Una de las series del verano está siendo la versión de ‘Resident Evil’ que ha hecho Netflix, capaz de destronar incluso a ‘Stranger Things‘. Y ha sido en parte una sorpresa porque, a pesar de una campaña de márketing bastante currada y del éxito de la saga cinematográfica original (más de 1.000 millones de euros entre las siete películas), ya hubo el año pasado dos intentos más bien fallidos de Netflix por darle nueva vida a la adaptación del videojuego de Capcom.
Tanto la serie animada como el reboot ‘Welcome to Raccoon City’ pasaron sin pena ni gloria, pese a que este último contaba incluso con Kaya Scodelario (sí, Effy Stonem) como digna sustituta de Milla Jovovich. No parecía que esta serie fuese a tener un resultado mejor, pero quizás le ha ayudado el intento de alejarse de ese universo y ambientarlo en el nuestro, cierta “netflixicación” en varios aspectos y, para qué engañarnos, el deseo de ver algo fácil en verano.
Andrew Dabb, que fue guionista y productor ejecutivo de ‘Sobrenatural’, ha sido el encargado de llevar a serie los videojuegos y, aunque hay algún guiño a estos (sobre todo la recolección de pistas en el episodio 5), se ha llevado las quejas de los fans por ignorar el componente de terror que sí entendieron más quienes adaptaron ‘Silent Hill‘. Ya en las pelis de Paul W.S. Anderson y Milla Jovovich el terror estaba en muy segundo plano tras la acción, y el reboot del año pasado de Johannes Roberts no se alejó mucho de eso, pero lo que no esperábamos era una mezcla de drama adolescente y thriller familiar en ‘Resident Evil’.
La serie juega con dos líneas temporales, unos flashbacks en 2022 que es donde está este componente, y un “presente” en 2036 con un Apocalipsis que es un poco el coño de la Bernarda. Porque, por extraño que parezca, funciona mejor el drama adolescente-familiar de 2022 que ese presente con los zombies campando a sus anchas. Y no es porque la parte del pasado sea buena, sino porque la otra es un desastre.
En ese presente no se entiende en ningún momento qué está pasando, hacia dónde quieren dirigirse y por qué actúan como actúan unos personajes que se mueven como pollos sin cabeza por el mapa, incluida cierta “villana porque sí”. Evelyn podría ser una buena villana, y por momentos lo es en el pasado, pero acaba siendo desechada, regalándonos, eso sí, uno de los pocos momentazos de la serie con esa inesperada “visita” de Dua Lipa. Si Dabb tirase más del humor, podría al menos funcionar en su punto autoparódico, pero no llega a aprovecharlo del todo, apostando por un drama en el que se intenta desesperadamente que el espectador conecte a través del “podría pasar en nuestro mundo” con varias referencias al COVID, a Elon Musk, etc, y una banda sonora con la que nos dejan claro que los adolescentes de la serie escuchan a Billie Eilish, Halsey, Dua Lipa o Sigrid (suenan ‘Oxytocin’, ‘When I Was Older‘, ‘The Tradition’, ‘Don’t Start Now‘ o ‘Burning Bridges’).
Quizás la serie habría ganado de apostar solo por la línea del presente, o solo por la del futuro, en lugar de tirar a las dos para no correr riesgos. Aun así, para eso tendría que haber una ambientación de Umbrella con un poco más de billetes (no puedes ponerla por encima de Musk y Bezos y mostrar, por decir solo un ejemplo, esas instalaciones ridículas y vacías todo el rato) y sobre todo un mejor desarrollo de los personajes. Porque luego el reparto no está mal: Lance Reddick y Paola Núñez son desde luego quienes mejor se lo pasan, el personaje de Turlough Convery por momentos apunta maneras, y el pack adolescente de Tamara Smart, Siena Agudong y Connor Gosatti defiende a sus personajes bastante bien (diría que mejor que las futuras Ella Balinska y Adeline Rudolph). Pero, como de costumbre en Netflix, están más enfocados en otros aspectos (como el shock value en la muerte absurda de cierto personaje) que en construir algo potente. Tras anunciarse segunda temporada, Netflix ha decidido cancelarla en las últimas horas: ahí queda el dato.