‘Elia’, por Fermín Solís
Como en anteriores trabajos del extremeño Fermín Solís, su tierra aparece otra vez como parte del escenario, llamando la atención el proceso de cambio constante.
Sin que lo cataloguemos como de evolución hacia la madurez, sí que se percibe esta vez un trato dispar en trazados, recursos narrativos o coloreados. Huye así de un estilo concreto y en su lugar ofrece un trato exclusivo a cada una de sus obras.
Han pasado 10 años de ‘Mi organismo en obras’, cuatro de la maestría de ‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’, y dos de ‘Medea a la deriva’. Esta última comparte con ‘Elia’ su intención de profundizar en personajes femeninos. Horizonte que Solís abre con valentía, distanciándose de los tintes autobiográficos de sus inicios, y buscando la empatía con una joven escritora que ha sufrido un fracaso emocional.
Es cierto que Elia, como personaje construido al milímetro, se distingue por su capacidad para sortear las adversidades de una sociedad que trata de moldear a las personas. Temas tan siniestros como el machismo o la homofobia se intercalan con otros como la sinceridad, la confianza o la valentía. Un carrusel de emociones que supone la inmersión de lleno en el territorio del otro. Mención especial para el recurso de Solís de usar aviones de papel en la comunicación entre personajes. 8,2.
‘Fuego de Bengala’, por David Sánchez
El talento artístico de David Sánchez se define en trabajos cargados de niveles laberínticos: espacios que no permiten crear una voz exclusiva. Las capas de contenidos se solapan hasta el extremo de cautivar al lector en el interior de la propia historia, dando lugar a un estado de conexión entre creador y receptor próximo a una celebración litúrgica.
El tipo de dibujo, y el rotulado de color siguen siendo un sello identificable de su obra a primera vista. Esto podría ser desalentador, pero en ‘Fuego de Bengala’ encontramos dos novedades para estimular a las mentes más ansiosas por nuevas invenciones. La primera es la narración, que se desarrolla a la velocidad de un cohete, como en un videojuego. Y la segunda enlaza con el lenguaje televisivo, pues el imaginario conecta con dos series tan distintas entre sí como ‘Lost’ y ‘The Mandalorian’. 8.
‘La sangre de la virgen’, por Sammy Harkham
Al norteamericano Sammy Harkham le ha costado la friolera de 14 años concluir ‘La sangre de la virgen’. Un trabajo en el que Seymour, su protagonista, intenta abrirse hueco como director de cine de terror de bajo presupuesto durante los años 70. Es verdad que, con películas tan recientes como ‘Babylon’ de Damien Chazelle y ‘Érase una vez… en Hollywood’ de Tarantino, y series como ‘Hollywood’ de Ryan Murphy, el público puede sentir cierto hartazgo de esta época, por mucho que sea tan altamente admirada por los creadores de la industria cinematográfica.
Pero esta circunstancia no debería poner en peligro la atención hacia la obra minuciosa de Harkham. Cada personaje tiene su autoridad en una narrativa que habla de oscuras tragedias cotidianas. Las mismas que podemos trasladar a nuestros días y a nuestro entorno en cuanto a precariedad laboral, el tiempo que se emplea en ir y venir al trabajo, la conciliación familiar cuando se tienen hijos, la improvisación de los jefes ante la adversidad (o sin ella)… Una inspiración explicada por la profunda amistad con Joe Dante, director de ‘Gremlins’, y a la misma relación que mantenían los padres de Harkham, un matrimonio de emigrantes afincado en Los Ángeles. 8.