Todavía nacen grupos surgidos “de la nada” (es una forma de hablar) que han dado sus primeros pasos tocando en bares hasta que el mánager afortunado les ha descubierto y fichado en una multinacional con la intención de desarrollar su talento. Es la historia de The Last Dinner Party. Este quinteto de Reino Unido publicó su primer single oficial, ‘Nothing Matters’, no hace ni un año. Pero ellos llevan tocando desde 2020, curtiéndose y construyendo un sonido propio que les ha llevado a ganar el BBC Sound of 2024, un sonido que suena totalmente decidido y construido, tan pronto como en su primer disco.
En ‘Prelude to Ecstasy’ convergen los diferentes intereses de The Last Dinner Party. Por un lado, el barroquismo de los arreglos. Por otro, el rock melódico de los 60 y 70, de Bowie a Queen. Por otro, las armonías a lo ABBA. Todos ellos empaquetados en un producto de amable pop. En ‘Prelude to Ectasy’ ninguno de estas ideas se lleva a su máximo nivel de ambición. Quizá era demasiado pronto. Quizá The Last Dinner Party todavía no está en ese lugar. Pero, ojo, las canciones prometen.
Están especialmente logrados -sorpresa- los singles. ‘Nothing Matters’ es el intento de Abigail Morris -vocalista y gran carisma de The Last Dinner Party- de escribir “la mejor canción de amor posible”, intento que desemboca en una historia más “perversa” de lo imaginado. Su ligero ritmo disco no es tan perverso, no obstante. Mejor es ‘Caesar on a TV Screen’, una reflexión sobre el poder y la masculinidad frágil que adopta una forma de ópera rock tan teatral como pide la propia voz de Morris.
Morris es una vocalista cuya presencia en las grabaciones de The Last Dinner Party se hace notar en el mejor de los sentidos. El drama de su voz, que tanto recuerda a la de Marina Diamandis o incluso Kate Bush, aporta enorme personalidad a las canciones, tanto a las mejores, como la sesentera ‘The Feminine Urge’, que explora el trauma generacional entre mujeres, o el baladón ‘On Your Side’, que evoca a Bowie, como las que se hacen notar menos dentro del repertorio.
Algunas canciones menos sólidas melódicamente de ‘Prelude to Ecstasy’ logran diferenciarse gracias a los temas que tratan sus letras. La balada barroca ‘Beautiful Boy’, por ejemplo, habla de la “envidia que sienten las mujeres hacia los hombres bellos”, esos que gracias a su belleza navegan la vida sin tropiezos. ‘Ghuja’ es esa canción en albanés que ni Dua Lipa ni Ava Max ni Bebe Rexha se han atrevido a cantar todavía: le pone voz Aurora Nishevci, tecladista de The Last Dinner Party. ‘My Lady of Mercy’ habla del despertar queer observando una imagen de Juana de Arco.
El disco se enmarca (como el cuadro que aparece en la portada del disco) con dos composiciones clásicas. ‘Prelude to Ecstasy’, la intro que da título al álbum, es una fantasía onírica que Debussy podría haber compuesto para una danza de Vaslav Nijinsky. Después, ‘Mirror’ es el final épico de una obra de teatro. The Last Dinner Party demuestra gran habilidad haciéndola pasar de sonar a una torch song de Nick Cave, a desembocar en un preciosa outro orquestal. Rematan el disco y lo atan con un lazo.
En ‘Burn Alive’, en realidad la primera canción del disco después de la intro, The Last Dinner Party cantan que harán “lo que sea para sobrevivir”. Se refieren a exponer sus miserias al mundo, a “convertir mi duelo en un producto”. ‘Burn Alive’, evocando a Cocteau Twins, es otro de su momentos más logrados. Ellos evidentemente se convirtieron en una “comodidad” desde el lanzamiento de su primer single. Pero su propuesta no es una más, en absoluto.