9 fragmentos que justifican el Pulitzer para Kendrick Lamar y ‘DAMN.’

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9 fragmentos que justifican el Pulitzer para Kendrick Lamar y ‘DAMN.’

Esta semana se ha producido un auténtico hito, cuando el comité que otorga los prestigiosos premios Pulitzer entregaba su galardón musical de 2018 a ‘DAMN.’, el último disco del rapero californiano Kendrick Lamar. Ha sido la primera vez en su historia que el premio no era para un álbum de jazz o música clásica, símbolo inequívoco de que el género, observado incluso hoy por según quien como un estilo marginal y poco noble, se ha convertido ya en un estilo respetable y admirable desde el punto de vista artístico, más allá de su prolongada y creciente preponderancia comercial.

Desde luego, la elección es más que acertada y, de hecho, uno se pregunta cómo fue posible que un disco como su predecesor, ‘To Pimp A Butterfly’, no lo ganara antes. Era una obra más compleja desde el punto de vista lírico y, curiosamente, más profusa en arreglos jazzísticos que bien podrían encandilar a esos mismos jueces. Pero ‘DAMN.’ es una obra igualmente descomunal, más contemporánea, y que, sin duda, se vio beneficiada por publicarse en un momento de especial sensibilidad social por la victoria de Trump, la creciente violencia policial hacia la comunidad afroamericana, la política (o la ausencia de, más bien) sobre el control de armas de fuego…

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Por eso, pese a tratarse de un premio musical –aspecto en el que desde luego ‘DAMN.’ es enorme, tanto en lo creativo como en lo popular–, hemos querido señalar algunos de los momentos más poderosos desde el punto de vista literario y narrativo –faceta a la que comúnmente se liga el Pulitzer–. Y es que ‘DAMN.’ es un disco igualmente fascinante y profundo, en ese sentido: un álbum que se vertebra en distintas temáticas como “el Amor” vs “la Lujuria”, “el Orgullo” vs “la Humildad”, “la Sangre” vs “el ADN”… Temáticas que se contraponen, marcando las profundas contradicciones intrínsecas de la sociedad norteamericana (y, por extensión, como frecuente modelo para el resto del mundo, de la occidental) en materias de racismo, narcotráfico, política, economía, integración social o clasismo, y que se proyectan a la esfera de la Humanidad contemporánea (dos palabras que, en el contexto, también suponen una contradicción). Una complejidad que, de manera totalmente literaria, puede interpretarse de manera inversa (de hecho, en Spotify puede escucharse el disco de principio a fin y de fin a principio), como dos líneas argumentales distintas, una especie de ‘Rayuela’ del rap.

“”Hola, señora. ¿Puedo ser de su ayuda? Me parece que ha perdido algo, me gustaría ayudarle a encontrarlo”. Ella respondió: “Oh, sí, TÚ has perdido algo… Has perdido… tu vida” [Suena el disparo de un arma]” [‘BLOOD.’]
La alegoría que abre ‘DAMN.’ muestra a la anciana ciega (¿la justicia?) que deambula buscando algo pero que dispara sobre un hombre (el propio Kendrick, como representante de su comunidad) que se acerca a ofrecerle su ayuda, como si su aspecto, su raza, fuera una maldición. Esta intro abre la lata de la violencia policial en América del Norte que se cobra la vida de muchas personas allí, en su gran mayoría de etnias no caucásicas, y que ha provocado numerosas protestas, muchas de ellas violentas, por parte de la comunidad afroamericana.

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“Tengo lealtad, realeza en mi ADN; [tengo] un cuarto de cocaína, guerra y paz en mi ADN; Tengo poder, veneno, dolor y placer en mi ADN; pero me lo faeno, la ambición fluye en mi ADN” [Primer verso de ‘DNA.’]
Tras ‘BLOOD.’, Lamar ahonda en esa brecha racial empleando las críticas contra él del comentarista televisivo Geraldo Rivera por su actuación en los BET Awards de 2015 en los que se destrozaba en directo un vehículo policial. En sus poderosas primeras líneas, Lamar alude las contradicciones que envuelven a su raza y su clase social, un tema que vertebraba todo su anterior álbum, ‘To Pimp A Butterfly’.

