A la quinta temporada de ‘Stranger Things’ no le ha venido nada bien la coincidencia en emisión con ‘Bienvenidos a Derry’, serie-precuela de ‘IT‘. El libro de Stephen King fue un claro referente para los hermanos Duffer, especialmente desde la aparición de Vecna, y es muy fácil hacer paralelismos entre esta nueva entrega de la pandilla, y la precuela del payaso, que está encandilando a la crítica.
Pero no se trata de hacer una tabla comparativa e ir apartado por apartado, porque lo que más diferencia a las dos series es que, mientras ‘Bienvenidos a Derry’ se atreve a ir más allá de lo planteado en el libro y sus adaptaciones (recordando a la excelente adaptación para TV de ‘Watchmen‘), ‘Stranger Things 5’ peca de cobardía y de piloto automático. Como si sus creadores y todo el equipo involucrado estuviese hasta las narices de la serie y quisieran terminarla con la ley del mínimo esfuerzo. Esta nueva tanda de episodios se siente un puro trámite por parte de un equipo al que ha dejado de gustarle la serie de la que forma parte, y que está más centrado en nuevos proyectos.
Es comprensible, claro: hace casi diez años que se estrenó la 1ª temporada, y Netflix ha intentado por todos los medios exprimir la gallina de los huevos de oro, con largas esperas entre temporadas, divisiones de esas temporadas, episodios larguísimos sin necesidad, etc, para falsear récords que la serie ya tiene. A la 4ª temporada le sentó genial la apuesta por el terror, el mayor protagonismo de Max y el simbolismo musical, dándonos el que podemos decir que ha sido uno de los momentazos de la era streaming de las series.
Terminó por todo lo alto, con un cliffhanger de aúpa ante el que ahora se echan atrás en un movimiento que, más que artístico, paree diseñado únicamente para estirar más el chicle. Entre subtramas de relleno que no van a ninguna parte (sonrojante usar el bullying otra vez y… ¿para qué?), los personajes yendo del punto A al punto B a lo largo del metraje sin que nada realmente cambie ni tampoco haya un cuidado de ese viaje… el bajón de calidad respecto a la anterior temporada es considerable.
También se nota esa bajada en las interpretaciones. Quizás por el hecho de que tienen que actuar como personajes bastante más pequeños (Dustin no es que sea un “universitario haciendo de alumno de instituto”, es que ya parece el típico chaval que lleva ocho años en la carrera), el reparto principal acusa ese piloto automático del que hablábamos, tratando de defender un guión que también parece afectado por eso. Hay recopilaciones en Twitter de esa pereza en los diálogos, momentos de esta temporada en los que los personajes se marcan un “me llamo Pepe, entro en este baño porque he bebido agua en la cocina, así que necesito mear”. En lugar de motivarse por el éxito crítico de la 4ª temporada, los creadores parecen haberse rendido a la nostalgia vacía de contenido, algo perfectamente representado en el personaje de Linda Hamilton. Tienes la posibilidad de hacer algo con ella, y la llamas para… ¿esto? Si saliese la noticia de que han usado IA para escribir esta temporada, no me extrañaría nada, porque lo que falta aquí por todos lados es lo que tuvo la anterior temporada: alma.
Hay excepciones, claro. En el apartado interpretativo, Sadie Sink sigue siendo la mejor actriz de la serie, y se salvan también Maya Hawke y Noah Schnapp, cuyo personaje está algo más cuidado. Funciona la química entre Robin y Will, y su escena final sí que consigue conjugar muy bien la parte sobrenatural de la serie con su trama personal. El ataque a la casa de los Wheeler o la subtrama del niño Derek son también destacables, coincidiendo en estar un poco más elaborados y ofrecer algo un poco distinto. Ojalá para la parte final de la temporada y, esta vez, de la serie (por exprimir, Netflix ha querido separar incluso el último episodio), el equipo salga de este piloto automático y eche el resto, porque han demostrado que, cuando quieren, ‘Stranger Things’ puede ser algo más que un ejercicio de nostalgia.