Por si no había quedado claro, The White Stripes es Jack White. En el concierto que dio anoche en La Riviera de Madrid circularon todos sus proyectos, ya sea The Raconteurs, The Dead Weather y, por supuesto, su primer álbum bajo su propio nombre (artístico), ‘Blunderbuss‘, que venía a presentar ante el público de la capital. Pero dio la impresión de que el show era una reivindicación de su primera banda: desde un escenario adornado con tres grandes tiras blancas, símbolo estético junto al color azul de su andadura en solitario, hasta colocar canciones como ‘Dead Leaves And The Dirty Ground’, ‘The Hardest Button To Button’ o ‘My Doorbell’ en momentos clave del concierto, para finalizar, cómo no, con una ‘Seven Nation Army’ que ya fue reclamada a base de «lololós» por el público antes de comenzar los bises.
Eso sí, en lugar del espartano acompañamiento de Meg White, John Gillis (el nombre real de Jack) se rodeó de una banda, The Buzzards, que le permitió transformar el blues rock de impulso punk de sus inicios en una maquinaria que tira más hacia el heavy rock y los excesos de sus últimos proyectos: en no pocas veces White, que parecía querer ser Jimmy Page, se metió en un diálogo guitarra-batería que no parecía ir hacia ningún lado. Se le debe perdonar, porque disfruta de su grupo como un niño con zapatos nuevos. Sin embargo, uno echaba de menos la crudeza de las versiones originales frente a los fuegos de artificio que le permite su muy solvente banda, una de las dos que supuestamente le acompaña en la gira: si The Buzzards está compuesta por hombres elegantemente vestidos, en The Peacocks son todo féminas. Y es que White no deja ningún detalle al azar, y si hay que llevar un piano vertical, un órgano hammond, amén de otros dos teclados más, un contrabajo, un lap steel, etc., se lleva. El despliegue de camiones a la puerta de La Riviera así lo atestiguaba.
El repertorio más reciente de White encaja mejor con el sonido de su banda, por lo que temas como ‘Sixteen Saltines’ y ‘Freedom At 21’, de su último disco, o ‘Steady, As She Goes’, de The Raconteurs, sonaban perfectamente engrasados. Una pena que la sala no estuviera a la altura y demostrara su pésima acústica, convirtiendo las exquisiteces que salían del escenario en una masa informe en la que era difícil diferenciar una cosa de otra. Este hecho ensombreció el disfrute de un público entregado desde el principio que llenó, aunque no abarrotó, el lugar.
White ofrece una amalgama de blues eléctrico y rock de raíces folk que recupera la tradición de los grandes clásicos americanos y los monstruos del heavy rock de los setenta, si bien sabe que para conquistar al público actual hace falta algo más de contundencia y algo menos de contemplación. Solos sí, pero en su justa medida. Se trata de hacer vibrar al personal, no de demostrar virtuosismo. En ese sentido, quizá el éxito de su música se deba a que ha sabido encontrar un hueco que aúna lo comercial y su voz personal acudiendo a joyas de un pasado común entre su público y él, y es que todos acabamos volviendo a Led Zeppelin, a Jimi Hendrix, a The Band, pero también a los Sex Pistols -libres de su carga urticante, eso sí-. No tan purista como Wilco y más partidario del rock de estadio que de las exquisiteces del estudio, Jack White ha encontrado su espacio en la música actual en el que, al igual que sobre el escenario, reina a sus anchas.