La jornada del jueves de Primavera Sound empieza al mediodía, con la actuación de Kali Malone programada a la una. Anteriormente, el Auditori habría acogido su show de ambient, pero este año los conciertos en este formato de Primavera Sound se han trasladado a la Sala Apolo y a Paral·el 62. En el caso de Malone, aparece en el segundo recinto y debe retrasar su espectáculo media hora debido a las largas e interminables colas que recorren varias calles.
Kali Malone es uno de los iconos actuales del minimalismo. Conocida por tocar órganos históricos de siglos pasados, Malone crea auténticos laberintos sonoros que difuminan los límites entre drone y música sacra. Su música es profunda y emocional. Sin embargo, Malone actúa en Paral·el 62 simplemente armada con su ordenador y una mesa de mezclas. Esta ni siquiera es una presentación de su último disco, ‘All Life Long’ (2024), sino un pase de puro «Deep Listening» como lo entendía Pauline Oliveiros: drones expandidos hasta el infinito, intervalos hipnóticos y frecuencias extremas. Malone pulsa botones extasiada. Desde el público, quizá esperábamos otra cosa. Aunque Primavera Sound no mentía cuando anunciaba que Malone «desplegaría su paleta de sonidos más electrónicos».
Llama la atención en el concierto de beabadoobee la completa ausencia en el repertorio de ‘Coffee’, su mayor éxito comercial (gracias al remix de Powfu). Ni siquiera recupera la versión original, sino que dedica el show a desgranar el repertorio de sus tres discos largos publicados, con más o menos tino. El buen single ‘Take a Bite’, los destellos de bossa de ‘The Perfect Pair’, la contundencia guitarrera de ‘Care’ o la pesadumbre indie de ‘I Wish I Was Stephen Malkmus’ animan un recital de puro pop-rock alternativo noventero que apasiona a los fans de las primeras filas, pero que sabe demasiado a tributo. Solo su dulce voz dota de personalidad unas composiciones que se terminan convirtiendo en una masa homogénea de un sonido guitarrero que recuerdas, pero que no logras ubicar en un momento concreto.
Había ganas de FKA twigs -que venía de cancelar en Primavera Sound dos años seguidos- y las bromas sobre sus problemas de visado son recurrentes. Ella, sobre el escenario, juega sus mejores cartas y recurre al baile atlético, al pole dancing y a la performance. La estructura metálica del escenario, y el vestuario plateado de sus bailarines, evocan una sensación de futuro. El homenaje a la cultura ball es continuo en la puesta de peluca, baile y vestuario. ‘Vogue’ de Madonna suena a modo de interludio. FKA se esconde tras una tela roja, baila en una silla, empuña una espada.
La manera fácil -e irreflexiva- de describir el show de FKA twigs es que es una mezcla entre las propuestas de Björk y Madonna. De la islandesa recrea el vanguardismo pop de sus primeras canciones. De la estadounidense, su fórmula de show erotizado/coreografiado. Tahliah, con pelo corto y cuerpo de acero, parece la Madonna del Girlie Show, pero su repertorio es menos masivo.
FKA twigs no tendría que ser alternativa sino una superestrella. Su último disco, ‘EUSEXUA‘, es pop refinado del bueno. Antes, los beats bailables de ‘Perfect Stranger’ o ‘Room of Fools’, el éxtasis de ‘Eusexua’ o el glitchcore de ‘Drums of Death’ proponen un equilibrio entre delicatessen pop y cabaret moderno.
Sin embargo, no es suficiente. El show de ‘EUSEXUA’ falla por varios motivos, entre ellos el repertorio, que no logra sostener un espectáculo aparentemente tan ambicioso. Dividido en tres actos, el último se entrega completamente a las baladas y provoca su propio -y lento- hundimiento. «Vaya muermo» no es una expresión que esperaba oír en un concierto de FKA twigs.
