El estreno de la extraordinaria ‘Las horas del día’ (2003) fue una de las grandes noticias del cine español de la pasada década. Por fin un cineasta de “aquí” que hacía un tipo de cine en consonancia con el de “allí”, con las últimas tendencias del cine de autor más celebrado internacionalmente. Cuatro años después confirmaba todas las expectativas y le llovían los premios con la notable ‘La soledad’ (2007). Aupado al podio de los autores españoles, Rosales se pegó un tiro en el pie con ‘Tiro en la cabeza’ (2008), una película conceptualmente brillante pero de insufrible visionado en un contexto de exhibición tradicional.
‘Sueño y silencio’, su cuarta película, es algo así como el reverso afectado y manierista de ‘La soledad’. Un filme con el que comparte ideas argumentales aunque su plasmación no puede ser más opuesta. Como es habitual, Rosales vuelve a abrir una llamativa caja de herramientas estilística: depurada foto en blanco y negro, interpretaciones naturalistas (con actores no profesionales), diálogos improvisados en varios idiomas (catalán, castellano, inglés, francés), ausencia de música, puesta en escena muy libre, con tomas únicas y actores saliendo y entrando de cuadro… A esto hay que añadir una referencia explícita, el ‘Temor y temblor’ de Søren Kierkegaard, y la aparición, a modo de prólogo y epílogo, de Miquel Barceló pintando ‘El sacrifico de Isaac’, el pasaje bíblico que inspiró la obra del filósofo danés.
Todo este cargamento estético y filosófico está volcado en la película para conseguir, según palabras del propio director, «una experiencia plástica muy potente pero también mucha fuerza en la emoción». De acuerdo con lo primero. ‘Sueño y silencio’ posee el indudable atractivo de una fabulosa fotografía en blanco y negro. Fabulosa y muy evocadora. Por las calles y apartamentos parisinos, y tras los paisajes marinos del Delta del Ebro, resuenan las imágenes de los clásicos del cine de autor europeo: de la Nouvelle vague y post-Nouvelle vague (Eustache, Garrel), a las películas en blanco y negro de Bergman o Antonioni.
Vale, muy bonito y expresivo, pero ¿y la emoción? Toda la sensibilidad poética que hacía de ‘La soledad’ una experiencia tan singular y emocionante ha desaparecido de ‘Sueño y silencio’, ha quedado sepultada bajo capas y capas de cemento autoral y hormigón trascendental. Son indudables –y dignas de aplauso- la capacidad de riesgo y las ganas de experimentación de Jaime Rosales. Pero su osadía, en este caso, no se ha visto recompensada. Ni rastro de la turbación provocada por sus dos primeras obras. La película no trasmite, no llega, “no habla”. Permanece en silencio. 3,5.