Música

Melanie Martinez enlaza sentir adolescente y política en un show colorido y visual

Les comentas a tus amigos sobre Melanie Martinez y no saben quién es. Tu hermana no la conoce. Al taxista le suena el nombre, más o menos. Sin embargo, pones un pie en el Palau Sant Jordi y es el mundo de Melanie Martinez: decenas y decenas de chicas vestidas con lazos y faldas de color pastel, alguna con el pelo de dos colores, muchachos con orejas de elfo como el personaje de ‘PORTALS’… Mientras algunos artistas que generan debates intensísimos en redes ni siquiera hacen giras, Melanie Martinez atrae a una masa importante al Palau Sant Jordi y se sitúa en el centro de un fenómeno fan alternativo que se ha consolidado mientras tú te preguntabas si ‘Solar Power‘ es un disco infravalorado o no.

¿Cómo ha pasado? En primer lugar hay que ubicarse un poquito, porque que Melanie Martinez no les suene a tus amigos, lo único que significa es que el target es otro. Y es así: el Palau está sobre todo -que no exclusivamente- a rebosar de adolescentes e incluso de niños acompañados de sus padres que acuden a Montjuïc a ver a la estrella de ‘Cry Baby’ (2015). Aunque el Palau no está lleno, pues se ha reducido el aforo y, además, tampoco se han vendido todas las entradas, los fans reciben a Melanie como si fuera Dios. Cada canción que suena desde el escenario es un macrohit en su universo, ovacionada al máximo. Y suenan muchas, casi todas acortadas: el setlist alcanza las 28 pistas.

Melanie Martinez devuelve la adoración de sus seguidores ofreciendo un espectáculo extremadamente elaborado a nivel visual. Cada set de este Trilogy Tour llamado así porque la gira celebra los tres discos publicados de Martinez, se dedica a un disco en concreto, a la manera del Eras Tour. La nostalgia es ahora. Pero es asombroso que cada canción del repertorio o casi cuente con su propio número, su propio decorado, su propio grupo de bailarines, su propia historia al fin y al cabo. El show es una sobrada de vestuario, maquillaje y escenografía como se ven pocas veces. Y lo de pocas veces va en serio: no tantos artistas de pop se comprometen tan profundamente con una estética infantil y después adolescente, para terminar convertidos en un monstruo de cuatro ojos y orejas malformadas, narrando además la historia de una vida, de una niña que se hace adulta de la peor manera posible.

El mundo de Melanie es infantil y turbio a partes iguales en el inicio de su discografía, en ese ‘Cry Baby’ que sigue conformando su disco más exitoso, casi diez años después. También es clave su estética asociada a una feminidad exagerada, vinculada a esa etiqueta de “llorona” que se le asignó de niña. Melanie juega con lacitos, peluches y colores rosa y pastel mientras lleva el cuerpo tatuado y canta letras tétricas sobre violaciones y adicción. Aunque Melanie se identifica como persona no binaria, los símbolos de la niñez históricamente asociados a la feminidad acompañan un discurso que se construye en torno a un personaje de emociones extremas; la emoción en sí misma está clásicamente asociada a la feminidad, y Melanie la pone en el centro de su proyecto. Su fanbase, principalmente adolescente, principalmente femenina, se ve reflejada en sus extremos y contradicciones.

‘Cry Baby’, por supuesto, da mucho juego en directo, desde el principio. Después de la irrupción en el escenario de un grupo de bailarines disfrazados de conejos gigantes que parecen la Sylvanian Family en carne y hueso (y pelo), Melanie aparece por detrás, subida a una tarima, y su voz suena ahogada en las ovaciones del público. Vestida con una chaqueta de pelos rosa, una especie de crinolina a modo de falda y un moño tipo años 60, Melanie es en sí misma un espectáculo. Su banda, situada a un extremo del escenario, pasa desapercibida durante el show. Las canciones, de ‘Dollhouse’ a ‘Training Wheels’, se suceden a toda hostia, sin tiempo para asimilarlas. La cumbre del set es el número que pasa del “Cumpleaños feliz” a ‘Pity Party’, en la que Melanie recupera aquel famoso estribillo de Lesley Gore, por fin cantando desde la pista. Le ha costado unas cuantas canciones. Mientras en el escenario emergen globos con forma de vela y globos con forma de globo que caen del cielo, las pantallas proyectan imágenes de una fiesta de cumpleaños incendiada.