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“Estoy deseando morir por esta mierda, he llorado por esta mierda, podría tomar una vida por esta mierda / Cerraría la Biblia y daría ojo por ojo, por esta mierda, (…) / Me han dado una paliza delante de mi mamá, la cuenta del economato [penintenciario] de mi padre acumula muchos ceros / Puta, todas mis abuelas están muertas, ¿quién va a rezar por mí?” [‘ELEMENT.]
A lo largo de todo el álbum, como en toda su discografía, Lamar alude a su propia biografía, una infancia y adolescencia muy difíciles en el conflictivo Compton, envueltas en la pobreza y la delincuencia de algunos de sus propios familiares, como su propio padre o sus tíos (a los que se alude en su segundo álbum, ‘good kid, m.A.A.d. city’). En ese sentido, como él mismo ha dicho, no habla de su comunidad, él “es” su comunidad. Él es el epítome de cualquier chico negro de su barrio. Porque sí, podría ser una estrella del hip hop muerta en una guerra de bandas –como su héroe 2Pac, como Notorious B.I.G.–, pero con mayor probabilidad podría haber muerto ya de la misma manera y siendo alguien anónimo, siendo un Trayvon Martin, un Alton Sterling, un Tamir Rice…

“Siento la desesperanza, la sensación de la mala [de calidad] droga, un cuarto de onza adulterado con jabón; el sentimiento de la falsa libertad, como si les forzara [a tomar] el veneno que les dan en prisión” [FEEL.]
En esta canción en la que Kendrick libera sentimientos de depresión personal, expresando su desconfianza incluso hacia sus amigos y familia (las autorreferencias son constantes en la obra de Lamar: aquí recurre a ese “nadie reza por mí” que antes citaba), el rapero extiende sus dudas hacia toda la sociedad. En este caso, alude a la famosa Guerra a las Drogas de la era Reagan y la documentada teoría de que la propia CIA contribuyó a extender el narcotráfico entre la comunidad afroamericana como una medida de control supremacista tras los incipientes movimientos sociales afroamericanos de los 60 y 70. Algo que atacó de manera directa en la explícita ‘Ronald Reagan Era (His Evils)’ de su debut ‘Section.80’.

“Pero, en un mundo perfecto, probablemente no sería insensible, frío como un diciembre que nunca recuerda lo que trae el invierno, no te culparía por errores que yo cometí o las camas en las que yací / (…) Mira, en un mundo perfecto, elegiría la fe sobre la riqueza, elegiría el trabajo sobre las putas, convertiría las prisiones en escuelas, cogería todas las religiones y las reuniría en un solo oficio, [no] solo para decirles que no somos una mierda, sino que Él es perfecto, mundo”. [‘PRIDE.]
Lamar ya ha explicado en varias entrevistas sus inquietudes espirituales: él cree que existe un Dios, pero no cree en las religiones. En todo caso, esta canción es una especie de nexo entre ‘FEEL.’, en la que observa la depresión como un síntoma de su propio egoísmo, la soberbia que le hace tan imperfecto como a cualquier humano. Un pecado capital cuya antítesis es la humildad que titula el éxito ‘HUMBLE.’, corte siguiente, y que contradictoriamente dedica a elogiarse como el mayor rapero del momento: “¡Espera, zorra! ¡Siéntate! ¡Muestra humildad!”

“Todos nos despertamos, pendientes de las noticias / Buscando una confirmación, esperando que la elección no fuera real / Todos nos preocupamos, todos nos vimos enterrados con nuestros sentimientos / (…) Se lo dijimos al vecino, apostando a que estaban de acuerdo, desfilando por las calles, protestando orgullosamente / El tiempo pasa, las cosas cambian, volvemos a los programas de siempre, atascados en nuestros caminos” [‘LUST.’]
Tras unos episodios introspectivos –aunque ofrece lecturas globales–, en la segunda mitad de ‘DAMN.’ Kendrick pone el foco sobre la política y la sociedad. La elección de Donald Trump dejó en shock a la sociedad norteamericana y pareció despertar una conciencia social sin precedentes. Pero Lamar, atinado observador, alude aquí a cómo esa falsa revolución y conciencia social se adormece con el paso de los tiempos, convirtiendo en cómplices de los votantes de Trump a todo el resto de la sociedad. ¿Acaso no es el magnate, contrastado vago e inepto, un reflejo de la sociedad que lo eligió para dirigirla?

