‘Efectos secundarios’: sexo, mentiras y pastillas

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‘Efectos secundarios’: sexo, mentiras y pastillas

Dice Steven Soderbergh que está cansado de hacer cine, que ya no se divierte, que lo deja. Después de ver su última película, la pregunta se hace inevitable: ¿es ‘Efectos secundarios’ un “efecto secundario” de su estado de ánimo?

Mezcla de thriller y cine de denuncia, ‘Efectos secundarios’ parece la reacción psicosomática de un depresivo que a mitad del trabajo decide que no puede más y se atiborra de pastillas. La película empieza como un sobrio y contundente drama sobre la depresión. A través del personaje interpretado por Rooney Mara (ya algo más que una promesa), el director se acerca al fatigoso día a día de una mujer deprimida. Mientras vemos sus dificultades para sobrellevar la enfermedad, descubrimos el lucrativo negocio que se mueve alrededor de la misma. Soderbergh denuncia la ligereza con la que los psiquiatras recetan fármacos en complicidad con la industria farmacéutica y muestra los intereses económicos que hay detrás de nuestra tristeza.

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Pero el director se aburre. El relato avanza sin fisuras. La narración se desarrolla con corrección, con oficio. El tema es interesante. Pero se aburre. Y antes que poner el piloto automático, Soderbergh coge los mandos y decide pasárselo bien. Realiza varios looping de guión y la película se convierte en otra cosa: de drama de denuncia a thriller hitchcockiano.

Los problemas de este giro son dos. Primero: que el director se divierta no quiere decir que lo haga el espectador. Este cambio de tono resulta demasiado brusco y forzado, y es fácil percibirlo como una decisión algo caprichosa. Cambio de tono, de género y de protagonista. Un cambio que, además, amenaza con invalidar la tesis anterior, con instrumentalizarla. Segundo: crear un MacGuffin no basta. Vale, aceptamos el cambio, seguimos la famosa teoría de Hitchcock. Pero, ¿y si no hay nada más que el MacGuffin? Soderbergh eleva la excusa argumental al argumento mismo. Con lo cual, lo que en Hitchcock era una coartada narrativa para crear suspense y misterio por medio de la puesta en escena, en ‘Efectos secundarios’ se convierte en un fin es sí mismo. Todo es MacGuffin. ¿El resultado? Un thriller del montón, tan tramposo como entretenido. 5,9.

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