Como sería una completa pérdida de tiempo entrar en un debate sobre la calidad de las películas basadas en novelas basándonos exclusivamente en su fidelidad respecto a la obra original –o viceversa, que como decían los Chycha en ‘Cenas/Cines’, a veces el libro es peor–, mejor dejar claro desde el principio que aquí, mientras se usen con inteligencia las herramientas del lenguaje, y se comprendan las limitaciones de ambos campos de creación, estamos siempre muy a favor de ellas. La valentía de atreverse a explorar las posibilidades de un relato en un campo completamente distinto al que fue concebido es siempre enriquecedor, clave en la evolución de la Historia del Arte. Pero sólo salen victoriosos aquellos autores que se olvidan de copiar para hacer suyo el original. Una regla que va y encuentra en esta película su excepción. Toma teoría desmontada.
Cuando uno lee ‘La Carretera’, a pesar –o gracias a, vete tú a saber– del escueto y distante discurso narrativo utilizado por Cormac McCarthy, sientes, como pocas otras veces, una desolación inclasificable al acompañar a un padre y un hijo a lo largo de su viaje errático a través de un mundo apocalíptico del que nadie te explica el porqué de su existencia. Compartes, casi en primera persona, el hambre, el frío, la pérdida de humanidad, la desesperación, el miedo y, sobre todo, la angustia opresiva de ese humano obligado a comportarse como un animal que se levanta cada mañana, si las cenizas y el gris constante del cielo dejaran ver la mañana, con la duda de si ese día tendrá que matar a aquello que más quiere. Lo de los caníbales acechando es sólo una anécdota dentro de la trama. Un grano de arena en una playa compleja. Porque la de McCarthy es una prosa que atrapa y evoca, incluso cuando parece que no pasa gran cosa. Crea imágenes muy poderosas a pesar de no decir casi nada, de ahí la sorpresa al comprobar que el mundo fotografiado en la película era tal y como, al menos servidor, lo imaginaba. Aguirresarobe, una vez más, mola.
Y es que es precisamente por esta imprecisa descripción del universo en el que se mueven los personajes de la novela resultaba tan complicado llevar a la pantalla esta historia. Pero contra todo pronóstico el director John Hillcoat ha superado la prueba con notable maestría. Su mayor acierto, a mi juicio, ha sido sin duda el actoral, empezando por la elección de Viggo Mortensen como protagonista. Si alguien tiene dudas de su capacidad interpretativa, le invito a que diga lo contrario después de haberle escuchado llorar arrodillado delante de un piano desafinado. Es el llanto más desconsolado, veraz y contenido que he visto en mucho tiempo. Y no me refiero sólo a en pantalla. Mención especial también merece su compañero de viaje, el niño Kodi Smit-McPhee, que da vida al último ángel de la tierra tal y como lo describe Robert Duvall en una escena. Su trabajo, desde luego, no es fruto de una casualidad. Que hay niños actores que hacen de si mismos y luego están los actores a secas. Kodi pertenece al último grupo.
Después de tanta angustia vivida habrá quien se quede frío y distante por la resolución final de la película. Antes de despotricar contra Hollywood y su sistema, conviene aclarar que es exactamente el mismo final que el de la novela. Todavía ignoro cuál sería la intención de McCarthy al escribirlo, es lo que más me chirría de todo el libro. Pero incluso así la experiencia merece la pena. Ahora sólo cabe preguntarse si esa catástrofe que redujo el mundo a fuego y cenizas comenzó el día que algunos nos rebelamos al constatar el hecho de que ‘Avatar’, y no ésta, se llevó la gloria eterna, al menos en lo que a nominaciones se refiere, de los Oscar. 8