Se produce un desajuste entre propuesta artística y contexto, pues el show habría funcionado mejor en un espacio íntimo. El sonido y volumen son irregulares -sobre todo al principio- y el repertorio (‘Oh My Love’, ‘Striptease’) apela exclusivamente a los seguidores de la cantante. En un festival masificado, el show de ‘EUSEXUA’ no logra sumar nuevos fans.
La «magia» de un concierto conjunto se disipa analizando sus incentivos económicos y estratégicos: el SWEAT Tour de Charli xcx y Troye Sivan no solo es un «evento pop» memorable, también es una colaboración entre dos sellos discográficos intentando maximizar el impacto mediático y cultural de dos artistas reduciendo costes de producción. Los fans de Troye y Charli se solapan, así que tiene sentido que estos artistas actúen para un mismo público, la misma noche.
El SWEAT Tour ha sido un evento exclusivo de Norteamérica, pero Primavera Sound ha conseguido transferirlo al Parc del Fòrum para una única fecha en Europa. El show, de dos horas de duración, intercala actuaciones de ambos artistas y evita a toda costa que Troye parezca el telonero de Charli. Aunque el desequilibrio es evidente: el poder de convocatoria de uno y otra no es el mismo -aunque sí equiparable- y lo sabemos porque tanto Troye como Charli actuaron en este mismo festival por separado el año pasado.
Sin embargo, juntos suman y construyen una gran experiencia pop que funciona gracias al star power, al repertorio y a la simbiosis entre ambos artistas y sus fans, y también al contraste entre ambos shows, pues Troye y Charli traen propuestas muy diferentes que ni cohesionan ni lo pretende. El único punto común se llama ‘1999’ y no es una canción representativa ni de un show ni de otro.
Troye presenta ‘Something to Give Each Other‘ (2023) -en su cumpleaños- y Charli ‘brat‘ (2024). El primer desajuste es evidente: solo uno de estos discos ha captado el espíritu de su tiempo y no trae firma australiana. El show de Troye se basa en una unión de coreografía y erótica gay, a veces llevada tan lejos que, durante una actuación, Troye posa con un pissgag en la boca, sujetado por sus bailarines. Charli lo juega todo al hairflip, la pose, el pasareleo y los juegos efectistas de luz y cámara porque ‘brat’ no pide orden ni disciplina, sino rave y caos. Este contraste aporta dinamismo, si bien no coherencia, a un concierto que presenta una consecución de hits asombrosa. Son tantos que algunos, como ‘Guess’, parecen llegar demasiado pronto, cuando los esperabas al final.
En medio, la apertura con ‘Got Me Started‘ de Sivan hace justicia a esta gran canción, y luego el australiano recupera ‘In My Room’ vestido con la camiseta de ‘Full time papi’ de su amigo y colaborador, Guitarricadelafuente. Aunque es un gozo ver a Troye ejecutar coreografías complejas -que evocan los shows clásicos de Madonna o Michael Jackson-, sus constantes referencias sexuales (el micrófono-pene, el morreo a un bailarín) o queer (el travestismo de ‘One of Your Girls’) impresionan menos.
Charli, por su parte, despluma ‘brat’ sin piedad y, a pesar de alguna canción menos vitoreada (‘Spring Breakers’) o antigua (‘Unlock It’), defiende con garra un disco que el público se sabe de memoria. De la tralla de ‘Von Dutch‘, que, en directo, recrea su videoclip, al sentimiento de ‘Everything is romantic’, es en todo momento evidente la manera en que Charli ha convertido cada canción -insisto, cada canción- de ‘brat’ en un hit icónico, haya sido single o no.
‘Apple’ regala el momentazo de la noche con la aparición estelar de Chappell Roan, que baila el «apple dance» desde un alejado palco con el entusiasmo de una fan. Su melena pelirroja es inconfundible, aunque algunos no se percatan de que es ella al principio, porque parece una bailarina más. Tan predecible es el clímax de ‘I Love It’ que el show se cierra en realidad con ‘Rush’ y ‘Talk Talk’, aunque, después de dos horas, a las 3 de la noche de un jueves, el «subidón» ya no es el mismo.