Clásicos que nunca lo fueron: ‘Our Time In Eden’ de 10,000 Maniacs

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Clásicos que nunca lo fueron: ‘Our Time In Eden’ de 10,000 Maniacs

10000maniacs

Título: ‘Our Time In Eden’
Artista: 10,000 Maniacs
Sello: Elektra (1992)

Entre las paradojas de la era digital está que el acceso masivo a la información, el arte, la música, la pone al alcance de tus dedos pero te exige elegir. Y elegir significa descartar, porque cuando lo tienes todo a un clic de distancia el tiempo es oro. El resultado es que la aparente riqueza es a veces una ilusión que se cobra víctimas. ¿Por qué las constantes referencias al punk usan hasta el cliché a los Ramones o los Clash y nadie habla de The Only Ones o de los Damned? ¿Se reduce el country a Johnny Cash? ¿El rockabilly femenino a Wanda Jackson? La actual retromanía por los 80 y 90 está dejado el mismo número de injustos olvidados. No hay espacio para todos, o quizá no calaron de la manera que pareció en su día. La cuestión es que nadie habla hoy en día de los 10,000 Maniacs. Ni siquiera después de que Natalie Merchant sacase un espléndido disco hace apenas unos meses.

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‘Our Time In Eden’ fue uno de los álbumes más populares de este grupo norteamericano, sus singles se oyeron por todo el mundo entre el 92 y el 93, pero en la actualidad una creciente capa de polvo cubre su recuerdo, convirtiéndolo en un clásico que sí lo fue, pero que necesita ser reivindicado. Fue el último LP en el que participó Natalie Merchant, después de 10 años de carrera, un final de ciclo que la vio crecer musicalmente rodeada de músicos mayores que ella, a los que se unió con tan solo 17 años en Jamestown, Nueva York, en 1981. A lo largo de seis discos pasaron del post-punk más o menos “arty” de sus comienzos (con sus referencias a De Chirico, Manolete o la obsolescencia planificada) a una música más puramente pop, sobre todo a partir de ‘In My Tribe’ (1987). Para el 92 el grupo había alcanzado una madurez en la que Natalie, sin todavía haber cumplido los 30, seguramente se sentía ya un poco alejada de sus encanecidos compañeros. Así que mientras preparaban ‘Our Time In Eden’ anunció que después de lanzarlo iniciaría una carrera en solitario. Es difícil saber si la noticia sirvió de catalizador, pero parece como si todos ellos hubiesen puesto toda la carne en el asador para hacer el disco que tendría sus mejores canciones, y los mayores picos de euforia y melancolía de toda su discografía.

Y también su sonido más comercial. Aunque oyendo el disco veintipico años después resulta bastante raro seguir teniéndolo clasificado de esa manera. Quizá su producción post-ochentas pueda guardar algún vestigio de esa idea, pero en la actualidad suena más bien a un disco alternativo exquisitamente cantado y tocado. Natalie Merchant, piano y voz, lleva la batuta en la hermosa Noah’s Dove, que abre el disco:

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Un tema de exuberante melodía y melancolía, con una bella estructura circular. Pop agridulce reflexivo, que de alguna forma resume el tono del disco que seguirá. En paralelo, letras sobre un amor que acaba, una pareja que “sabía mentir sin que se notase”, que “siempre cree que hay un último resquicio para recuperar la libertad”… la amargura elegante de los textos de Merchant hace su aparición, y no será la última.

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‘These Are Days’ es el primer upper-cut del disco, un single de pop redondo (fue primer sencillo) que daba en la diana de una melodía memorable con letras sobre -precisamente- días que se recordarían: “Estos son días que recordarás / Ni antes ni después -te lo prometo- volverá el mundo a ser tan cálido”. Casi como un presagio, es una canción que trae recuerdos instantáneos a quien escuchase música en aquellos primeros 90, desde el mismísimo comienzo con ese simple pero infalible motivo de piano:

‘These Are Days’ supone además un alejamiento definitivo del sonido más alternativo de sus entregas anteriores. En comparación con singles como por ejemplo ‘Eat For Two’ y su estribillo monocorde de texturas casi Go-Betweenianas, tres años después nos encontramos ante una propuesta melódicamente mucho más elaborada, y sonido más compatible con las emisoras de FM. Pero hay algo aún más importante: ‘These Are Days’ es también la canción que abre la época dorada del pop “baggy”, es decir, éxitos de pop influidos por el característico ritmo de batería del sonido Manchester. Como por ejemplo la esencial ‘Sleeping Satellite’ de Tasmine Archer (que curiosamente se lanzó como single también aquel mismo septiembre del 92), y una larga sucesión de canciones que sembrarían un camino que atraviesa el ‘Linger’ de los Cranberries al año siguiente o ‘Wonderwall’ en el 95 y que se iría extinguiendo hacia 1998 con ‘Kiss Me’ de Sixpence None The Richer y ‘Torn’ de Natalie Imbruglia.