“Ave María, Jesús y José, la gran bandera americana disfraza los explosivos, desórdenes compulsivos, hijos e hijas, edificios y fronteras con barricadas / Hay asesinatos en mi calle, tu calle, la calle de atrás, en Wall Street, oficinas corporativas, bancos, empleados y jefes con pensamientos homicidas; Donald Trump está a cargo / Perdimos a Barack [Obama] y prometimos no volver a dudar de él, pero, ¿es América sincera o disfrutamos pecando?” [XXX.]
Uno de los momentos más apasionantes de ‘DAMN.’ es esta canción en la que colaboran U2, que aportan un pequeño fraseo que ejerce de estribillo y dice “no es un lugar: este país es para mí el sonido de un bajo y una batería, cierras tus ojos para mirar alrededor”. Lamar, retomando ese interés por exponer las contradicciones intrínsecas a la sociedad estadounidense, comienza evocando un discurso de Martin L. King en el que decía que un hombre le llamó contándole que había disparado a su hijo. Kendrick es quien se pone al teléfono esta vez y dice, abiertamente y enfurecido, que debería dejar que alguien matara al asesino. ¿Sorprendente? Cuando llega al final de ese verso dice “deberías matar al negro, dejar la pistola a su lado… Lo cual me recuerda que estoy a punto de hablar de este tópico, te llamo luego”. Y da pie al verso siguiente, el que contiene la frase arriba recogida, diciendo “Vale, chicos, voy a hablar del control de armas. ¡Maldita sea!”.

“Te patearé el culo si entras en esta casa con lágrimas en los ojos, huyendo de Poo Poo y Prentice; vuelve fuera o te pateo el culo, pequeño negro” (…) “Probablemente moriré volviendo a casa del puesto de chucherías, probablemente moriré porque estos colores destacan, probablemente moriré porque unos testigos me acusarán en falso, probablemente moriré porque pensé que tu barrio y el mío estaban en paz” (…) “Hablo de miedo, miedo a perder la creatividad / Hablo de miedo, miedo a olvidarme de ti y de mí / Hablo de miedo, miedo a perder la lealtad por orgullo, porque mi ADN no me permitirá envolverme en la luz de Dios / Hablo de miedo, miedo a que mi humildad se haya ido” [‘FEAR.’]
Dice Kendrick que los versos de ‘FEAR.’, una canción con trasfondo jazz y gospel, son los mejores que haya escrito nunca. Se trata de un tema en el que habla de eso, del miedo, desde su perspectiva cuando tenía 7, 17 y 27 años. Cuando era niño, temía a los bullies (esos “Poo Poo” y “Prentice”) y, sobre todo, temía a su estricta madre que le empujaba, mediante sus amenazas, a ser un chico supuestamente duro para resistir en las calles. Calles que, efectivamente, le amenazaban en diferentes maneras cuando era un adolescente por su desatada e incontrolable violencia, viniera de los enfrentamientos entre bandas, el narcotráfico o la propia policía. Ya convertido en una incipiente estrella del rap en su juventud, los temores son otros. Resulta particularmente poderoso y definitorio de la maestría lírica de Lamar cómo alude a varios de los títulos y temáticas de las canciones de este disco en esos versos finales, arriba referenciado.

“La vida es una divertida cabrona, una auténtica comedia, tienes que quererla, tienes que confiar en ella / [Ahora] podría estar molestando, [viendo] infomerciales y sin dormir, absorto en mis pensamientos; niños, escuchad, va a peor / Verás, érase una vez el proyecto de Nickerson Garden [Nde: una ciudad dormitorio próxima a Compton]… Su propósito era procesar y digerir el dialecto de la pobreza / La adaptación inevitable: violencia con armas de fuego y un centro de distribución de crack” (…) “Ducky estaba sobre aviso / Habían robado al encargado y disparado a un cliente el año anterior / Creyó que alcanzaría el lado bueno de aquellos negros / Pollo gratis cada vez que Anthony se pusiera en la cola / Dos galletas gratis; a Anthony le gustó aquel tipo y le dejó escabullirse / No le mataron; de hecho, parece que ellos fueron los últimos supervivientes / Pon atención, aquella decisión cambió la vida de ambos” [‘DUCKWORTH.’]
El corte final de ‘DAMN.’ es una historia real que Kendrick no había contado hasta este momento y que Top Dawg, su amigo, socio y director de su sello, el Anthony que protagoniza la historia, no sabía que contaría. Porque él era aquel joven delincuente a mediados de los 80 que trataba de atracar un Kentucky Fried Chicken de su barrio, y Ducky, diminutivo de Duckworth, era el padre de Kendrick Lamar que convenció a aquellos chavales de no cometer una locura que hubiera arruinado (si no acabado) las vidas de ambos. Una pirueta del destino que ha hecho posible que exista el “más grande rapero”, “porque si Anthony hubiera matado a Ducky, Top Dawg podría haber pasado su vida preso, mientras que yo hubiera crecido sin un padre y haber muerto en un tiroteo”.

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