Ainhoa Laucirica

En la parte dedicada a ‘K-12’ (2019) se suceden algunos de los mejores números del Trilogy Tour, como ese en el que Melanie canta en un balancín en movimiento, meciéndose arriba a abajo, y después atada con las manos hacia arriba como si fuera una marioneta, desde una casa de títeres proyectada en 3D, y después amarrada a una cama de hospital. Es obvia hasta decir basta la intención de representar una adolescencia perturbada, pero si Melanie fuera sutil, no estaría actuando en el Palau Sant Jordi.

Curiosamente, ‘K-12’ es la sección del show con las canciones más flojas, pero con los números más entretenidos. La simbología escolar da mucho juego y es un caramelo para la vista. En las pantallas, Martinez cuela su protesta a favor de la libertad de Palestina, usando imágenes de peluches y muñecos que sostienen consignas de “Palestina libre” y “fin a la colonización”. De repente el discurso traumático de Melanie se politiza, como sucede, también, en la adolescencia o para algunos, un poco más adelante.

Melanie muere al final de este segundo set, apuñalada por una daga con forma de corazón, y este suceso da paso al tercer y último segmento del Trilogy Tour, dedicado a su último álbum, ‘PORTALS’. El paisaje de un cementerio en la noche nos da la bienvenida a este mundo de fantasía y oscuridad imaginado por Melanie, quien re-emerge en el escenario vestida como el personaje de ‘PORTALS’, portando una máscara de cuatro ojos. Aquí la dedicación máxima y absoluta al proyecto y, sobre todo, al desarrollo de un universo visual cuidado, se hace evidente. Los bailarines se disfrazan de moscas y una babosa gigante sirve de asiento para que Melanie interprete la balada de mechero ‘Light Shower’. En ‘Tunnel Vision’ los globos ya no son velas sino setas. En el escenario un humo blanco que parece niebla invade el ambiente. Las proyecciones muestran arañas y otros insectos. Yo no sé por qué Tim Burton no ha dirigido todavía a esta artista.

Ainhoa Laucirica

El numetal de ‘DEATH’ da inicio a un setlist que se vale de los códigos esperables del grunge y el pop-metal para hacer más evidente el componente tétrico del nuevo álbum. En ‘Light Shower’, en plan novia cadáver, Martinez coge un ramo y lanza flores al público. En ‘Spider Web’ sale convertida en mariposa con alas pegadas a la espalda. Y cuando llega ‘Nymphology’ estás tan entretenido que, cuando Melanie habla para presentar a su banda, te das cuenta de que es la primera vez en todo el concierto que se ha dirigido directamente al público. Melanie solo hablará a sus fans directamente una vez más, al final del show, para pedir un grito de “Palestina Libre” a la audiencia mientras dos de sus bailarines sostienen para que se vea muy bien la bandera de Palestina detrás de ella.

Durante el show de Melanie Martinez el concepto de «artista de nicho» emerge en mi cabeza. ¿Puede ser «de nicho» una artista que cuenta 13 millones de oyentes en Spotify? La respuesta es que sí porque el público de Martinez no es el público de otras pop stars, sino que es muy específico, y su repertorio no parece tan transversal como el de otros artistas. Aunque sus discos está bien, sobre todo el primero y el último, no parece que cuente con clásicos contundentes que conoce todo el mundo. Más bien, las canciones de Martinez parecen un elemento más dentro de su universo audiovisual, vehículos para contar unas historias que se completan con vestuarios, decorados o incluso películas. Y, en el caso del Trilogy Tour, con un show en el que pasa de todo, todo el rato, sin parar, y que aún sabe dejar lo mejor para el final, con los fogonazos de ‘EVIL’. Su mejor canción, tal vez.

Los comentarios de Disqus están cargando....
Share
Publicado por
Jordi Bardají