Tras la euforia meta-melancólica llega ‘Eden’, que acaba de establecer definitivamente el dominio instrumental del piano en el disco, en un inspirado eje triangular con las “guitarras infinitas” de Rob Buck y la voz de terciopelo de Natalie. Una perfecta construcción de pop cristalino y lánguido que incide en las imágenes bíblicas que salpican todo el disco (título incluido), en este caso como metáfora política sobre los EE.UU. y la sociedad actual en general (“créeme, la verdad es que no somos honestos, no somos la gente que soñamos / no estamos tan próximos entre nosotros como podríamos”). El activismo político y social de Merchant es bien conocido, pero en este disco escogió (como confesaba la propia cantante en 1994 a David S. Mordoh en Rockdelux) no hacer alusiones literales en una época de mucha negatividad y pesimismo (el disco se grabó en agosto de 1991, en medio de la Guerra del Golfo) e intentar ser positiva (“y en un tiempo las palabras solas nos guiarán / y la amargura ya no nos alcanzará / la razón será guiada de otro modo”). El resultado son estos textos alegóricos, honestos y de poesía sencilla, un penúltimo suspiro de la era de las letras sinceras, antes de la llegada definitiva de la ironía posmoderna. Todo desemboca, apropiadamente, en la todavía más positivista ‘Few And Far Between’, una canción que sorprende con su ritmo a lo Motown, sección de viento incluida. Entre ellos, Maceo Parker, quien por cierto hace un precioso solo final.

‘Stockton Gala Days’, con ese título tan Scott Fitzgerald, es otra de las grandes joyas de la cara A de ‘Our Time In Eden’: resonancias folkies, acentuadas por la aparición del violín de Mary Ramsey, que curiosamente ocuparía el puesto de vocalista una vez abandonado por Merchant, ya en 1997. Acordes menores para unas letras de recuerdos adolescentes, inmersos en bucólica sororidad, pero que doblan una esquina sombría al final de cada estrofa:

“Aquel verano los campos se llenaron de hiedras y dedaleras / frutos de manzana salvaje por todas partes, de un color esmeralda como nunca había visto / Aparte de sueños que no recuerdo, no hubo una chica tan cálida como tú… Cómo he aprendido a complacer, a dudar de mí misma en momentos de necesidad / nunca lo sabrás”.

Supuestamente la canción describe un periodo de la infancia y adolescencia de Natalie en el condado de Chautauqua, cerca de Jamestown, donde creció y vivió aquellos años. Los ensoñadores “delays” de las guitarras hacen refulgir esos añorantes versos con una luz dorada única, redondeada por las armonías vocales de la cantante. Que conducen al brillante broche final de la cara A. ‘Gold Rush Brides’ – tonalidad menor desde el principio- mantiene el contraste entre belleza natural (y musical) y sentimientos grises en una de las letras más interesantes del álbum, dedicada a las novias de los buscadores de oro (viudas, al final de la canción) y por extensión a todas las mujeres con un papel secundario en la historia, a las que nadie recuerda: “En cartas enviadas de vuelta a casa, a sus hermanas del Este / Se quejarían, relatando locura, nacimientos, soledad y dolor”).

‘Jezebel’ comienza la cara B en tono acústico y ambiental, en una serie de interludios de voz, piano y viola que dejan disfrutar del bello timbre líquido de la voz de Natalie Merchant, entre los que se intercalan estribillos “uptempo” para acentuar los sentimientos de azoramiento sentimental. Una dinámica tendente a lo acústico que se mantiene en ‘How You’ve Grown’ (“Cómo has crecido”). De nuevo viola y piano para elevar con delicadeza esa hermosa voz que, como en tantos grupos de pop de la historia, es en esencia el secreto del éxito del grupo, una voz que reviste de verdad todo lo que canta con una belleza frágil. En este caso, cantando letras escritas desde el punto de vista de una madre sin serlo todavía. Pero el instinto latente era capaz de arrancar frases tan bonitas y ciertas como cuando dice a esa hija imaginaria “cada vez que nos decimos adiós se congela en mi mente tu imagen de la niña que nunca ya serás, que nunca volverás a ser“. En una entrevista reciente Merchant aludía a esta canción, y hablaba sobre lo que supone ser madre como artista ya en la realidad (“he escrito canciones desde el punto de vista de una madre, pero más hipotética que empíricamente. El amor tan extremo que sientes por un hijo ha hecho mi experiencia mucho más rica”).

