otra que Beth Gibbons, que doliente entona “I wish I was somebody. Anybody but myself” (“ojalá fuera otra persona. Cualquiera excepto yo»). Kendrick va subiendo su indignación, hasta que explota de rabia en los versos: «they raped our mothers, they raped our sisters! They made us watch, then made us rape each other. Psychotic torture between our lives we ain’t recover” («violan a nuestras madres, violan a nuestras hermanas. Nos hacen mirar y luego nos hacen violarnos unos a otros. Tortura psicótica de la que nuestras vidas no se recuperarán”). Y al final, enajenado, libera a todos y todas de esta maldición, en una catarsis que suena a más voluntariosa que real.
‘Mother I Sober’, deja un regusto amarguísimo. A pesar de que Kendrick se/nos salva, no suena sincero. La maldición ahí seguirá. Y ni siquiera la suavidad tropical con la que cierra el álbum en ‘Mirror’, nos puede quitar el mal sabor de boca, ni borrar la fea realidad y todos los fantasmas que están ahí, agazapados, para aniquilar la paz de Kendrick.