Música

Mylène Farmer / L’Emprise

¿Es Mylène Farmer la Madonna francesa, como se viene diciendo desde hace años entre los aficionados a esta fascinante artista? Pues en cuanto a su impacto cultural en la música pop de ese país desde mediados de los 80 hasta la actualidad, sin duda. O en cuanto a su capacidad de llenar estadios con sofisticados espectáculos (medio millón de entradas vendidas en el último mes de su inminente nueva gira por enormódromos de Francia, Bélgica y Suiza). En lo musical, sin embargo, la cosa no es tan sencilla: más que la Ciccone, es como un cruce imposible entre los Pet Shop Boys, el drama vocal barroco de una Kate Bush (o un Michel Polnareff) y letras de poesía romántica y provocación. Europop de autora.

En Francia, cada nuevo lanzamiento discográfico de Farmer se vive como un acontecimiento que copa titulares de periódicos y noticiarios. No ha sido diferente con ‘L’Emprise’, que supone su primera novedad desde 2018.

“Emprise” es una palabra francesa que describe una relación en la que una persona ejerce dominio físico o control psicológico sobre la otra. Por eso se ha presentado este álbum en un contexto post #metoo (se lanzó el pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer) aunque es justo recalcar que Mylène ha cantado anteriormente sobre relaciones tóxicas, por no decir directamente que es uno de los mayores iconos franceses de la expresión de ser libre, de ser unx mismx a nivel vital, moral y sexual. Himnos como ‘Libertine’ o ‘Sans contrefaçon’ cantaban ya en los 80 a la individualidad o a la ambigüedad de género, algo en lo que fue totalmente pionera. Por eso es tan bonito saber cómo se gestó la creación de este nuevo disco, que nace de su alianza con un joven músico francés de electropop llamado Woodkid, quien declaró recientemente: “Mylène es una figura sagrada, una imagen casi divina. Y como gay de provincias, es alguien que me ha acompañado muchísimo y ayudado en mis conflictos internos. Hacer este disco era casi algo que le debía”.

Porque aunque en L’Emprise hay más colaboraciones, la parte central y más interesante del disco se la lleva esta alianza de Mylène y Woodkid en siete de las canciones (él es además autor de la portada), en las que se combina magistralmente electrónica y una exquisita orquesta sinfónica grabada en el estudio Guillaume Tell de París.

Con esos ingredientes orgánicos es precisamente como comienza el disco, con la divina ‘Invisibles’ y su lujosa orquesta y voz. Los arreglos de cuerda son algo sorprendentemente muy poco explorado por Mylène en su obra, y que sin embargo encaja como un guante en su estilo vocal y con esa letra de poema romántico (“¿quién vela por encima de nosotros / entre nosotros? / Es el amor”). La música de Mylène Farmer a menudo oscila entre baladas y bangers, así que si ‘Invisibles’ revitaliza su lado tranquilo con sonidos naturales, ‘À tout jamais’ -segundo corte- inyecta sonidos actuales al europop marca de la casa pero sin convertirlo en algo forzado: sigue siendo Mylène 100%, y uno de los temazos del disco, con referencia a esas relaciones tóxicas, descritas con las hipérboles tan características de la autora (“polvo de ántrax que se insinúa en nuestras heridas”) y mensaje empoderante (“cuando todo son mentiras / que me hieren y me corroen / entonces dudo y sangro / Pero no importa, la vida me enseña”).

Junto a las siguientes dos canciones, conforman un primer acto del disco muy impactante, en el que el combo Mylène-Woodkid resulta imbatible. ‘Que l’aube est belle’, de nuevo voz y orquesta, es sinfónica y exquisita, y pone sobre la mesa el misterio de cómo Farmer mantiene a sus 60 años una voz tan pura, incluso en los registros agudos, sin mostrar los efectos de la edad. Oírle entonar con ella esos versos casi de Baudelaire es extasiante (“qué bella es el alba, horizonte fúnebre / La vida se te escapa entre los dedos, impone su ley”). Tanto en este corte como en el siguiente banger de electropop (‘L’emprise’), Woodkid ha conseguido lo que más necesita Mylène para hacer su magia: aportar melodías brillantes y frescas (si bien esta última resulta muy parecida en los estribillos a ‘À tout jamais’).

