A estas alturas, salvo que seas una compañía de teatro clásico o Kenneth Branagh en los 90, plantearse adaptar al pie de la letra cualquier obra de Shakespeare para alcanzar el éxito es casi un suicidio. Los clásicos se hicieron para deconstruirlos, para utilizarlos como punto de partida para la creación de una pieza nueva que sepa explicar la esencia de los mismos con un lenguaje más cercano a los gustos de hoy. Una premisa, por cierto, que ha servido de abono para la aparición de truños artísticos que, multiplicándose como setas, se han escudado en esta idea de la «deconstrucción» para entregar al público piezas capaces de hacerte pensar seriamente en el suicidio.
Pero de vez en cuando aparecen directores capaces de hacer suyo este material y entregar versiones que el propio escritor inglés aplaudiría. En teatro, por ejemplo, hace nada vimos la impecable adaptación de ‘La tempestad’ de mano de Sergio Peris-Mencheta, que en un ejercicio de metalenguaje teatral nos invitaba a descubrir cómo una compañía preparaba el montaje de esta obra. Y es que hoy día como espectadores no nos basta con ver el resultado final de una propuesta, queremos saber el cómo, y el acierto de Peris-Mencheta fue haber sabido aprovechar esta fascinación por el mundo del «making of» en su propio beneficio.
Recurso que, curiosamente, también ha servido al director catalán Hammudi Al-Rahmoun para firmar ‘Otelo’, una de las obras más contundentes e intensas que podemos ver estos días en el Atlántida Film Festival de Filmin. Una historia de poco más de una hora de duración en la que ficción y realidad se fusionan gracias a una puesta en escena angustiosa digna de un Gran Hermano que nos permite entrar hasta el fondo en los entresijos de un rodaje de una nueva versión de esta obra de Shakespeare llevada a cabo por un director que, poseído por el espíritu de Yago, y en su afán de conseguir interpretaciones poderosas, lleva a sus actores no profesionales hasta límites personales en un viaje que sufres, y mucho, como espectador.
Un trabajo de tensión progresiva que te hace dudar hasta qué punto es real o no lo que estás viendo, ya que sabes que no es normal sentir una empatía tan visceral por esas personas que ves llorar en la pantalla. Algo que ocurre sobre todo cuando el centro de la acción es Ann M. Perelló, una actriz desconocida que recuerda a la Manuela Velasco del primer ‘Rec’ y que en lugar de huir de zombies se tiene que enfrentar a un peligro mucho más terrorífico: los celos. 8,7