El inevitable paso del tiempo, la transitoriedad del poder y lo efímero de la vida humana -en contraste con el implacable poder de la naturaleza- son temas que han inspirado a grandes artistas a lo largo de la historia. Todos ellos atraviesan el famoso soneto ‘Ozymandias’ (1818) de Percy Bysshe Shelley, que narra el descubrimiento de una estatua gigante de Ramsés II, antiguo rey de Egipto, perdida en el desierto, completamente erosionada por el tiempo. El rostro del que fue el rey más poderoso del mundo se vuelve irreconocible. El paisaje que ayer fue un imperio, hoy es arena y polvo.
La aceptación de que el tiempo condena al olvido hasta a la persona más poderosa del planeta lleva al ser humano a postrarse ante su propia mortalidad. En ‘Songs of a Lost World’, el primer álbum de The Cure en 16 años, Robert Smith -que escribe él solo todas las canciones, por primera vez desde 1985- se muestra en todo momento preocupado por el transcurso del tiempo y por la proximidad de la muerte. El mismo título de ‘Songs of a Lost World’ evoca la imagen de un “mundo perdido” ya muy lejano. La portada, que muestra una imagen de la estatua ‘Bagatelle’ (1975) del artista esloveno Janez Pirnat, evoca la de aquel monumento del rey perdido en medio de la nada.
La fugacidad de la juventud, la soledad, el miedo a la muerte, el aislamiento del mundo… son temas que The Cure conoce muy bien. Robert Smith los ha explorado antes, aunque quizá nunca ha sido tan buen momento para hacerlo como el actual: Smith es 16 años mayor que la última vez que lanzó un disco de The Cure y, a sus 65 inviernos, la perspectiva que puede aportar a sus letras es mucho más rica y sabia. O, al menos, es de esperar que lo sea. Al fin y al cabo, la muerte ya no es una amenaza para Smith, sino una realidad que le ha afectado personalmente, tras la pérdida de su hermano.
‘Songs of a Lost World’ es, por tanto, una obra aferrada al pasado. El título del disco es literal: estas 8 nuevas canciones de The Cure suenan rescatadas de un “mundo perdido», de una época musical anterior. Especialmente el sonido de la batería de Jason Cooper, que imita la grandiosidad épica, entregada al eco, de aquellos discos de The Cure de los 80, presenta un acabado deliberadamente añejo, nostálgico. De manera buscada, también, las canciones vuelven a ser largas, épicas y expansivas y abren con pasajes introductorios que se pueden alargar hasta los 4 o 5 minutos, un recurso muy poco habitual hoy en día. En las composiciones de ‘Songs of a Lost World’, las guitarras eléctricas de Reeves Gabrels vuelven a convivir con las oceánicas melodías de teclado de Roger O’Donnell, sonando siempre a pura desolación. Por supuesto, las letras vuelven a estar marcadas por una profunda tristeza. Ahora, a Smith le acompaña la realidad de que también su muerte está cerca.
La sensación de anacronismo es constante en ‘Songs of a Lost World’. ¿De verdad Robert Smith, una persona que últimamente ha colaborado con Crystal Castles o CHVRCHES, no ha visto una alternativa a caer de pleno en la pura nostalgia, en su primer disco en casi dos décadas? ¿Qué sentido tiene volver en 2024 con un disco que suena como grabado hace 40 años? Quizá más del que imaginamos teniendo en cuenta que vivimos en la época de la nostalgia infinita. Eso a lo que el escritor Grafton Tanner (discípulo de Mark Fisher) llama el «porsemprismo«.
Aún así, impera en ‘Songs of a Lost World’ una sensación de autoreivindicación: The Cure vuelve haciendo las cosas a su manera. Después de haber sido copiados hasta la saciedad, The Cure viene a recordar que ningún grupo sabe capturar el sentimiento de perdición del ser humano tan bien como ellos. Por canciones como la devastadora ‘I Can Never Say Goodbye’ o la majestuosa ‘All I Ever Am’ ya ha valido la pena la espera. Solo escuchar ‘Alone’, el primer adelanto, es una experiencia única: cuatro minutos tarda la voz de Robert Smith en aparecer, recordándonos el poder de las canciones de The Cure de arrastrarnos como olas del mar hacia su mundo, de sumergirnos en su oscuridad.
