Contaba Rafael Azcona que cuando recibía algún tipo de premio, aparte de no ir a recogerlo, pasaba los siguientes días disimulando algún tipo de dolencia física: mejor dar pena que provocar envidia. Como buen conocedor de la naturaleza humana, Azcona sabía del inmenso poder destructor de ese pecado capital. César, el siniestro portero de ‘Mientras duermes’, es algo así como un vampiro de la envidia: se alimenta de ella para existir. De hecho, la última película de Jaume Balagueró se podría interpretar en clave vampírica, como una batalla entre la luz y la oscuridad. El oscuro personaje interpretado por Luis Tosar envidia la felicidad ajena, la luz que irradia la vecina a la que acosa y cuyo nombre es toda una revelación: Clara.
La tensión entre la luz y oscuridad, entre lo luminoso y lo sombrío, siempre ha caracterizado al cine de Balagueró. ‘Mientras duermes’ se aleja del terror sobrenatural y se acerca al cotidiano, al que espera agazapado en cualquier esquina (o debajo de la cama) dispuesto a revelarse, a salir a la luz, en cualquier momento. El provocado por ese vecino, amigo, compañero o familiar que disfruta con el mal ajeno, con la desgracia del prójimo, como forma de consuelo para su propia infelicidad. El director lleva al extremo esa tesis poniendo al espectador en una encrucijada moral: nos identificamos con el malo. Esa elección del punto de vista es uno de los grandes aciertos de la película. Balagueró nos manipula a través de los resortes narrativos y de puesta en escena del thriller, aprovechándose de nuestras propias debilidades y pulsiones escópicas.
‘Mientras duermes’ tiene algunos defectos, sí. Flojean varias subtramas secundarias muy prescindibles (la de la niña, sobre todo) y la dirección de actores (con un Alberto San Juan muy muy flojo). Pero dejará huella por dos razones: la brillante dirección de Balagueró, con secuencias tan bien elaboradas como la de los intentos de “huida” de César del piso de Clara, y por la creación de uno de los grandes villanos del cine reciente. 8.