Después de diez años emigrado en Argentina, Cundo (Javier Cámara) regresa a su pueblo en la cuenca minera asturiana para asistir al funeral de su amigo Suso, que acaba de morir de sobredosis. Éste es el punto de partida de ‘La torre de Suso’, una comedia trágica costumbrista llena de geniales diálogos y excepcionales actuaciones. De hecho, ha supuesto mi reconciliación con las actrices españolas, ya que Malena Alterio (en un fantástico papel de pirada, que resulta ser la más cuerda de la película), Fanny Gautier (interpretando a Rosa, uno de los ejes del film) y Mercedes Cordero (la madre de Cundo, con las mejores reacciones del mundo) demuestran que hay vida más allá de Natalias Verbekes y Bebes.
Entre las grandes actrices y los también inmensos actores -algunos también físicamente hablando, ya que Javier Cámara está hecho un completo osezno, todo redondito- construyen la torre y la película, cimentadas también sobre pequeñas y enternecedoras historias que en más de un momento hacen arrancar alguna carcajada. Continuando con la sinopsis que abandoné en el anterior párrafo, Cundo se reencuentra con sus amigos de la juventud y con su propio pasado de yonki de poca monta y ligón de pueblo. El funeral de su amigo le hace replantearse su vida en Argentina, no tan idílica como lo había planteado inicialmente, y decide rendirle un bonito homenaje construyendo la torre que Suso dibujaba constantemente en vida.
Pero claro, no todo el monte es orégano, y a mitad del film lo que es una pintoresca historia de situaciones a veces surrealistas (el padre de Cundo, Emilio Gutiérrez Caba, yéndose al puticlub, el grupo de amigos bebiéndose las cenizas de Suso…) se empieza a tornar en una historia ñoña de final absurdamente edulcorado más próximo a un telefilm de después de comer. Una pena, porque ‘La torre de Suso’ empieza comparable a un ‘Amanece que no es poco’, y termina como ‘Madre adolescente’. 7