Carles Tamayo se hizo famoso hace tres años con los vídeos de su canal de YouTube sobre el Palmar de Troya, donde consiguió infiltrarse. Graduado en dirección de cine por la ESCAC de Barcelona, Tamayo parecía algo así como una versión joven y youtubera de Jordi Évole. Alguien con olfato para los temas polémicos, habilidad para la comunicación y un dominio del lenguaje cinematográfico que le distinguía de los cientos de youtubers con ínfulas de documentalistas que filman como quien graba un video de WhatsApp en vacaciones.
No es de extrañar que Tamayo llamara la atención de Ramón Campos, el CEO de la compañía Bambú, productora de celebradas docuseries de true crime como ‘El caso Asunta’ (2017) o ‘El caso Alcàsser’ (2019), y de Amazon, plataforma que distribuye los tres capítulos de ‘Cómo cazar a un monstruo’.
Lo mejor de ‘Cómo cazar a un monstruo’
1. Un monstruo viene a verme. Que seas un joven documentalista y se ponga en contacto contigo un pederasta condenado a 23 años de prisión que había sido gerente de un cine donde proyectabas tus cortos de adolescente, es como si se le aparece la Virgen en plena misa al papa del Palmar. Eso fue lo que le ocurrió a Tamayo. Y no desaprovechó la oportunidad. Pocas veces podremos ver el retrato de un depredador sexual de menores como lo vemos en este documental: con toda su crudeza y banalidad. Un tipo repugnante pero también de una vulgaridad que asusta. La cotidianidad del mal expuesta con escalofriante realismo.
2. Un ‘The Jinx’ a la española. No es fácil construir un relato sobre un caso criminal que se está desarrollando en presente. Supongo que gran parte de la investigación es anterior a la grabación y que algunas casualidades, como el encuentro con una antigua víctima, están preparadas. Aun así, desde un punto de vista narrativo, la miniserie es impecable. Tres capítulos que enganchan como el mítico true crime de HBO y en los que hay de todo: crónica de sucesos, investigación periodística, denuncia social, acción policial, costumbrismo criminal…
3. Crónica de una impunidad. ‘Cómo cazar a un monstruo’ tiene el mérito de haber llegado adonde no lo hizo la policía ni la justicia. Casi más tremendo que enterarnos del pasado de abusos de Lluís Gros Martí, es ver la libertad con la que se mueve el pederasta -mofándose de la justicia, cometiendo fraudes, contactando con adolescentes- a pesar de tener una condena de 23 años de prisión. La sensación que queda es terrible: un violador a quien se le podía haber parado los pies hace casi medio siglo, con todo el sufrimiento que se habría evitado, campando a sus anchas como un anciano cachondo por culpa de una justicia lenta e ineficaz y una policía chapucera.
Lo peor de ‘Cómo cazar a un monstruo’
¿El fin justifica los medios? Desde un punto de vista dramático, el final de la serie es fabuloso, un clímax tan tenso y emocionante como el de la mejor ficción criminal. Ahora bien, si lo analizamos desde un punto de vista ético, deja algunas dudas. Tamayo ha planificado la resolución poniendo los aspectos cinematográficos por encima de los deontológicos, el “¡grábalo todo!” que decía Manuela Velasco en ‘REC’ por encima del “espera que llegue la policía no vaya a ser que se escape”, como podría haber pasado si Gros Martí no hubiera tenido un ego más grande que la Sagrada Familia. La pregunta que queda es, ¿cómo cazar a un monstruo: de un disparo cuando lo tienes a tiro o grabándote mientras disparas para que todos vean que lo has cazado?