Que ‘Songs of a Lost World’ huya de toda renovación o actualización no quiere decir, por tanto, que sus canciones no sean emocionalmente potentes. El paso del tiempo es un tema muy nutritivo para Robert Smith y, en ‘Songs of a Lost World’, su desesperación suena sincera. En ‘Alone
’ es emotiva su descripción de la juventud perdida: los sueños y esperanzas se han ido, la luz de las estrellas se ha apagado, el mundo es solo un sueño. La depresión se convierte en aceptación en la tundra sónica de ‘And Nothing is Forever’: aquí, Smith acepta que el mundo que conocía ya no existe, pero señala que “realmente no importa” porque todo acabará tarde o temprano. ‘A Fragile Thing’ es otra encantadora reivindicación del amor de The Cure, pero el peso de la experiencia la convierte en una pieza de The Cure que solo podría existir hoy.Es especialmente conmovedor el recuerdo de Smith a su hermano fallecido en ‘I Can Never Say Goodbye’, casi una balada de Halloween por sus referencias a un “noviembre frío” iluminado por la luna, y por su inclusión de la frase «Something wicked this way comes». En la canción, Smith “susurra” el nombre de su querido hermano, pero nadie le oye. A continuación, ‘All I Ever Am’ lleva el álbum a su cumbre emocional: las baterías retumban como años atrás, la voz de Smith suena completamente intacta… y la desesperada melodía vuelve a ser una tormenta de emociones.
Es sabido que hacerse mayor no implica estancarse en lo creativo. Allá donde David Bowie o Leonard Cohen supieron abordar su propia mortalidad renovando su sonido en sus discos finales; allá donde Primal Scream han sabido actualizarse una y otra vez, Robert Smith propone una mera reproducción -o aproximación- de la estética de ‘Disintegration’ (1989) que parece responder más a la expectativa fan que a una verdadera motivación por avanzar el sonido de The Cure o, como mínimo, por acercarlo a la época actual.
Solo cierto punto de distorsión en las guitarras eléctricas, que en algunos casos apunta al noise y al shoegaze, como en ‘Warsong’ o ‘Drone:Nodrone’, sugiere un camino distinto… pero The Cure nunca se atreve a explorarlo hasta el final. La sensación que prevalece es la de un grupo que entrega, sin mayor misterio, un calco de sí mismo, una versión de lo que recuerda que era un disco de The Cure, o de lo que cree que el público demanda de The Cure.
Ahí entra también la cohesión de ‘Songs of a Lost World’, otro de sus aciertos. Este no es el banquete de estilos de ‘Kiss Me Kiss Me Kiss Me’ (1987) o ‘Wild Mood Swings’ (1997), ni mucho menos el batiburrillo de ‘4:13 Dream’ (2008), sino un trabajo tremendamente homogéneo y cohesivo que propone un universo en sí mismo, gélido y denso. Incluso cuando la mezcla de guitarras eléctricas y acústicas causa turbulencias, como en la casi industrial ‘Drone:Nodrone’, incluso cuando la melodía es tan pop y ligera como la de ‘A Fragile Thing’, The Cure nunca pierde el norte. De hecho, es capaz de desarrollar el sonido de ‘Songs of a Lost World’ durante más de 10 minutos en la pista final, ‘Endsong’, que líricamente conecta con ‘Alone’ recordando a aquel chico que un día fue joven y lleno de ilusión, pero que hoy afronta de manera más cercana que nunca la muerte. “No me queda mucho” es una frase que sale de la boca de Robert Smith.
En este “viaje épico hacia la nada” de The Cure, The Cure ofrece un repertorio de canciones emotivas y sinceras. Quizás nunca lleguen al panteón de clásicos de la banda, pero esto no significa “el fin del mundo”, como cantaría el propio Smith. Después de 16 años, hay que agradecer a The Cure por entregar una nueva colección de canciones que permite acercarse a la banda no desde la nostalgia ni la añoranza, sino desde la pura actualidad. En ‘Songs of a Lost World’, Smith sabe reflejar su estado vital, dejando imágenes tan bonitas como la de ‘All I Ever Am’, un retrato de un pobre hombre que «baila» por la vida mientras el paso del tiempo pesa cada vez más. Sin embargo, es una pena que la nostalgia se haya apoderado tanto de The Cure, al punto de que el disco suena añejo, estancado en otra época. Al menos sabemos que no será el último: The Cure ha terminado un segundo disco más «alegre» y se encuentra trabajando en un tercero.