‘Candy Everybody Wants’ marca el necesario cambio de tono en este punto: otro perfecto hit de pop “baggy”, que de hecho fue el single que más éxito les granjeó en listas de medio mundo. De nuevo arreglos de viento, y un preciosismo melódico para colar, como dulce píldora, una letra de (auto)crítica dirigida a los medios de comunicación y su dieta de entretenimiento vacío (el azúcar que a todos apetece) para lograr aturdirnos a todos y no pensar (“sí, se les nubla la mirada (…) sí, sus cerebros se vuelven blandos y perezosos / En fin, ¿de quién es la culpa?”).

Tolerance’ da de nuevo un giro en sus pretensiones iniciales: guitarras con distorsión, y letra dramática para una bonita melodía que, ya casi como un leit motiv, esconde mensajes amargos; la inquietud de la intolerancia, aparentemente en nueva alusión a su país (“nuestra casa está dividida, vivimos en ella / El lugar donde habita el odio es tras nuestras puertas, en noches intermitentes / óyelo caminar y desvariar”).

El final se va acercando con ‘Circle Dream’, quizá la verdadera joya oculta del disco, una canción que habría merecido ser single. La voz va y viene en dos pistas diferentes, de forma circular, como el ritmo de la canción, que supone otra nueva incursión en ese backbeat madchesteriano, pero en un contexto especialmente acústico y delicado que de nuevo permite apreciar la bella textura de la voz de Natalie en gran detalle. Una producción más sencilla recubierta de un precioso y sutil órgano que le da ese aire onírico tan único.

El disco gana en belleza con esta bajada de tensión, anticipando el terreno en el que se movería Merchant durante su inminente carrera en solitario, un terreno en el que la voz no tendría que luchar para hacerse oír y donde mandaría la quietud acústica y folkie. ‘Our Time In Eden’ es también un testimonio de esa aparente disensión, en la que se diría que la banda pugnaba por ese sonido “grande” de algunas de las canciones y ella no tanto. Hay que decir que esa carrera en solitario comenzó esplendorosamente y Natalie Merchant vendió cinco millones de copias de su primer disco girando con el grupo Wilco de telonero. La continuación de los Maniacs sin ella no lograría la misma suerte.

If You Intend‘ funciona como bonita digresión pop antes del final, con ecos de ese sonido jangle que el grupo practicó con tanto acierto en los 80, y que los acercó musical e intelectualmente a la sensibilidad de grupos como R.E.M. (a quienes telonearon durante una gira durante la cual hubo un corto romance entre Michael Stipe y Natalie Merchant). Lo cual conduce al final con ‘I’m Not The Man’, un cierre de cara con enfoque narrativo, exactamente igual que en ‘Gold Rush Brides’ en la cara opuesta del disco. Tono sombrío y ritmo algo marcial para acompañar una historia sobre un hombre de color acusado injustamente de un crimen y que acaba ahorcado… como si en el último segundo Merchant no hubiese podido aguantar más su decisión de ser positiva y necesitase expresar algo de esa rabia, aunque fuese en forma de narración.

Sería imperdonable terminar este repaso sin aludir a las caras B de los singles de ‘Our Time In Eden’. Si hay un disco en el que esas canciones adicionales funcionan como espejo, como referencia de influencias y como hermoso complemento, es éste: seis versiones de artistas admirados por el grupo que repartieron como caras B y C en diversas ediciones de los CD-singles. La lista tiene mucha enjundia: ‘Starman’ (Bowie), ‘I Hope That I Don’t Fall In Love With You’ (Tom Waits), These Days’ (Jackson Browne), ‘Every Day Is Like Sunday’ (The Smiths), ‘Don’t Go Back To Rockville’ (R.E.M.) y ‘Sally Ann’ (The Horse Flies’). En su reedición en vinilo de hace tres años se perdió la oportunidad de incluir un disco extra con todos estas versiones, que alcanzan una especial exquisitez en los temas de Waits, los Smiths y los Horse Flies, y que funcionan como perfecta “companion piece” de un disco ya de por sí espléndido.

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