Los navarros Kokoshca han acertado de pleno al evitar la mímesis del sonido indie de nuestros días y también el de los 90, para apostar en su lugar por un rock más crudo y ochentero que vincularía antes con Burning, Tequila o incluso Loquillo y Los Trogloditas. No era una boutade. Por eso colaboraban con su paisano El Drogas de Barricada, y ahora este escribe el texto promocional de su nuevo disco ‘Algo real’, ese que comenzaba muy acertadamente con un «suena polvoriento a desierto».
Apenas con Los Planetas más aflamencados -también con La Bien Querida- podríamos asociar uno de los adelantos del disco, ‘Mi consentido’ (que arrancaba en verdad como un tiro de Sigue Sigue Sputnik), pero en ‘Algo real’ predominan las guitarras de punk ramoniano, de rock urbano y canalla y también surferas y garajeras. El álbum cuenta con una versión del grupo de post-punk noventero The Make-Up y suena muy americano, ciertamente «polvoriento, a desierto» en muchos de sus puntos, como es el caso de esa ‘Yo nací’, que suena tan desafiante como decadente, al igual que la tabernera y «western» ‘Serengueti’, de donde sale el título del disco.
No es el único corte que plantea la búsqueda de «algo real», pues el mantra final y cumbre de un tema llamado muy adecuadamente ‘Laberinto’ es «no existe solo una verdad / y nunca sabré si aquello era real»; pero la temática más llamativa del disco es la alienación. El rock’n roll ha sido un género de marginados y eso es algo que se refleja en la entretenidísima ‘RBU’, que parece mentira que sea la canción más larga del álbum. «Hace días que debería buscar un empleo, pero me resisto / aún quiero ser yo misma», indica antes de concluir «esta vida no es para mí» y finalmente, resucitar, autosuficiente: «así, sin nada soy feliz» porque «yo no necesito esas cosas que ellos quieren tener».
Ese poso casi optimista también mantiene la inmediata ‘No mires hacia atrás’, sobre la muerte y recordando que todos somos iguales, aunque el álbum termina marcado por la melancolía que se desprende del bonito bolero ‘El escultor’, en el que no faltan los punteos surferos, y de la final ‘Cuánta hermosura’, que cabalga, lenta y tristona, incorporando una trompeta como sacada de los años 40. El acabado lo-fi de este arreglo y otros detalles del álbum (como la misma dicción de Iñaki y Amaia) no termina de estar a la altura de lo que merecerían los autores de la maravillosa ‘La fuerza’, condenándoles probablemente a ese nicho indie al que no deberían pertenecer.
Porque sus retratos son universales y comprensibles por todos. Lo hemos comprobado en otros de sus discos, en ‘Directo a tu corazón’, ‘No volveré’ o ‘Mi chica preferida’, y ahora volvemos a comprobarlo en ‘No queda nada’, un retrato de un garito o una generación con los días contados. «No queda nada interesante / puñado de gente echada a perder», comienza diciendo, ¿pero sabéis qué? Su estribillo levantaría a un muerto, el punteo del puente instrumental también, las palmas tienen la misma intención y cuando creías que nada podía ser mejor, llega la estupenda coda «estoy pensando en dejarlo / es que ya tengo muchos años». A este nivel, ni hablar. Bendita contradicción.
Calificación: 8/10
Lo mejor: ‘No queda nada’, ‘Mi consentido’, ‘El escultor’, ‘Yo nací’, ‘No mires hacia atrás’
Te gustará si crees que: ‘El ritmo del garaje’ es una gran canción
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