Seguir a Christine and the Queens en los últimos tiempos ha sido un viaje. Claro que, para viaje, el que ha vivido él. Su crisis personal ha sido épica: su transición, el fallecimiento repentino de su madre, su fracaso comercial (las pobres ventas del vinilo de ‘Chris’ han sido comentadas por él mismo), su lesión, la suspensión de su gira por este motivo, sus súplicas a su sello para que le dejase hacer un concierto… y todavía no hemos comentado su cambio de alias (de Chris a Redcar) y el lanzamiento del disco más obtuso de su carrera, ‘Redcar les adorables étoiles’, que sirve de introducción al que nos ocupa hoy, aunque se escribió después.
Solo Chris sabe por qué ‘Redcar les adorables étoiles’ existe. No es un mal disco, es hasta reivindicable, pero después de ‘Paranoïa, Angels, True Love’ va a quedar completamente eclipsado. Quizá Chris necesitaba introducir el alias de Redcar y su «paranoia», como nos cuenta en la descarnada entrevista que nos ha concedido; quizá su sello necesitaba cumplir un “deadline” y Chris escribió «Redcar» en dos semanas mientras ultimaba la creación de esta nueva obra, mastodóntica.
Como es sabido, ‘Paranoïa, Angels, True Love’ es un trabajo inspirado en la obra de teatro ‘Angels in America’ de Tony Kushner y en su posterior adaptación televisiva. Red, que lleva el teatro en la sangre, y está ofreciendo directos dramáticos, con personajes (interpretados por él mismo) y monólogos, entrega una ambiciosa “ópera rock” que cuenta una historia de sufrimiento y redención. Con el apoyo de Mike Dean (The Weeknd, Kanye) en la producción, Chris exorciza sus demonios y da rienda suelta a su lado espiritual, pues reconoce creer en los ángeles e incluso sentir su presencia.
La figura del ángel es recurrente en ‘Paranoïa, Angels, True Love’, pues el disco tiene arco narrativo, como una obra de teatro. En ‘Angels crying in my bed’, por ejemplo, la depresión de Chris queda alumbrada por la presencia de unos ángeles que le acompañan en su luto. La voz omnipresente, interpretada por Madonna, que aparece en tres cortes, guía a Redcar hacia la luz, hasta que a él mismo le crecen alas -como en sus directos- porque se “siente como un ángel”.
La música es profunda y bellísima. También oscura, pero no opaca: la luz de los ángeles, de la propia divinidad de Redcar o incluso de “Big Eye” (el personaje de Madonna) ilumina levemente las canciones aunque estas se regodeen en beats de corte oscuro e industrial, creados por Red a solas o en compañía de Mike Dean, a menudo mezclándose con bases tremebundas de trip-hop, guitarras de dark drone y ecos al rock clásico de los setenta, entre otras cosas, mientras las duraciones pueden superar fácilmente los 6, 8 y 10 minutos. Chris, en su era Scott Walker, definitivamente.
En esta colosal ópera rock las canciones que sobresalen son las que más definidas están. ‘To be honest’ ha sido el anzuelo perfecto, una canción maravillosa que resume el sonido de ‘Paranoïa, Angels, True Love’ a la perfección. Y también a este artista tan apasionado e intenso (“quiero amar, pero tengo miedo de matar”). ‘True Love’, con 070 Shake, es otro single excelente y ‘Tears can be so soft’ es el más ambicioso de los tres, pues sus capas son múltiples, entre beats de trip-hop, un sample insólito de Marvin Gaye y un arreglo de cuerdas escalofriante, todo al servicio de una letra tan personal (“echo de menos a mi madre por la noche”) que sobrecoge. ‘A day in the water’ es un bálsamo de paz entre tanto sufrimiento y su pureza encuentra diferentes formas a lo largo del disco.
Ahí entra, por ejemplo, la sublime ‘Marvin Descending’, que parece de hecho dedicada a Marvin Gaye (“quiero ser tan libre como tú”), pero también los evidentes ecos a Kate Bush que desprenden algunas de las pistas. Al piano, ‘Flowery days’ es tan pura como esa ‘Under the Ivy’ que nos enamoraba con la mera mención de una rosa blanca; y, en ‘Full of Life’, Chris alude a una transformación, a un cambio, probablemente a su transición, tocando la preciosa melodía del ‘Canon’ de Pachelbel.
Uno de los momentos más emocionantes de ‘Paranoïa, Angels, True Love’ llega en ‘He’s been shining forever, your son’. Chris se considera poeta antes que cantante y aquí su texto puede ser histórico. En la letra, Chris imagina a su padre perdido en un campo, solo, buscando a su hija. Chris le observa desde la distancia y le espera con su “angustia”, su “oro” y todo el amor que le cabe en el pecho.
Pero ‘He’s been shining forever, your son’ representa una faceta diferente de ‘Paranoïa, Angels, True Love’. En todo el caos que ofrece musicalmente, necesario dentro de la narrativa del disco, es difícil entrar en su universo. Muchas canciones de ‘Paranoïa, Angels, True Love’ precisamente toman una forma más libre e improvisada que permite a Chris perderse en ellas a veces hasta llegar a… ninguna parte. El space rock de ‘Track 10’ (que en realidad es la pista 7) no termina de justificar sus 11 minutos de duración y el tramo medio y final del álbum alcanza una densidad realmente impenetrable. La odisea trip-hop de ‘Shine’ podría durar menos, las baterías a lo Radiohead de ‘Aimer, pues vivre’ no animan a seguir descubriendo la canción y ni siquiera Madonna consigue que ‘Lick the light out’ encuentre el norte.
En ocasiones, Chris encuentra un buen equilibrio entre las dos facetas compositivas de ‘Paranoïa, Angels, True Love’. ‘Angels crying in my bed’ es una bonita composición influida por el downtempo de los 90, la energía industrial de ‘Let me touch you once’ (en la que repite 070 shake) remite felizmente a la Björk más asalvajada y ‘We have to be friends’ no serpentea tanto dentro de su sonido de rock clásico. Pero ‘Big Eye’, el corte final, no es el gran clímax esperado por su posición en el tracklist. Al final, queda la sensación de que ‘Paranoia, Angels, True Love’ es un álbum algo lastrado por su propia ambición. Cuando más luz entra en las canciones, cuando más se disipa la bruma, más belleza revela.