El segundo acto del disco introduce un cambio con ‘Do You Know Who I Am’, con base musical creada por Darius Keeler del grupo Archive, un atractivo medio tiempo con mullidos pianos eléctricos y bases cálidas. Pero continúa con un pinchazo: Moby es claramente el lastre de este disco, una tara en dos entregas. La primera es ‘Rallumer les étoiles’, una melodía en piloto automático que recuerda demasiado a los -frecuentes- momentos menos inspirados de la discografía de Mylène durante los primeros dos mil, incluyendo un efectista coro de góspel apropiadamente anticuado. Una pena que empañe el inspirado enfoque de Woodkid, zarandeándolo en tan aburrida dirección.

Por suerte ahí llega la magnífica ‘Rayon vert’, compuesta junto al interesante dúo electrónico francés AaRON. Las letras sobreamantes en una encrucijada y el deseo como elemento liberador (muy características de Mylène) refulgen especialmente con uno de los grandes temas de electropop del año (“dices que tienes miedo al vacío / solxs sobre el asteroide / Nada te retiene / arranca tu jersey / adelante, abre grande / sobre tu torso destruyes / las ideas de tus padres / todo te pertenece / estás vivx”). El final de la canción, con crescendo de arpegiadores y orquestas eléctricas, es a la vez épico e íntimo, dos adjetivos que resumen muy bien el espíritu de Mylène Farmer. Y confirma que las aportaciones de los artistas más jóvenes (Woodkid y Aaron) son lo más disfrutable y refrescante de ‘L’emprise’ (recordemos que tanto Archive como Moby ya participaron en el disco ‘Bleue’, 2010).

La muy hermosa ‘Ode à l’apesanteur’ abre el tercer acto, con una secuencia en la que Woodkid y Mylène retoman el control, un tema de delicada melodía y de nuevo voz emotivamente impactante. Según el productor, Farmer grabó las voces de las piezas con arreglos de cuerda completamente sola en el estudio, de forma íntima, algo que se nota para bien y que recoge un tipo de canción también muy característica de la artista. Que en Francia se pirren por este tipo de emocionantes piezas de pop sinfónico cantadas con voz angelical debería explicar de sobra a los despistados por qué los Mecano de ‘Entre el cielo y el suelo’ arrasaban en ese país en los ochenta.

‘Que je devienne’ es la última gran pieza orquestada, con bellos versos que poetizan sobre el callejón sin salida de un amor narcisista (“Imagina… ya no más la lenta agonía del mundo / carta de despedida […] y ya nunca esos ‘nunca más’”) y que incluyen un guiño a “Jardin de Vienne”, una canción sobre suicidios del segundo disco de Mylène (‘Ainsi soit je…”, 1988). Su tono de drama casi cinematográfico (ominosas cuerdas, campanas fúnebres y redobles) abraza otra melodía inspirada y emocionante, y enlaza muy bien con el electro-rock funesto de ‘Ne plus renaître’, recordatorio de que a Mylene también le gusta el pop oscuro con ribetes góticos: su voz frágil combina muy bien con atmósferas turbulentas. Firma de nuevo Darius Keeler de Archive, y al contrario que Moby, su contribución vuelve a aportar una diferencia que suma.

Porque tras ‘D’un autre part’, última joya de electropop sinfónico firmada por Woodkid/Farmer, el tema de cierre (‘Bouteille à la mer’) trae de vuelta, lamentablemente, al ombliguista neoyorkino, que una vez más lanza a Mylène por el túnel del tiempo a un tema de europop circa 2003, con una melodía previsible y sub-eurovisiva, junto a arreglos y paleta de sonidos completamente trasnochados. Los dos bonus tracks (versión piano de ‘Rayon vert’ e ‘Invisibles’) arreglan un poco la calamidad, pero no evitan que esos dos temas del descendiente de Herman Melville acaben afeando lo que habría sido un disco de mucha mejor nota. Con todo, bravo, Mylène.

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Publicado por
Jaime Cristóbal