Blur vs Coachella: del divorcio a la posible reconciliación intergeneracional

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Blur vs Coachella: del divorcio a la posible reconciliación intergeneracional

El sábado pasado JENESAISPOP dj’s pinchamos -por llamarlo de alguna manera- en el Ochoymedio. Se celebraba un Tardeo en memoria del Elástico Club, reivindicando así el pop y el underground de los 2000. La cita fue un éxito total, y no precisamente por nosotros. Citando a Gabriel García Márquez: «Crecemos con sueños en nuestros ojos y canciones en nuestros labios, y descubrimos luego que la vida no es lo que pensábamos que sería. Y luego, descubrimos la nostalgia».

Cientos de personas cantaron ‘No sé qué me das’ como si nos lleváramos bien con Alaska y hubiera saltado al escenario para darnos una sorpresilla. Luego se engorilaron con los primeros acordes de ‘With Every Heartbeat’ de Robyn. Y finalmente botaron con aquellos éxitos de una cosa que hubo llamada tecktonik que duró como 10 segundos en los blogs de moda, en este caso de la mano de Yelle.

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También me sorprendieron cosas (porque los caminos del público son inescrutables): la buena recepción de canciones de Ting Tings -¿sonaron hasta 5 veces contando las sesiones de Scream y Smart?- o The Sounds, y la tibia recepción de ‘Girls & Boys’ de Blur. 5 minutazos que además Claudio y yo no supimos cortar tras un estribillo cualquiera por una cuestión de ineptitud. Pero ese es otro tema.

Como adolescente que no se cortaba el pelo por rebeldía o dejadez, siempre tuve especial debilidad por esta canción andrógina sobre «chicas que son chicos a las que les gusta que los chicos sean chicas». Había cierto trasfondo social en la mención al paro juvenil, pero sobre todo muchas ganas de diversión. Diría que pega a la generación actual, pero por alguna razón este finde no nos funcionó. Quizá habría funcionado un 10% más si el año pasado en Primavera Sound Madrid hubiéramos podido ver a Blur 25.000 personas en lugar de 2.000. Es imposible saberlo.

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El mismo día pero en otro continente, el grupo británico se viralizaba por las razones equivocadas: la tibieza con que el público de Coachella recibía la misma canción, frente a la visible frustración de Damon Albarn. Como apunta Arturo Paniagua en sus redes, hay que recordar que Blur nunca fueron tan famosos en Estados Unidos como en Reino Unido -sobre todo- y en Europa -un poquito-. Su leyenda fue creciendo con el tiempo gracias a la omnipresencia de ‘Song 2’ y a su uso comercial y editorial profundamente poliédrico. De hecho, su único disco de oro en Estados Unidos fue el disco que la contenía, el homónimo ‘Blur’ (1997). El fundamental ‘Parklife’ ni entró en el Billboard 200, ‘The Great Escape’ únicamente llegó al puesto 150. La verdadera banda multiplatino en Estados Unidos, como bien apunta Paniagua, fue Gorillaz.

A diferencia de Oasis o incluso The Verve y Radiohead, Blur jamás pudieron dar ese salto al otro lado del Atlántico, como sí por ejemplo en Japón. Esperar que decenas de miles de personas coreen las canciones de un álbum que jamás entró en listas es creer que la prensa especializada de Stereogum, Pitchfork o Rolling Stone es mayoritaria en lugar de lo que es: todo lo contrario. Pero además, por supuesto, está el tema del cambio generacional.

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Coachella está viviendo la misma crisis que otros eventos o los mismos medios de comunicación, después de la pandemia. Viendo el destino de ciertos artistas y comportamientos, es como si de repente hubieran pasado 10 años y no 2. La celeridad de lanzamientos, singles, featurings, discos y ya en menor medida mixtapes pero también, ha llevado a artistas, sellos, festivales, medios, a un constante «renovarse o morir» que a veces lleva por los caminos equivocados. Desde antes del covid, muchos observaron con horror cómo Coachella pasaba de ser un evento plagado de artistas underground a acoger dj’s de EDM como cabeza de cartel. También a artistas latinos.

La alternativa, es decir programar de por vida a The Strokes y Arctic Monkeys no es una opción apetecible ni vendible, aunque solo sea porque esas bandas no sacan disco precisamente con frecuencia. Soy defensor de que en la variedad esté el gusto, pero algo no está funcionando como podría, pues Coachella este año no ha agotado sus entradas. De los 250.000 tickets disponibles este año, Billboard reporta que solo se han vendido el 80%.

Lo que hemos visto que ha pasado con Blur responde, como los accidentes de avión, a una suma de circunstancias, no a una casualidad. Ni son la banda más conocida en Estados Unidos, ni su público objetivo va ya a Coachella porque le repele la mitad del cartel, ni el grupo ha sabido renovarse. Publicando un disco por década -y con esta cara de pocos amigos– en los tiempos en que tienes que dedicarte a la gente de manera constante para que no se olvide de ti, no te sirve para salvar los muebles, ni para reencontrarte con tu público.

Tampoco son la banda más citada como influencia por artistas jóvenes, como sí pasa por ejemplo con el grunge (Olivia Rodrigo, Selena Gomez). O incluso con el shoegaze. Hemos visto cómo la gente joven se acercaba a la última gira de Slowdive (en sala pequeña, eso sí). Blur solo han fidelizado al público de manera local y desigual. ‘Song 2’ tiene muchos streams, sí, pero multiplica casi por 20 los números de su gran obra maestra, ‘The Universal’. De alguna manera, parece que hemos creado una ilusión, sobre todo a raíz de verlos en macrofestivales europeos o darse baños de masas en su casa, Reino Unido, de que son un grupo más exitoso de lo que lo fueron.

La cuestión es más compleja de lo que apuntan una serie de comentarios: que si la gente solo va a Coachella a lucir palmito, que si la nueva audiencia solo quiere subir Stories a Instagram y hacer TikToks y no presta atención. A veces echo mucho de menos que la gente de 20 años tenga un poco más de curiosidad por los artistas veteranos. A esa edad fui con toda mi ilusión a ver, por ejemplo, a Brian Wilson. Charlo con asombro y frustración con estudiantes de Periodismo que quieren trabajar en Cultura sin haber oído jamás hablar de George Michael o Depeche Mode. Pero a veces también echo mucho de menos que la gente mayor se abra a la música que hace la gente joven, en lugar de mirarla constantemente por encima del hombro. No es este el mejor cartel de Coachella que se recuerda -especialmente su línea media es extrañísima- pero un festival en que actúen Lana del Rey, Tyler the Creator, Khruangbin, Brittany Howard y Chappell Roan no estará tan mal. Quiero decir, he estado en sitios peores. Y ojo a Sabrina Carpenter, posiblemente a punto de dar su salto definitivo.

Hay razones para la esperanza intergeneracional y es que Coachella tiene un desdoble este nuevo fin de semana. La cita no puede ser más excitante. Después de este extraño viral, va a haber una segunda oportunidad tanto para Blur como para su antipático público. Este demostrará si le importaba mirarse un poquito quiénes demonios son Blur y, yo qué sé, lo mismo la taladradora de ‘On Your Own’ se viraliza la semana que viene en TikTok. Por su parte, Blur tienen una oportunidad para bromear sobre todo esto, reírse de sí mismos e inventarse algo, como solo los artistas saben. El humor ha sido siempre su principal virtud, y a lo tonto su inminente show en California se ha convertido en un involuntario «place to be».

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