The Tallest Man On Earth / Dark Bird Is Home

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The Tallest Man On Earth / Dark Bird Is Home

dark bird is homeSiguiendo en la línea que ya avanzaba tímidamente ‘There’s No Leaving Now‘, The Tallest Man On Earth abandona en ‘Dark Bird Is Home’ la casi espartana estética minimalista que marcaba sus primeros álbumes. Entonces esbozaba canciones de inspiración folk apenas con su guitarra y su voz -esa característica voz- de forma natural, sin trucos de estudio, logrando estremecer y emocionar por su proximidad. Con una visión muy distinta, el sueco Kristian Matsson introduce en este cuarto disco múltiples arreglos de banjos, percusiones, vientos, teclados y hasta coros próximos al gospel que redimensionan su propuesta, si bien no abandona del todo la línea de obras anteriores, sino que más bien los lleva a su terreno: más que con un sonido cuidado y pulido, típico de ese tipo de arreglos, conserva la encantadora imperfección de la baja fidelidad.

Escuchándolo, resulta palpable la deriva de Mattson durante la creación del disco, que ha sido grabado en distintos estudios de distintos países y, claro, con distintos técnicos. Por eso, no se la juega a una sola baza. De una parte, encontramos cortes de sonido amplio, saturado, en el que mandolinas, slides, coros, teclados o acordeones invaden las canciones. Es el caso de la preciosa ‘Sagres‘, tan cercana al Springsteen más folkie como a (¡glups!) los Revólver de ‘Básico’, ‘Darkness Of The Dream’, ‘Timothy’ o ‘Seventeen’, que nos muestran al autor algo desfigurado por tanta grandilocuencia. Y de otra, parece que se ha resistido a abandonar del todo el minimalismo que tan buenos réditos había dado hasta ahora: es el caso del corte titular que cierra el disco, que se desarrolla casi por completo con guitarra y voz… hasta su explosivo final coral; o ‘Fields Of Our Home’, en el que sintetizadores y coros van llenando poco a poco la base. En ambos casos, como decía, la sensación es que las melodías vocales de Matsson son menos poderosas, y esa cercanía de storyteller que antes nos ganaba, termina un poco diluida.

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Además de en lo musical, Matsson también ha progresado en sus letras, dibujando bonitas imágenes de ese espíritu nómada que ha marcado la creación de este disco. Una constante huida hacia ninguna parte que, en el camino, deja pérdidas y dudas, expresadas de una forma preciosa en ‘Sagres’ o ‘Little Nowhere Towns’ (que, conducida por un piano de sonoridad añeja, invoca a una «Carolina» como símbolo de anhelo, un posible guiño a James Taylor). Quizá por esa carga emotiva, las canciones que más rotundamente convencen son aquellas en las que la ornamentación es sencilla, discreta. Es el caso de ‘Singers’, en la que el fingerpicking combina maravillosamente con equilibrados matices de cuerdas y oboe (también de hermosa y ambigua letra -podría ser sobre la muerte física o la muerte de una época-); de ‘Slow Dance’, enérgica pero sin estridencias, con una armónica y trompetas vagabundas que vienen y van; y de ‘Beginners’, con esos simpáticos acentos de piano. Son estos los momentos más deslumbrantes del álbum, por delante de esa ampulosidad antes citada, en la que no se termina de ver cómodo a The Tallest Man On Earth y que hace que este sea su disco menos sólido y rotundo. Pero, a cambio, ofrece vías de crecimiento para un músico que sigue dejando huella.

Calificación: 6,9/10
Lo mejor: ‘Singers’, ‘Sagres’, ‘Slow Dance’, ‘Little Nowhere Towns’
Te gustará si te gusta: Iron & Wine, el Springsteen más folk.
Escúchalo: Spotify

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