Tres años después de ‘Héctor’, Gracia Querejeta vuelve a ponerse detrás de la cámara para presentarnos este drama a tres bandas. Una vez más los escenarios son lugares reales, por donde pasean personajes reales, con problemas similares a los que podemos tener cualquiera de nosotros. La historia es sencilla: la repentina muerte de su padre obliga a Ángela (Maribel Verdú) a ir a Madrid a encargarse de los papeleos. Allí se reencuentra con la novia de su padre (Blanca Portillo) y con el escenario de su niñez; una antigua y decadente sala de billares que amenaza con irse a la quiebra y que Ángela decide salvar del cierre volviendo a juntar al que fue el equipo de billar de su padre. Si bien la trama central «dos mujeres bien distintas condenadas a entenderse» está más vista que el TBO, es el conjunto de personajes satélite el que termina de dar sentido a la película y de diferenciarla de otras con estructura similar, dibujando el entramado de las relaciones de éstos con el difunto y actuando como hilo conductor de la película.
Los detractores de Maribel Verdú se tendrán que callar la boca una vez más, puesto que convence, como también lo hace la Portillo, aunque esto supongo que no será novedad para nadie. El resto del reparto está estupendo, menos José Luis García Pérez, que consigue estar plano en las escasas tres escenas en las que aparece. Una lástima, con el morbo que da. Por otro lado, y jugando en una liga distinta, está el niño, que pone una cara muy expresiva, eso sí, siempre la misma, así que más vale que te guste. Mención especial se merece Amparo Baró, que borda la interpretación de una madre que quiere vivir en una residencia de ancianos, un personaje que es para comérselo.
La película avanza a buen ritmo hacia la catarsis de los personajes, que van superando las dificultades iniciales, aunque lo cierto es que hay algunos momentos en los que te parece que te has perdido algo, que determinadas reacciones o comentarios de los personajes no están justificados con lo mostrado hasta el momento, pero también es cierto que estos pequeños trompicones narrativos se diluyen en los espléndidos diálogos de dichas escenas (la cena en el chino, por ejemplo).
No vas a salir epatado, ni con la sensación de haber visto lo que llegará a ser un clásico en el futuro, pero desde luego que no hace falta ser un acérrimo del cine español (que yo lo soy) para sentir que has gastado bien esos siete euros al salir del cine. Te recomendamos que no pierdas la oportunidad de verla, porque lleva ya tiempo en cartel (desde el 5 de octubre), aunque lo cierto es que es una película perfecta para ver en DVD en tu casa tapado con una manta, así que tú eliges. 8