Pablo G. Díaz, líder de Pablo und Destruktion, es uno de los personajes más interesantes de la música de nuestro país gracias a la fuerza de su voz de predicador, sus columnas sobre política, su interés por la filosofía, sus singulares videoclips y por supuesto su talento compositivo. ‘Animal con parachoques’ fue su presentación, el espléndido ‘Sangrín‘ el disco que le puso definitivamente en el mapa y ‘Vigorexia emocional’, promocionado con la ayuda de I’m An Artist (oficina de management de Nacho Vegas y hasta hace poco Christina Rosenvinge), ha de ser el álbum con el que dé un paso más. Aunque, acostumbrado a chupar carretera acumulando esas experiencias tan sórdidas que enriquecen sus letras, igual hay alguien que prefiere que no termine de pasar algo más grande con el artista.
Uno de los mayores aciertos sonoros de Pablo und Destruktion y por extensión uno de sus mayores rasgos distintivos es el contraste entre la oscuridad de sus letras y la belleza de los arreglos, que en bastantes casos recurren a lo orquestal. Si en el disco anterior, el truco aparecía en ‘El aire puro’ o ‘Por cada rayo que cae’, en este se desarrolla en canciones como ‘Los días nos tragarán’ o ‘Ganas de arder’, una de las que mejor resume el concepto de un disco angustioso que parece hablar de sexo y de amor como refugio frente al asco que da el mundo.
Porque siempre será más llamativo que un cantante hable de política o de la sociedad, por ser menos común, como Pablo vuelve a hacer en ‘Busero español’, otra canción sobre un viaje en el que la sensación de comunidad («Puedo ver cómo las fronteras desaparecen / Puedo sentirme unido tan profundamente a todos vosotros») prevalece sobre la desolación (un váter químico estropeado, unos vagabundos que buscan a su hijo desaparecido). Pero son más abundantes los temas que versan sobre el amor, a veces como contrapunto frente a la amargura: «Un señor se estaba muriendo / cuando yo aparqué el coche en el puerto / y vinieron los vecinos y dijeron que nadie se jubila tranquilo / yo lo sé y por eso me acerco / y me escondo dentro de tu pecho / Allí puedo oler la eternidad».
Lo mismo puede decirse del rabioso single principal, tan agridulce como su título o sus sentencias, ‘A veces la vida es hermosa’ («como cuando agarro muy fuerte tu boca», continúa en una de las ocasiones); y también contradicciones similares propone la delicada ‘No sientes el peso’, desde «¿acaso no ves que nos vamos a hundir?» hasta «mantienes tu sonrisa / eres toda una incógnita para mí». ‘Leona’ -siguen las metáforas animales de este estudiante de Veterinaria, y el tema ‘Mis animales’ bate el récord 2015 del uso de la palabra «nada»- concluye directamente con gemidos de mujer.
Esa atracción hacia la figura femenina se corresponde con las estupendas violas de Sara Muñiz, si bien el piano de Verónica R. Galán en ‘Bares vacíos’, tosco y crudo quizá aposta, resta solemnidad a la canción, afeando algo una segunda mitad de disco que sólo salva decididamente la mencionada canción apocalíptica ‘Busero español’ (las gaitas de ‘Califato’ son una novedad, pero tampoco lo mejor del álbum). La acústica y final ‘Dulce amor’ es algo obvia, aunque parece presentar el desenlace de esta historia, no tan feliz como desearíamos: «No puedo continuar / No puedo seguir así / Quiero vivir solo y sin nuestro dulce amor». Igual Pablo no es tan político después de todo: el álbum está dedicado a Fee Reega (que esta vez no ha hecho coros ni ha participado) y otras cuatro mujeres.
Calificación: 7,5/10
Lo mejor: ‘A veces la vida es hermosa’, ‘Los días nos tragarán’, ‘Ganas de arder’, ‘Busero español’
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